SEXTA CÁTEDRA

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Incuestionablemente la humanidad terrestre ha pasado por diversas fases de desenvolvimiento, y esto es algo que debemos analizar juiciosamente.

Se habla de la evolución mecánica de la naturaleza, del hombre y del Cosmos. Desde el punto de vista antropológico hemos de comprender que existen dos clases de evolución. La primera se iniciaría obviamente con la cooperación sexual debidamente comprendida en todos y cada uno de sus aspectos. La segunda es diferente. Incuestionablemente, en principio la raza humana se multiplicaba en la misma forma en que las células se multiplican. Bien sabemos nosotros que el núcleo se divide en dos dentro de la célula viva, que especializa una determinada cantidad de citoplasma y materias inherentes para formar células nuevas. Las dos se dividen a su vez en otras dos, y así, mediante el proceso fisíparo, diríamos, de división celular, se desarrollan los organismos, se multiplican las células, etc.

Si en principio los andróginos se dividían en dos, o en tres individuos, para reproducirse, más tarde todo eso cambió y hubo de prepararse el organismo para reproducirse posteriormente mediante la cooperación sexual. Obviamente fue en la Lemuria, continente situado otrora en el océano Indico, donde se realizaron los principales aspectos relacionados con la reproducción.

En principio, los órganos creadores, el Lingam-Yoni, no se había todavía plenamente desarrollado. Se hacía necesario que estos órganos de la especie cristalizaran totalmente y se desenvolvieran, a fin de que más tarde, en el tiempo, pudiera realizarse concretamente la reproducción de la especie humana mediante cooperación sexual. Así que, conforme estos órganos masculino-femenino se fueron desarrollando, ya no diríamos en el ser humano meramente andrógino, sino hermafrodita, se sucedieron hechos bastante interesantes desde el punto de vista biológico y psicosomático.

La célula fertilizante, por ejemplo, lograba hacer contacto con el óvulo y así tal célula-átomo se desprendía del organismo del Padre-Madre para desarrollarse y desenvolverse. Como consecuencia o corolario, mediante procesos muy delicados, devenía luego una nueva criatura.

El segundo aspecto de esta cuestión fue también bastante interesante, si bien es cierto que en principio gérmenes vivientes se desprendían como radiación atómica para desarrollarse exteriormente y convertirse en nuevas criaturas.

En el segundo hubo cierto cambio favorable. Podría decirse que el huevo fecundado, el óvulo que normalmente el sexo femenino elimina de sus ovarios cada mes, tenía cierta consistencia extraordinaria, era ya un huevo en sí mismo, en su constitución intrínseca. Un huevo fecundado interiormente dentro del Padre-Madre, dentro del hermafrodita, un huevo que al salir al mundo exterior podía desenvolverse o incubarse, hasta que al fin se abría para que una criatura emergiera de allí, criatura que se alimentaba con los pechos del Padre-Madre, y esto de por sí ya es bastante interesante.

Mucho más tarde en el tiempo, fue notándose que ciertas criaturas devenían a la existencia con un órgano más desarrollado que otro. Al fin llegó el momento en que la humanidad se dividió en sexos opuestos. Cuando esto sucedió, cuando esto acaeció, entonces se necesitó la cooperación sexual para crear y volver nuevamente a crear.

Las genealogías de Haeckel, con respecto al posible origen del hombre y, nuestras tres razas primordiales, no encajan dentro de la antropología materialista que hoy en día invade al mundo. Desgraciadamente son en verdad el hazmerreír de los antropólogos materialistas, enemigos de lo divinal. Ellos se burlan por igual, tanto de la genealogía de un Haeckel o de las genealogías para hablar en plural. Como los linajes aquellos de Homero. Recuerden Uds. claramente a Aquiles, el ilustre guerrero hijo de Marte, a Agamenón, hijo de Júpiter, el que desde lejos manda, etc. Frases o palabras proféticas de aquel hombre que cantara en otros tiempos a la vieja Troya, a la cólera de Aquiles, el guerrero.

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