Nozu

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Me había vuelto loca.

Es la única explicación lógica que encontraba para esta situación.

Sentía que mi cuerpo era un horno microondas que despedía tanto calor que me sofocaba, por eso había pedido una soda con un vaso de hielo. No me importaba si Kwakoo decía que ya está fría ¡Necesitaba que estuviera helada!

Mis muslos estaban temblando. Me moví levemente, nerviosa y sentí otra puntada que me hizo suspirar, así que cubrí mi rostro con ambas manos, dejando que mi cabello hiciera una especie de barrera protectora a los laterales.

No podía verme, pero sabía que mi rostro debía ser un espectáculo de luces de neón rojas y rosas. Volví a mover mis piernas en busca de una posición más cómoda y empecé a notar como la excitación seguía su camino sin detenerse, como esos maratonistas que avanzan lentos pero seguros. Solo esperaba que Jade llegara antes de que mi corredor llegara a la meta.

Jade...

Todo esto es culpa de ella.

Veamos, ella tampoco fue la que me dijo que lo hiciera... yo se lo pedí, pero es que si ella no hubiese sido tan molesta conmigo durante toda la semana, esto jamás estaría pasando. Yo estaría en casa viendo alguna serie y comiendo cereal... o quizás leyendo un libro, o algo. Lo que sí sé es que no estaría aquí, en el Nozu, un viernes, rodeada de unas doscientas personas y esperando a que alguien que lo más seguro es que nunca aparezca ¡aparezca!

Dios, que deprimente.

Pero no me pude controlar, me sacó de mis casillas. Literalmente me descontroló. Y cuando eso pasa, no hay nadie que logre pararme. Además, quería hacerlo, quería demostrarle que estaba errada, porque sé que eso también la sacaría de su zona de confort y adoro ver a esa chica perdida. Me hace sentir orgullosamente triunfante y...

Maldita sea, Tori, deja de pensar en eso.

La música pop retumbante apelmazaba mi respiración, lo cual era realmente reconfortante. No me gustaría tener que explicar por qué estaba respirando como un asmático. Volví a acomodar los rizos que hice en mi cabello tras de mi oreja, dejando ver los pendientes a juego con mi blusa fucsia y mi chaqueta de cuero negra.

No sé por qué elegí esta chaqueta. Quizás para estar más a juego con la vestimenta de jade... tampoco sé por qué elegí ponerme uno de los jeans más ajustado que tengo en mi armario. Sí, lo sé, sé que todos mis pantalones son ajustados... pero estos llegan a un nivel más. Incluso debí acostarme sobre la cama para poder colocármelos. Pero me dije a mí misma que iban perfectos con la chaqueta –son gris oscuro igual que ella–.

Miré a la puerta mientras una vez más mientras, inconscientemente, volvía a repiquetear con mi pie en el suelo, impaciente. Me detuve enseguida por dos razones: primero, hacer eso no era buena idea en ese preciso momento y dos, la suela de mis Vans ya debían tener un agujero de tanto que las había golpeado.

Suspiré nuevamente, pero esta vez con pesadez.

Ella no va a venir.

Me lo repetí una y mil veces en nano segundos. Tomé de un sorbo el resto de mi bebida, lo cual me jugó una mala pasada por que me dieron ganas de ir al baño, así que, además de hacer un recorrido hasta la salida y esperar un taxi, debía hacer uno extra. Me levanté con cuidado y caminé lo mejor posible hasta el pequeño cuarto, agradeciendo que no había nadie. Me di una repasada en el espejo, notando que mi maquillaje se encontraba en buen estado. Suspiré una vez más, sonreí y negué con la cabeza.

La música se colaba apaciguada por la puerta y en mi cabeza ya estaba llenándose de un pesimismo pegajoso y pesado, de esos que son casi imposibles de quitar, pero antes de adentrarme al cubículo detrás de mí escuché la puerta cerrarse un poco más fuerte de lo normal, como si la persona que entró quería que notara que había entrado. Giré mi cabeza y al instante hice contacto visual con un par de canicas azul celeste que, a sabiendas ya de mi misma, me volvían loca.

Un poquito másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora