Carta a ningún destinatario

16 1 0
                                    

Querido destinatario de esta carta,

Aquí estoy, en frente del ordenador, encerrada en la comodidad de un cuarto que me resulta escalofriante. Siempre me ha dado miedo estar sola, no lo escondo, y en la oscuridad que me rodea, donde la única luz que me ilumina es la de esta pantalla blanquecina me siento morir lentamente.

Decir que estoy encerrada es una realidad y una metáfora en sí mismas, no es que tenga la puerta cerrada, la tengo abierta de par en par, es más no tengo puerta, pero cuando estás solo en casa empiezas a darte cuenta del resto de ruidos que reinan en la casa. El crepitar del ordenador, el sonido eléctrico de la nevera y ese extraño zumbido que viene de detrás.

La ducha goteando sin motivo aparente y de manera intermitente como aprovechando las pequeñas briznas de silencio que la noche suscita. La escalera, a la que tengo acceso desde la ventana que está a mi derecha, también está en completo silencio y completamente a oscuras. Ignoro si soy la última alma en pie que sigue desvelada en los confines de este vecindario.

Tampoco se escucha ni una mosca al otro lado de la calle. Hoy es sábado, vivo cerca de una zona en la que los jóvenes deciden salir a realizar sus rituales de apareamiento adolescente que consisten en bebida y música ruidal y vácua. Pero no, hoy no. Hoy me han dejado en el más absoluto abandono de mi soledad normalmente agradecida hoy despreciada.

Y aquí estoy encerrada en este cuarto abierto, con un pasillo largo y oscuro que me separa de mi cuarto, de mi cama, de un sueño seguramente no reparador que no me lleve a despertarme mañana mejor de lo que estoy hoy. Enfrentada entre irme a la cocina y romper ese zumbido neveril para prepararme algo que me haga olvidarme de este desasosiego interno o quedarme simplemente aquí, hasta que mi cuerpo, rendido al fin a su miseria, pierda la guerra contra la pereza y me obligue a postrarme en cama solo para después negarme las delicias de un sueño reparador.

Oigo la puerta de alguno de los vecinos de abajo, se cierra suavemente, normalmente escucharía sus pasos bajar la escalera y abrir la puerta de fuera o, lo que sería más atemorizante, subir las escaleras hasta el que pudiera ser mi piso, sea cual fuere que sea la dirección que haya tomado este vecino, el ruido de la puerta ha quedado abierto como un paréntesis que no parece que se vaya a cerrar jamás, una pregunta abierta con una incógnita que espero no tener que resolver.

El pasillo se muestra y se alarga ante mí con su más aterradora forma. Me pregunto porqué los pasillos son tan largos y tan tenebrosos, es como si algo en la retorcida mente de los constructores les obligase a pasar sus traumas infantiles a las siguientes generaciones para que no se perdiesen en el olvido. Supongo que ese es su legado, igual que hay gente que tiene hijos y otra que escribe libros. Los pasillos tenebrosos son los hijos de los constructores traumatizados por algún temor infantil.

Otra gota. Otro eco que reverbera en la casa prácticamente deshabitada en estos momentos y que me provoca dar un brinco. Me alegro de haber cerrado la puerta con llave, no quisiera tener que ir a cerrarla ahora mismo.

Me siento sola, estoy sola, hay una fina línea que separa el sentir del estar. Mi pareja se ha ido a pasar el fin de semana con unos amigos, ¿me siento dolida? ¿tengo miedo? No... bueno, puede que un poco de lo segundo sí, no sé a quién pretendo mentir. 

Otra gota... ¿debería ir a mirar? Obvio que iré antes de irme a la cama, sería mucho peor encontrarte con que tienes que ir al baño en plenas horas de la madrugada en una casa vacía, aunque con mi suerte, todo puede ser. El ruido de las teclas se funde con el ruido del ordenador haciendo una melodía casi deliciosa. Lo prefiero al silencio, sin duda este silencio es agobiante.

Me ha hablado, me ha hablado para decirme que me quiere y que se va a tomar algo con sus amigos y que luego se va a dormir. Me gustaría decirle que tengo miedo, que el pasillo me parece más largo y más oscuro de lo que normalmente es, que la nevera hace ruido y que la ducha gotea, y que los vecinos están en silencio y que los jóvenes que tendrían que estar emborrachándose y haciendo juerga hoy han decidido simplemente dejarme en paz para mi tortura.

Le he preguntado que cómo había ido su día, me ha contestado que no ha estado mal, que ha conseguido adelantar parte de un proyecto que se había propuesto con los amigos y que mañana volvería más pronto de lo que creía, mejor. No me ha preguntado qué tal mi día ni que cómo estoy. Estos días le noto distante. Sé que pensamos distinto en cuanto a algunas cosas y que la convivencia a veces se hace difícil. Me hubiera gustado decirle que hoy he quedado con mi madre y que lo hemos pasado genial, que hemos estado rememorando cosas de cuando yo era pequeña y que he estado a punto de llorar un par de veces. Se hace mayor, y yo no puedo evitarlo, y la he visto envejecer, ver pasar muchas cosas en la vida y superarse muchas veces, pero envejecer es morir y eso me pone triste. Es una tristeza tan grande que apenas si puedo abarcarla en mi pecho.

Por eso no suelo pensar en que se hace mayor, es algo que prefiero no tener presente, como el oscuro y alargado pasillo que tengo a mi derecha, aunque sé que es algo que tarde o temprano tendré que afrontar. Dos vecinos suben la escalera hablando, sus voces pausadas suben un piso, dos y tres. No tenemos ascensor, viva la era moderna. No sé si es el mismo vecino que había salido antes, si es así, me alegro de haber resuelto el enigma sin haber tenido que salir de este cuarto, si no lo es por lo menos sé que el otro vecino no sigue ahí o que se han encontrado y han subido juntos, en cuyo caso todos contentos.

Me pregunto si me seguirá queriendo o si es solo que me imagino cosas, como el pasillo, las gotas y todo eso. Me pregunto si le importaré lo suficiente como para preguntarse qué tal me ha ido el día. No. Los dos nos conocemos bien, llevamos mucho tiempo jugando a este juego. Él no pregunta porque sabe que si hubiese pasado algo importante yo se lo hubiese dicho, no pregunta porque sabe que todo lo que pueda contarle hoy no resultará agradable. Él no quiere escuchar sobre el pasillo, ni la ducha, ni que mi madre se hace mayor. Eso le recuerda que sus padres también se hacen mayores y que vuelcan en él demasiada presión para cumplir unas metas que a saber dónde le llevarán. Y yo soy demasiado orgullosa llegados a este punto, no voy a contarle nada a menos que él me pregunte, es mi manera de mendigar algo de preocupación por su parte. Que no es preocupación realmente puesto que nunca ha estado en su naturaleza preguntarme qué tal mi día, ni regalos, ni detalles. La vida pasa en una monotomía de cosas ciertas que podrían aburrir a algunos pero que yo considero de lo más aliviante. 

Por favor, que vuelvan los jóvenes a hacer ruido, que vuelvan los vecinos, que se encienda alguna luz que me acompañe y me arranque este sentimiento que me ahoga. Que me hable, que paren todos esos ruidos que llenan mi cabeza y alargan el pasillo. No quiero estar sola, ¡NO QUIERO!, ¡¡¡NO!!!...

Creo que empiezo a divagar, debería irme a la cama, que no es lo mismo que dormir. Buenas noches, ya te diré si había algo en la ducha.

Historias cortasWhere stories live. Discover now