Medicina alternativa

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Eran las tres y media del medio día. El sol estaba en su cúspide y derramaba su luz entre las nubes como si de un halo divino se tratase. Había llovido durante la semana, y el rastro de varios arco-iris podían apreciarse en algunas partes del cielo. Las calles aún estaban húmedas y la gente escéptica caminaba con su paraguas bien agarrado y con la chaqueta bien cerrada por lo que pudiese pasar.

En algunas aceras se acumulaba el agua de aquellas bocas de alcantarilla que no pudiesen soportar más carga o de aquellas imperfecciones del pavimento que solo las inclemencias climáticas como aquella ponían al descubierto.

Era un día tranquilo de primavera. Taro subía la colina que lo llevaba al hospital mientras veía los pájaros piar en sus nidos a medio construir y a un par de ardillas que salían corriendo de la ventana de una casa de la que habían sustraído unas uvas que alguien había descuidado.

Sentía el aire acariciarle el rostro mientras subía, una suerte porque empezaba a sentir la camiseta de licra barata que se le pegaba al cuerpo. Debería de haber hecho caso a su compañera de piso y haberse puesto la de algodón, pero creía que con esa tendría demasiado calor. Grave error, la licra no dejaba transpirar nada y aquella cuesta lo estaba matando por lo que agradecía la brisa suave que había empezado a soplar, aun cuando estuviese cargada de ese olor a polvo y humedad al que huelen las calles después de que llueva.

Odiaba tener que ir al hospital, siempre que podía prefería ir a casa de alguien o a algún ambulatorio, que era como se llamaba a los pisos intermedios, pero la mayoría de las veces que requerían sus servicios era para subir aquella maldita cuesta. Tendría que haber hecho caso a su madre cuando le dijo que estudiase ingeniería, ahora podría estar trabajando en alguna fábrica de las de allí abajo y no tendría que preocuparse por si tenía que subir o bajar todos los días. Pero él no veía ese futuro, quería ayudar a la gente como pudiera y tenía un don para ello.

Pensándolo mejor, podría haber sido médico, viviría arriba y no tendría que bajar, a menos que hubiese una emergencia, malditas emergencias, los tenían a todos corriendo de un lado para otro. Lo bueno que tenía su trabajo es que no tenía que correr, si llegaba pronto nunca era demasiado pronto y si llegaba tarde... bueno... tampoco es que su trabajo fuese tan imprescindible, pero mejor si lo hacía.

No solo por las personas a las que ayudaba sino por él mismo. Se sentía bien pudiendo ser un miembro pleno de la sociedad. Le encantaría poder hacer otras cosas pero tampoco condenaba completamente su trabajo. Ya nadie lo hacía desde la gran ruptura.

El mundo se había separado en dos, los de abajo y los de arriba, los sanos y los enfermos. Hacía setenta años que el gobierno había aprobado una nueva reforma de la ciudad. Esta hacía que la población se dividiese según su nivel de salud. Se habían construido puentes entre los edificios que conectaban todos los techos de la ciudad y que conectaban a su vez con el punto más alto: el hospital, un edificio que descansaba en la cima de una montaña y que sobresalía por encima del entramado de calles como observando la ciudad con ojo divino.

Las personas enfermas vivían en los pisos más altos donde vivían su vida casi con normalidad mientras los sanos vivían en la parte de abajo y en las calles. De esta manera la sociedad sana no se codeaba con la enferma y podían mantener a raya las enfermedades. Todo salió a raíz de una segunda cepa de tuberculosis más virulenta nacida a partir de una cepa de neumonía que mutó para infectar los vasos capilares de los pulmones y que obligó al estado a tomar medidas desesperadas como la de segregar a la sociedad. No se podía encerrar a la gente en guetos en cuarentena por considerarlo inhumano así que se ideó este nuevo plan que mantenía también a raya las enfermedades sin atentar completamente contra la vida de la gente.

Este plan demostró ser tan eficaz que, cuando se erradicó la tuberculosis, decidieron ampliarlo al resto de enfermedades más comunes como el resfriado o el cáncer y tuvo tanto éxito que fue copiado por muchas otras ciudades y países y ahora se trata de algo casi global.

Historias cortasWhere stories live. Discover now