Capítulo 3

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Los dias en la casa no mejoraron, la madre de Lila seguía hostigando a toda la familia y la niña se llevaba la peor parte.
¿Qué podría hacer Lila? Apenas conocía de la vida y no podría responderle a nadie, mucho menos a su madre, ¡la mataría si llegase a eso!

Una noche, la niña de ojos verdes se levantó temprano, evitó hacer el menor ruido posible, y se encaminó al baño. Procuró hasta aguantar la respiración cuando pasó por delante del cuarto de sus padres. Pero un gemido la hizo detenerse.

-Lizzi más despacio, Lila podría...

-Ella no importa ahora -la mujer se puso sobre el marido, tomó una almohada y comenzó a sofocar al hombre mientras seguía moviéndose, era como un morbo de ella-.

Lila, al no ver nada por la oscuridad, siguió su camino. Seguro después Edwin le contaría que era eso, siempre lo hacía. Luego de unas horas, la pequeña y su padre, se encaminaban a la oficina del psicólogo.

La sala de espera era para ponerse de los nervios, había sillones blancos que, con el más mínimo movimiento, hacían un estruendoso sonido. Las plantas eran falsas, los cuadros horribles, el romantisismo no cuadraba con aquel lugar por la decoración y menos por el trabajo que allí se ejercía.

Lila esperó muy quieta, casi como una estatua, el turno para pasar a hablar con Edwin mientras en su cabeza cantaba alguna que otra canción se le pasaba por la cabeza.

[...]

Estaba nerviosa, esperaba moviendo su pierna de arriba a abajo, mordía sus uñas y escuchaba música para intentar relajarse pero siempre terminaba parándose yendo de un lado a otro hasta que escuchó que la llamaban por su apellido. Se adentró a la sala.

-Buen día.

-Buen día doctor -respondió cortésmente-.

-Como bien sabe ya tenemos los resultados del estudio -comenzó con el tema luego de que vio a la mujer sentarse bien-. Y realmente no son los mejores o los más esperados.

La de cabello castaño apretó la boca y asintió para que el doctor continuara.

-Parece que ha estado recibiendo altas dósis de medicación. Aún no me han dado los resultados de cual, pero puede que sea xanax o hasta podría ser lorazepam.

La mujer tapó su boca sorprendida, ¿realmente había estado comiendo esas dósis y nadie se dio cuenta alguna?

-Pero...

Paró un momento.

-...¿esas pastillas no son para dormir?

-No, son para calmar la ansiedad. Al menos el xanax. El lorazepam es para la relajación muscular.

-Por favor, le pido que guarde esto entre ambos, al menos hasta que esté seguro si es alguna de esas pastillas.

El hombre asintió, su cabello se movió con cada movimiento que hacía.

La mujer salió de la oficina, se despidió del doctor y comenzó a caminar hacia el trabajo. Cambió la cara en cuanto los alumnos la saludaron con tanta energía.
Cómo para que no la saludaran así, ella siempre estaba ahí, para ellos, escuchándolos.

-Buen día chicos -saludó-. Cómo les fue en el día -cuestionó.

Y la mañana de los jóvenes se alegró con esa sola pregunta.

[...]

Lila entró en la sala de Edwin, la cual era mucho más agradable que la sala de espera, esta tenía más color y plantas reales, además siempre olía a chocolate o café suave.

-Papi, -dijo Lila, Lawrence esperó a que ella siguiera- podría, no sé, ¿entrar sola esta vez?

Lawrence se sorprendió, pero la dejó ir sola, era un consejo que le había dado su propio psicólogo ya que Lila tendría que ir aprendiendo de a poco ser una adulta.

-¡¿Adulta? Es una niña, maldita sea! Dime, dime realmente, ¿por qué crees que ya tiene que ser una adulta?! -se quejó.

-Es una manera de decir -explica-. Quiero decir que tiene que tener consciencia de las cosas.

-Esta sesión termina aquí.

Y Lawrence salió de la sala.

El hombre movió la cabeza sacando aquel pensamiento. Con dolor en el pecho le dijo un simple «Sí» y se despidió de la niña.

Lila entró feliz.

-Buen día, Lila.

-Hola Edwin -sonrió la niña mientras se sentaba.

El mayor cerró la puerta y puso un poco de música de fondo, una melodía acapella con un re menor y un la mayor, la voz luego entró sincopada¹. Transmitía paz y tristeza.

-Dime, Lila, ¿qué te ha hecho venir hoy?

La niña suspiró, miraba con detalle la sala. El día se veía agradable desde la oficina del Cagalawan.

-Aparte de la sesión, -Edwin sonrió ante la niña, de una manera agradable- escuché a mi padre anoche quejarse.

-¿Cómo?

-Le había pedido a mi madre que vaya despacio, que podría hacer algo. No lo entendí.

-¿Y... escuchaste que tipo de queja?

Edwin dudó en esa pregunta, había estudiado para todo ese tipo de situaciones con adolescentes o adultos pero ¿con una niña? Sólo había aceptado el empleo por la cantidad de dinero que Lawrence estaba dispuesto a pagar, nunca creyó formar una "amistad" con Lila.

-Creo que era dolor, no sé, estaba medio dormida. Sólo iba al baño y estaba todo oscuro.

Cagalawan suspiró aliviado.

-Bueno, Lila, eso tendrías que esperar un tiempo para ver si vuelve a ocurrir.

Lila asintió, luego le contó todo lo que le ocurrió el primer día de escuela y la conversación fue a cualquier lado, como solía ocurrir.

Una hora después, Lawrence y su hija, salían del estudio para dirigirse a su hogar, la niña muy agitada sin razón aparente. Lawrence intentó calmarla a medida que llegaban a casa, no quería que su mujer comenzara a gritar y menos frente a Lila en esa situación.

-Escúchame -puso sus manos en la cara de Lila, quien estaba respirando con dificultad, haciendo que lo mire-. Lila, inhala por la nariz y exhala por la boca, despacio.

A duras penas, la niña intentaba hacer lo posible para cumplir lo que le pedía su padre. Logró relajarse y respirar con normalidad, sólo que con los ojos hinchados y rojos por el llanto que había comenzado por causa de los nervios.

Cuando llegaron a la casa, la niña estaba callada, apenas hablaba y hacía las cosas con lentitud. Como si la hubieran querido asfixiar.

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⏰ Última actualización: Jul 09, 2019 ⏰

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