Prólogo

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Sería muy fácil intentar racionalizar el fútbol, tratar de definirlo desde lo estético, lo estratégico, lo táctico y hasta por qué no, lo científico y sin dudas, su impacto en lo político. Sin embargo, Guillermo no se aboca a una explicación concienzuda del fenómeno del fútbol. Se deja llevar por sus sentimientos, los olores del barrio, las conversaciones y miradas futbolísticas con el viejo y el abuelo; los recuerdos de la infancia y todo aquello inexplicable que nos lleva a amar esa pasión indescifrable que es el fútbol argentino. Su trabajo está sazonado por ideas combinando su experiencia en el mundo del aprendizaje organizacional y su esfuerzo es encomiable por tratar de cubrir el derrotero hacia lo inexplicable.


Mi trabajo y la vida me han llevado a recorrer varias partes del mundo y observar comportamientos en otros países sobre el fútbol y otros deportes. Aquí solo algunos de esos recuerdos:

Año 2000. Veo un partido de béisbol en el Yankee Stadium en Nueva York, última entrada, Derek Jeter al bate, la cuenta en 3-2 y los Yankees perdiendo por una carrera (para los que no han visto béisbol, es como que tu equipo esté 1 a 0 abajo y tu mejor jugador se pare para patear un penal). Me concentro para ver ese momento clave y veo pasar delante de mí un par de tipos yendo a comprar cerveza y hot dogs... Jeter pifia el bateo y se acabó el partido... Más allá de la bronca de sus fanáticos, inmediatamente pienso; ¿Sería posible en la Argentina irse a comprar un choripán en el último minuto, 1 a 0 abajo y con el Diego pateando un penal?

Presiono el avance rápido de mi video reproductor mental. Año 2014, semana de trabajo en San Pablo. Argentina juega ese día con Suiza. Salgo del Hotel para la oficina y veo brasileños con camisetas de Suiza, miro con estupor y por qué no, asco...


Siguiente semana o unos días después, Argentina juega con Bélgica y otra vez los "hermanos" brasileños portando una casaca que no es la propia...Me pregunto, siendo que hinchamos irremediablemente para cualquier selección que enfrente a Brasil, ¿Seríamos capaces de ponernos la camiseta de la selección que juega con ellos? La respuesta es fácil: ¡NUNCA!

Año 2016, Estadio de los San Francisco 49ers. Argentina – Chile. Primera rueda de la Copa América del Centenario. El tren nos deja a pasos del estadio, revisión de bolsos, resguardo de mochilas en un lugar seguro, escaneo de entradas, escaleras mecánicas, acomodadores, gente que ve el partido sentada a menos que haya un gol, familias enteras de Argentina y Chile en el mismo sector sin insultarse ni molestarse. ¿Será ciencia ficción? ¿Es esto lo que nos espera para bien o para mal? ¿Y las puteadas? ¿Y las amenazas verbales que nunca se concretarán? ¿Y los cantitos creativos que normalmente inicia la Butelery llegan hasta España? Recuerdo no hace mucho en el partido Villareal y Betis escuchando en la tele "Beso a Besoooooo" adaptado a ese partido. Casi me caigo de la silla de la risa...

Otra vez presiono el botón de avance. Cuando leí las páginas de "Dejamos Todo", sentí que se arrebataban en mi cabeza y en mi corazón todas aquellas circunstancias que me emparentaban con este libro. La inolvidable semana en que mi River podía volver a ser campeón después de 18 años. El thriller de la huelga, el viaje en tren a Liniers para ver una película que pudo ser de terror y terminó siendo heroica en una noche de gloria para unos ignotos pibes de la tercera. Esperar un lugar en un tren durmiendo abrazado a mi bandera con los ojos llenos de lágrimas de alegría...


Recuerdo también el odio de llegar a Chile y enterarme después de comerme las uñas todo el vuelo, que Argentina quedaba afuera del mundial '94 contra Rumania. Que mi vieja me cuente por teléfono que River le ganó a Boca en la bombostera 3-0 y éramos campeones. Enterarme tirado en el suelo del aeropuerto de Miami, después de llegar de un vuelo de 14 horas a puro nervio, que Argentina había ganado el ansiado oro olímpico. Todo eso pasó por mi mente.

Pero lo más importante y emocionante para mí es que esas páginas me llevaron a mi barrio, a volver con las rodillas sucias o los jeans rotos después de una tarde de pelota y sol y encontrar el beso de mi vieja y a mi viejo pegado a la radio esperando que yo llegue para sentarme a su lado y no moverme hasta que el partido termine. "No te saqués las zapatillas hasta que termine el partido, ¡no te olvidés que la última vez que hiciste eso perdimos ehhh!", "No te cambies de banco, esperá... cambiémonos ahora a ver si empatamos", "¡Al baño no va nadie ahora!".

También recordé el sandwich de milanesa envuelto en papel de las facturas al que mi vieja le hacía un moñito con hilo de matambre, los olores a choripán llegando a la cancha, mi viejo indicando donde sentarnos, y todos aquellos ritos que me acompañan hasta hoy, donde cada semana charlando por teléfono o por WhatsApp, mi hijo y yo opinamos con un convencimiento inclaudicable de quien juega de 2 y quién no debería ser el 4 de River, solo para confirmar nuestra influencia irreal cada fin de semana. Y por supuesto, cuando los domingos estamos juntos en casa con mi hijo y mi nieto, cada uno conserva su lugar en el sillón frente a la tele, y cuando alguno de nosotros no está, aquellos que estamos juntos no cambiamos el lugar asignado, no sea cosa que los dioses de la galaxia futbolística nos den vuelta la cara una vez más...

Carlos Biggio. 9 de mayo de 2017

 9 de mayo de 2017

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No sean prejuiciosos, Carlos es un fanático de River. Gracias a Agustina Biggio por el dibujo

Dejamos TodoWhere stories live. Discover now