Vagamente recordaba, de cuando fueron adolescentes e ignorantes de los grandes sentimientos y deseos que sentían una por la otra y que, penosamente, ocultaban. Sus uñas largas por naturaleza y bien perfiladas golpeaban rítmicamente su escritorio mientras esperaba a que la barra de carga en el computador terminase de llenarse. Una expresión de total inexpresividad se había mantenido en su rostro desde que hubo llegado a las oficinas de su empleo, y parecía querer quedarse hasta que respirase el aire de las afueras de ese tedioso y asfixiante lugar.
El aire acondicionado es un total gasto de dinero inservible, pensó Rosé al hacer viento con su propia chaqueta ante el calor que, a hora temprana sentía.
Su mentón se recostó en su mano, y con sus ojos fijos en el monitor viajó entre los recuerdos, resaltando uno en especial: cuando tuvo sexo con Lisa por primera vez. Espantosamente memorable, cree que fue, pero irremediablemente una curva se traza en sus labios en cuanto cada instante es traído de vuelta a su mente.
Tenían veinte años cada una. Compartían apartamento en el centro de la ciudad, ésto para que a ambas se les facilitara la tarea de asistir a la universidad. Pero, ese día era un domingo libre y de holgazaneo en el que ambas veían una película en un ambiente tranquilo y cómodo. Rosé descansaba en el hombro de su mejor amiga, como siempre hacía, y esta simplemente posaba su mano de forma casual en su cintura. No obstante, la situación entre ellas había dejado a ser un ''como siempre'' tan normal y ordinario, pues las dos eran muy conscientes del creciente deseo por la otra que sentían, y a su vez, la tensión sexual que se creaba a raíz de aquello.
No era algo de semanas, sino de ya años, desde antes de que se mudaran juntas o acabasen la secundaria. Rosé lo confirmó tan sólo la primera vez —ya en la pubertad— que durmieron juntas que, debido a que Lisa se mantuvo toda la noche abrazándole de manera firme por la espalda, sintió una sensación muy extraña, y la misma ocasionó que mojara su ropa interior considerablemente. Mas no hasta después fue que decidió confesarlo.
Lisa había comenzado a mover su pulgar minuciosamente en donde tenía su mano, por su cintura y barriga, y su cuerpo no había tardado en reaccionar. Ligeros escalofríos recorrieron toda su anatomía hasta la última extensión, ante los cuales se removió en su lugar, sin quererlo, y siendo pillada. Lisa, entonces, detuvo la acción anterior y ella sufrió de un ataque de vergüenza.
—¿Sucede algo, Rosie? —habló ella, bastante cerca, y su aliento golpeó sus cabellos.
—No... es sólo que, tengo sueño —mintió, a la vez que cerraba sus ojos y ocultaba su rostro.
—Si quieres, vamos a descansar a la cama —sugirió ésta, y su cabeza se sacudió en negación. No estaba segura de qué quería en ese momento, pues un hormigueo incesante le invadía; eran las ansias. Y aunque ir a la cama parecía ser un buen momento para lo que sea que quisiera hacer, nada le aseguraba que fuese a suceder. Conociendo a Lisa sabía que, si dormir era lo que quería, estando allí nada sería capaz de detenerle.
—Prefiero quedarme aquí, tú ve la película —respondió entonces después de volver a recostarse en el hombro de la menor. Su mano se encargó de devolver la de la otra al lugar en donde se hubo encontrado antes, y Lisa, muy presente en sus intenciones, tranquilamente le dejó.
Los minutos pasaron, el silencio volvió a reinar la sala, mas ya no era tan cómodo como antes. Por un inofensivo segundo recordó a su novio, Jonghae, pero éstos pensamientos parecieron no inferir mucho en su situación puesto que, nuevamente, estaba esa tensión ahí. Rosé se hartó de lo mismo, así que, sin pensarlo mucho, alzó su rostro, tan sólo un poco, para besar detrás de la oreja de la contraria, la cual reaccionó al contacto tensando su cuerpo un poco. Entonces, Rosé volvió a ejercer la misma acción, bajando por su cuello, y su corazón latiendo con frenesí cuando Lisa apretaba su mano sobre su piel.
—Rosé, qué haces —habló al fin la castaña cuando sintió una mordida en la piel de su cuello por parte de su amiga—. Rosé.
Aquel nombramiento fue más firme, lo cual le obligó a parar de una vez por todas y verle a los ojos. Lisa lucía seria, o más bien, sin ninguna expresión en su rostro, por ende quiso disculparse en seguida, sintiéndose muy apenada. Pero cuando bajó la mirada, Lisa se encargó de revertir la acción al instante y fue allí cuando notó aquel brillo particular en su mirada. La confianza volvió, y sus labios próximamente se encontraron sobre los otros, apresurándose en volver el beso profundo, con intromisiones de lengua y toqueteos.
Lisa, ni corta ni perezosa, le recostó allí mismo en el sofá, con sus bocas chasqueando y sus respiraciones ya agitadas. Dirigió su lengua por los labios voluptuosos de Rosé y seguidamente por su cuello, devolviéndole el favor de antes. Rosé chilló agudamente, lo cual hizo que Lisa sintiese su pecho arder en revoluciones antes apresadas. Sus manos trazaron las curvas de su cuerpo hasta llegar a su cadera, para introducirlas bajo su blusa y, una vez allí, se privó de no tocar nada más que la piel descubierta, causando estremecimientos en Rosé, al igual que frustraciones.
La mayor, entonces, tomó sus manos y las dirigió a sus pechos, ayudándole a apretarlos. Lisa se alzó y le vio con timidez, muy insegura.
Demonios, ¿qué no ves que me estoy entregando a ti?, su frustrada mente pensó.
—¿De verdad quieres hacerlo? —inquirió Lisa cuando Rosé detuvo el apretar sobre sus manos.
—Por favor —rogó la misma con vos temblorosa, procediendo a acunar su rostro y acercarle para besarle dulcemente en los labios. Aquello fue lo que terminó por encender sus cuerpos a un nivel máximo.
A partir de ahí, Lisa no paró nunca de hacerle sentir las sensaciones más placenteras. No paró nunca, pues aún luego de varios años continuaba haciéndole sentir en el cielo.
Quiso recordar más de ese día, pero el condenado archivo decidió terminar de cargarse cuando ya comenzaría la mejor parte. Se rió. Despejó su mente, pues debía reanudar su oficio y terminar lo más pronto posible, sin distracciones, para poder salir antes y, ya que esa mañana le hubo pensado mucho, visitar la casa de Lisa un rato antes de que Jonghae le llamara.
Y así fue. Cerca de las tres Lisa le recibió en su puerta, haciéndole entrar muy amablemente. Al haber cerrado la puerta detrás de ella, le acorraló allí mismo y capturó sus labios inesperadamente, manteniéndolos cautivos por un buen rato hasta que una campana sonó desde la cocina y ambas, con sus labios tintados de un forzoso tono rojo, se apartaron a petición de la menor, quien al parecer cocinaba algo.
Cuando entraron a la cocina se sintió el olor al Pie de durazno que a las dos les encantaba. Lisa, por supuesto, le invitó a probar, y ella, por supuesto, aceptó.
Tomaron asiento en el comedor cuando su amiga pelirroja sirvió una parte para cada una, y al primer bocado, Rosé tuvo el delicioso recuerdo de lo bien que Lisa cocinaba. Se dedicaron una sonrisa amplia, cargada de mucho cariño, y comieron sin dejar un sólo trozo para los días siguientes. Rosé articuló una disculpa, entre risas, y Lisa se negó a aceptarla puesto que, mencionó, lo había preparado sólo para las dos, después de todo. No hubo respuesta para tal mención de su parte, sus ojos tan sólo percibieron a la otra ponerse de pie y dirigirse a ella con una sonrisa tonta pintada.
—Tan descuidada —dijo, inclinándose para atrapar su labio inferior en una mordida y, posterior a ello, lamer en la comisura de sus labios—. Tenías un poco de durazno ahí.
Rosé desistió en contenerse, por lo que al instante le besó en los labios de un modo muy pasional, y un tanto necesitado. Lisa le tomó de la cintura y le guió hacia su habitación de espaldas, en donde le recostó para comenzar de una vez, y sin preámbulos, a sabrosear aquel cuerpo blanquecino, cuyo sabor le sentía mucho mejor que cualquier cantidad de Pie's comiera. Una cosa llevó a la otra, el tiempo no parecía querer decidirse entre transcurrir rápido o lento, y Rosé nada más notaba lo rápido que Lisa se deshacía de sus prendas, y lo placenteramente lento que su lengua se deslizaba por su cuerpo hasta llegar a su intimidad y vaciar todo aquel deseo interminable mediante alaridos y gemidos de placer.
De esa forma era como empezó a ser desde aquella tarde de domingo de ''holgazaneo''. Y así era como debía ser siempre, pensaba Rosé. Pues, no había otra cosa que le sentase mejor que tener sexo con su mejor amiga.