Ben se marchó y me dejó con mi madre. Yo seguía junto a la ventana mientras ella se paseaba por la habitación buscando algo que hacer sabiendo que no existían temas de conversación cuando no estaba dispuesta a salir de mi mundo. Sólo pensaba en cómo Ben decidió arruinar todo hace un rato, necesitaba desechar la hamburguesa que me había comido, necesitaba hacer que mamá desapareciera por unos minutos.
—¿Sabes qué se me antojó? —Logré captar su atención—. Una barrita integral.
—¿Quieres que vaya a la cafetería por ella?
—¡Por favor, mamá!
Si se trataba de comida, mi mamá nunca me decía que no. Ella tomó su cartera y salió de mi habitación prometiendo volver pronto.
Yo no podía desaprovechar su ausencia.
Me encaminé al baño y cerré la puerta, el corazón me latía cada vez más rápido sabiendo lo que estaba a punto de hacer, sintiendo aquella adrenalina corriendo por mis venas teniendo en cuenta que en cualquier momento alguien puede entrar. Mi tiempo estaba contado. Así que me arrodille frente al retrete sin importar manchar la horrible bata de hospital que me vestía y tomé con mi mano izquierda los cabellos que caían sobre mi rostro haciéndolos a un lado.
Tenía poco más de una semana que no sentía esa sensación de ardor recorrer mi garganta y ese sabor tan agrio que mi paladar percibía quise desaparecerlo con un poco de pasta dental. Por último me eché agua en la cara para intentar eliminar las pequeñas lágrimas que se escaparon de mis ojos humedecidos, era un ritual que seguía cada vez que decidía hacer esto.
Al cerrar el grifo escuché que la puerta de la habitación se había abierto, por la peculiar forma de caminar supe que era mi padre.
—¿Qué estabas haciendo?
—Fui a lavarme los dientes. Tenía algo atorado en el diente, me molestaba bastante.
—¿En dónde está tu madre?
—En la cafetería, está consiguiendo una barrita integral para mí.
Regresé a la cama excusándome con él con el pretexto que últimamente me servía tanto: estar agotada. Mamá llegó minutos después con la barrita en la mano y una que otra golosina que sería para ella, sabía que mi padre no perdería la oportunidad de entrar en una discusión.
—¿Qué parte de que no podemos dejar sola a Irina aún no te queda claro?
—Demian, sólo fueron unos minutos. Hay enfermeras en todo el piso, la auxiliarían en segundos si algo lograra sucederle.
—El problema es que ella no sufre de alguna enfermedad como cualquier otra persona de aquí. En cualquier momento puede recaer, ya intentó suicidarse...
—No lo hice. —Interrumpo, logrando ser su centro de atención por un momento—. Fue un accidente que no volverá a suceder, mucho menos en este lugar.
—Tienes que aprender a confiar en tu hija, ¿de acuerdo? Todo va a estar bien con ella, no tienes por qué preocuparte Demian.
A veces lamentaba que mi madre confiara ciegamente en mí, ya que los últimos meses no fui completamente sincera. Las mentiras fluían con naturalidad, casi todo el tiempo. Todas las excusas que ponía para no comer lo que cocinaba para mí, todas las veces que le regalé al indigente que mendigaba afuera del metro la comida que me dejaba antes de irse a trabajar, todas las veces que le dije a los ojos que me encontraba bien cuando por dentro estaba destrozada. Era injusto para ella que confiara tanto en mí.
ESTÁS LEYENDO
Dulce perfección
RomanceIrina tiene un sólo objetivo en mente: convertirse en la primera solista de la compañía de danza en NYC, sin importar cualquier cosa que tenga que hacer con tal de estar ahí. Una serie de sucesos llevan a Irina a conocer a Ben, el front man de una b...