Lisa arremetía contra su intimidad, introduciendo el juguete del arnés que decidieron usar antes muy dentro, ocasionando fuertes espasmos en Rosé. Bajo las penumbras, la respiración y el aliento de ambas era visible, que se pintaban de un color blanco antes de desaparecer en el aire, en el calor de sus anatomías sumado al frío de la época. Algunos de los cabellos negros de Rosé se aferraban a su frente de forma desordenada, pero Lisa se encargaba de acomodarlos siempre y besar la misma zona, deslizándose después por su cuello y mandíbula. Rosé deliraba.
El nombre de su amiga era pronunciado simultáneo a cada vez que la misma empujaba y daba en su punto. Sus cuerpos pegajosos, la visión borrosa de la fémina envuelta en la docilidad, contrariando a la otra, muy clara, que observaba y distinguía cada detalle de sus facciones mientras disfrutaba del placer, perdiéndose en la extraña belleza que destacaba y en sus propios sentires a raíz de aquello.
Un último gemido, que alargó con una voz ronca y sumamente aguda fue lo que dio fin a aquella tarde de sexo entre Rosé y su mejor amiga, desde su niñez, Lisa. El reloj marcaba las tres con quince, y su cuerpo entero goteaba a causa del asfixiante calor que, no sabía si se debía a la excitación previa, o a que Lisa había dejado las ventanas cerradas nuevamente, aún si siempre le pedía que no lo hiciera. Al menos cuando ella estuviese ahí.
El sueño y una siesta de más de una hora fue lo que les acompañó luego durante el tiempo dicho hasta que Rosé volvió a abrir sus ojos y, desconcertada, notó que la pelirroja no estaba a su lado. Con la sábana blanca cubriendo su pecho se incorporó en la cama hasta recostar su espalda en el respaldar y advertir hasta entonces de la presencia de la susodicha al otro lado del cuarto, buscando sus prendas en su armario.
—¿Qué hora es ya? —su voz somnolienta hizo a Lisa voltear y sonreír a causa de su adorable aspecto.
—Son casi las cinco —respondió la menor con voz serena, característica de ella. Rosé volvió a recostarse y con fatiga se hundió hasta perderse en las sábanas acolchadas. Lisa rió—. En unos minutos iré al trabajo —anunció una vez vestida, con una camisa holgada y pantalones negros elásticos y ajustados. A diferencia de Rosé, quien todavía yacía en la cama, totalmente desnuda—. Recuerda dejar la llave bajo la alfombra cuando salgas.
—¿Me dejas comida? —murmuró tardíamente en respuesta.
—Realmente no tuve tiempo de preparar algo, pero puedes ver qué encuentras en la alacena, o bien, puedo pedir algo a domicilio antes de salir.
—De acuerdo.
—¿Hm? ¿Quieres que pida algo?
—No —se quejó—, vete, se te hace tarde.
Lisa le observó con suma fijeza desde la puerta, ya dispuesta a salir, y como última acción sonrió y se marchó, figurando con su boca algo parecido a una despedida que Rosé no alcanzó a entender.
Un buen rato estuvo echada. El anochecer le alcanzó y fue cuando se dispuso también a marcharse. El apartamento de Lisa era muy frío y solitario cuando ella no estaba allí, por lo que dejaría de lado el comer allí y regresaría a su pequeño cuarto rentado, cerca de su propio trabajo.
Estando en su casa, encendió su móvil y al instante varios mensajes de Jonghae entraron en su bandeja. Con cierta pereza leyó cada uno y texteó un par de respuestas. Tiempo después, el chico apareció tras su puerta y al recibirle éste le besó de manera profunda y pasional, haciendo que una sonrisa apareciera en sus labios en medio del mismo, sus brazos enganchándose al cuello del chico, su novio, mientras le dirigía dentro.
—¿Hasta ahora leíste mis mensajes? —El pelinegro cuestionó una vez le liberó de aquella prisión de besos profundos y húmedos.
