Capítulo 1

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El sonido del reloj era lo que creaba tensión en aquella sala reinada por el silencio, ¿por qué ella era la única que lo notaba? Su padre, un hombre de treinta y pico de años, leía el diario de aquél día. Lila no entendía el propósito de ese trozo de papel.

El papel es para dibujar-pensó Lila-. No para poner muchas letras juntas sin sentido.

La niña miró el diario de aquél día, contempló la imagen más gráfica que podría imaginarse. Era una lástima que la pequeña tenga dislexia, pobre niña.

-Evanston-llamaron, el padre de Lila tomó la mano de su hija y se adentró en la oficina donde los recibió Edwin Cagalawan acomodándose los lentes.

Edwin Cagalawan, un hombre de veintinueve años, cabello negro y mirada seria con aquellos ojos marrones que analizaban de arriba a bajo ha cualquier persona que tenga delante. Cualquiera diría que aquel hombre tuvo una vida tan sufrida para llegar a aquel empleo.

-Buen día-saludó Edwin mientras se hacía a un lado para dejar pasar a Lawrence y Lila a su oficina. La niña rápidamente se sentó en una silla con un almohadón rojo sangre-. Buen día Lila.

-Hola-saludó la menor.

-Que lindo vestido traes hoy, Lila, ¿qué color es?

-Rojo-respondió la niña.

Su vestido era más abajo de las rodillas, tenía un moño blancos a un lado de la cintura, aquel rojo hacía que todas las miradas se posen en la niña mientras caminaba inocente de la mano de su padre hacía la oficina del psiquiatra.

-Es un color muy extraño para tí, -Edwin caminó hasta su silla y se sentó apoyando su espalda en el respaldo-te hace ver más grande.

-Gracias Edwin, mi hermana me ayudó a escogerlo.

-¿De verdad?-preguntó interesado, aquella muchacha de cabellos castaños cortos había logrado llamar la atención del doctor. Lila asintió-. Y dime, Lila, ¿cómo está ella?

-Ella está perfecta, -respondió rápida y secamente Lawrence, si bien el hombre estaba enterado del enamorado de su hija no lo permitía. Su hija más grande era su tesoro más preciado-gracias por preguntar, doctor.

-Todo un placer, ahora Lila, ¿cómo vas con la dislexia?

-Mal, muy mal.

-¿Por qué dices mal?

-Es cada día peor, Cruz cada día tiene que leerme más y más-respondió decepcionada, como si fuera un peso para su hermana-. Es tan triste.

-Tranquila, la dislexia no dice que tipo de persona eres, Lila-intentó relajarla al ver que sus ojos se ponían llorosos-, además, tu hermana no debe creer que eres una carga.

Lila asintió muda mientras dirigía la vista a cualquier otro lado de la oficina evitando la mirada de su padre, por llorar, y la de Edwin, quien le tenía compasión a la pobre niña. Lila odiaba que le tengan compasión.


Ya estaba oscuro cuando Lawrence salía de la oficina del psicólogo, Lila caminaba con la mirada centrada en sus pies a lo que su padre reaccionó mal.

-Perdón papá.

-Sin peros señorita, ¿y sí te sucedía algo?

-Perdón-volvió a disculparse, ¿qué podía hacer? Era solo una cría.

-Como sea-Lawrence se levantó de prisa y volvió a caminar, solo que esta vez, dándole la mano a su hija.

Pastel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora