El otoño era la estación favorita de Marshall Ferguson, puesto que podía disfrutar de los paisajes llenos de hojas secas y el fresco viento que siempre le otorgaba una tranquilidad inmensa al caminar. Sus ojos azules observaban esa tarde el suelo encarpetado de hojas de maple, llenando su entorno de tonos amarillos, rojos y naranja, así como de una vista que jamás olvidaría. El bosque canadiense se alzaba sobre su cabeza, imponente, orgulloso de sí mismo, a pesar de que los árboles lloraban hoja tras hoja cada vez que el viento le susurraba algunas palabras de amor que sólo el bosque podía entender.
El sonido del riachuelo alertó a Ferguson, quien apretó el paso pues sabía que estaba muy cerca del punto de encuentro pactado. Algunos peces saltaron para saludarlo (o al menos le gustaba pensar que así era) pero el albino esta vez no les dedicó una sonrisa como en antaño. Sus botas de casquillo se hundían en el lodo frío y hacían crujir algunas de las hojas que apenas habían caído, pero no resultaron ser obstáculo alguno para el experimentado militar que ya conocía todos los terrenos posibles en cualquier situación que se le presentara. Desde arena hasta rocas, desde fangos y pantanos hasta selvas espesas de maleza alta, Marshall siempre se abría paso sin el temor de caerse. Necesitó varios minutos antes de alcanzar a distinguir el nacimiento del río y su sonrisa se ensanchó al percibir una figura conocida, que aguardaba inclinado mientras deslizaba los dedos dentro de las aguas heladas. William Crawford giró su cabeza, y al percatarse de que el moreno estaba llegando, elevó una mano para saludarlo desde la distancia.
El corazón del nuevo dios de la Locura se aceleró con emoción. Comenzó a correr por el borde del río para evitar la palizada que estorbaba en el camino, y para cuando alcanzó el punto de encuentro, no pudo evitar lanzarse sobre el rubio, derribándolo hasta caer juntos al agua. Crawford buscó los labios de su amante y lo premió con el más dulce de los besos, el primero que recordaba Marshall, aunque no se limitaron. Entrelazados en un abrazo posesivo, los besos subieron de tono a pesar de que seguían sumergidos, desgraciadamente, era necesario emerger y para cuando retomaron el aliento, ambos se miraron sonrientes, acariciándose mutuamente las mejillas.
—Luces radiante, soldado— admitió William, jugueteando un poco con los cabellos empapados de Marshall mientras revisaba las marcas en su rostro— se ven más fatales de lo que me contaste antes. Es un desperdicio que no conserves tu cuerpo. Estoy seguro de que este tiene el pene más pequeño—
—Siempre tan agradable William— refutó el moreno, arrastrando al ojiazul de regreso a tierra. Fue necesario que ambos se quitaran las ropas, y Marshall no desperdició el momento para admirar y memorizar cada palmo de piel que William dejaba escapar a la vista. Las mejillas del coronel enrojecieron tímidamente cuando se sentó junto a la deidad, pero su amante no se limitó y lo atrajo, invitándolo a sentarse sobre sus piernas para poder abrazarlo.
—No podemos, Marshall...aquí no lo hicimos...—
—Pero si te abracé de esta manera...eso sí puedo hacerlo, ven, necesito sentirte un poco más—susurró con calidez el albino, logrando que Will accediera. Que fragante podía ser la piel masculina, retocado con una colonia de Cartier tan fresca como el otoño. La esbelta figura del joven alemán parecía existir como un molde que encajaba perfectamente entre los brazos de Marshall, y las lágrimas nuevamente acudieron a los ojos del moreno. Que tibia era esa piel blanca, apretada en la columna de tal manera que con el roce de sus dígitos podía contar cada vértebra, pero con músculos bien distribuidos que otorgaban formas varoniles que Ferguson adoraba. Para él, Crawford siempre era una poesía andante —no sé qué debo hacer ahora, Will...prometí que me convertiría en un dios digno de mi nombre y que te vengaría... pero Vida me exigió trabajar junto a ese bastardo...—
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DOPPELGÄNGER (Locura x Sabiduría +AU humano)
Fanfiction¿Alguna vez pensaste en la existencia de tu gemelo malvado?