—Lo siento, estuve un tanto ocupada —se disculpó luego de asentir.
—Está bien, preciosa, lo bueno es que ya pude verte.
Ambos se dedicaron una sonrisa y dirigieron al comedor, en donde Rosé preparó unos fideos con albóndigas y dio de cenar a su pareja. Seguidamente salieron, Jonghae le llevó al cine, volvieron a comer y al estar de regreso a casa fueron directamente a su habitación en donde tuvieron dos rondas seguidas de sexo, para el cual la chica ya se encontraba desgastada y desistió de continuar una tercera vez, siendo que la segunda fue decidida a costa de las insistencias de su novio.
Cayeron rendidos al ser aproximadamente las diez. El hombre le abrazaba con posesión por la cintura mientras ella le daba la espalda y trataba de conciliar su propio sueño después de haber dormido tan sólo una hora. El insomnio había llegado de nuevo sin razón aparente y se lamentaba puesto que el día próximo le esperaba con ansias disgustosas. No quería tener que lidiar con los dolores de cabeza del desvelo, el ajetreo en las oficinas, las tipas que odiaba y su jefe hostigándole hora tras hora.
Liberó un suspiro sonoro. Un sobresalto luego se dejó venir cuando escuchó un fuerte ronquido de su novio, lo cual le indicó que éste estaba dormido completamente y, también, que se vendrían decenas de ronquidos por el resto de la noche y madrugada. Rosé quiso golpearle en las costillas, mas su celular, vibrando en su mesita de noche junto a su cama, llamó su atención primero y fue tomado en seguida, percibiéndose de un mensaje en su bandeja de Lisa. Sin embargo, no respondió con uno de vuelta, sino que pinchó en la opción de llamar, teniendo en su oído segundos después la voz de la chica.
—Supuse que estarías despierta —dijo Lisa al contestar.
—Hm —articuló en respuesta.
—Me debes un chocolate.
—Idiota, no te debo nada —dijo, sin preocuparse de que pudiese despertar a su novio. Sin notarlo, estaba sonriendo.
—¡Me lo debes! Usualmente duermes a esta hora, pero hoy supuse que no lo harías y estoy en lo cierto. Rosie—ah, no seas mala —canturreó Lisa, lo cual le hizo reír débilmente.
—¿Por qué lo supusiste?
—Porque soy adivina.
—No me parece convincente —aseguró.
—¿Está Jonghae ahí?
Rosé se sorprendió de la repentina pregunta, pero sin dudar mucho, respondió lo obvio. Lisa calló por segundos antes de volver a hablar.
—No te quito tiempo, descansa, Rosé —dijo. Rosé no le sintió igual que hacía unos instantes.
—Él está durmiendo.
—Deberías hacerlo también —contestó la otra, con un tono que seguía sin parecerle... bueno.
¿Por qué todo se tornó tan extraño de tan repentina forma?
—Bien, eso haré. —No pensaba planteárselo mucho, aún debía trabajar.
—Buenas noches.
—Buenas noche... —Lisa colgó, antes de que pudiese acabar la frase.
Su ceño se frunció. Vaya que hubo sido extraño aquel comportamiento, no obstante, no se dispondría a profundizar en él, pues tal y como hubo dicho su amiga, debía descansar, y fue lo que hizo. Momentos después de finalizar la llamada, sus ojos cedieron al cansancio al fin, y lucharon a la mañana siguiente por seguir cerrados con los rayos del sol golpeando sus párpados.
Sin despertar a Jonghae se puso de pie y tomó una ducha para comenzarse a preparar. En su oficina le esperaban el montón de documentos y datos que debía transferir, por lo tanto, quiso salir más temprano y de tal forma desocuparse con más velocidad. En la hora del almuerzo, escribió un mensaje para Lisa, avisando que le visitaría al salir, ambas sabiendo para qué, pues, era para eso para lo que se tenían una a la otra.