XII. REGADA VUELTA A CASA

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Ahora bien, ¿Y el auto? Después de abrazarme, llorar, gritar el famoso ¡Tem-per-ley! ¡Tem-per-ley! ¡Tem-pe- ley! tenía que volver a la realidad. Pero encaré el proyecto con la mayor felicidad. Si bien el coche tenía seguro contra todo riesgo, la póliza no contemplaba el martirio al que me sometía mi pobre vieja, su cerebro mamífero emocional era otra cosa. Una creación fantástica. Digna del nihilismo de Nietzsche. Y no quería verme expuesto a una terrible tortura psicológica.

Así pues, la abracé y le dije

- Ma, ¿tenes pegamento?

- ¿Para qué? Voy a buscarlo

Pobre vieja, su casa es la sucursal de Easy, tiene de todo, lo que le pidas y a cualquier hora. Pero ¿Para qué quería pegamento? No lo se. Lo artesanal, la mecánica, la electricidad, la plomería nunca fueron lo mío. Pero en el camino de vuelta a casa, pensé, quizás hice un agujerito en el radiador, si sé de donde viene la pérdida, podré ponerle un poco de pegamento y llegar tranquilo a casa. También recordaba un capítulo de Mac Gyver que tiraba un par de huevos en el radiador y con eso solucionaba el problema. Pero no, los huevos los había dejado en la cancha. Puse agua en el radiador, pero salía por todos lados, lamentablemente no había un solo agujerito.

Observo el depósito de agua y no tenía ni una sola gota. Así que nuevamente se genera el siguiente diálogo, a la 1.30 am, en Turdera Suiza

- Ma, ¿Tendras una regadera?

- Si, ¿Para qué? Te la voy a buscar.

¿Easy tiene regaderas? Algo es seguro, mi vieja tiene mayor orientación al cliente.

- Pero quedate hijo. Mañana lo arreglas.

- No mejor me voy, mañana tengo cosas que hacer... ¿Me puedo llevar la regadera?

- Si y no me la devuelvas. Ya está bastante rota.

Acá es donde me pongo sentimental. No todo lo de mi madre es negativo. Para mí, la regadera representaba la copa, el ascenso. Y por sobre todas las cosas, sabía manipularla. A la regadera....

Llené el radiador y el depósito de agua y por las dudas, la regadera también. Beso y agradecimiento a mi madre, pero todo rápido. Abajo corría agua. Seguía escuchándose el sonido de las aguas danzantes. Lástima que no lo podía apreciar visualmente.

A los 3 km aproximadamente de salir de casa, feliz como una lombriz, tocando bocina por la avenida Hipólito Yrigoyen que conecta el sur del conurbano con la ciudad de Buenos Aires y concentrado en el tablero del auto, el termostato de éste me indica que la temperatura se fue a color rojo. Estaba en Hipólito Yrigoyen entre Boedo y Saenz, ¡Danger! Sin apagar el motor, la talentosa regadera fue llenando el radiador. Mi torpeza motriz hizo que casi pierda la tapa del radiador. Pero en ese momento aún conservaba la destreza de Crivelli, cerré los ojos, metí la mano entre tubos y cosas raras que hace que eso que se llama auto, funcione, y... ¡encontré la tapa! Encima no me quemé. Buen bonus track. Había atajado un penal. En un instante esa parada me llevó a otro grato momento. Justo allí, donde estaba el auto estacionado, tiempo atrás, funcionaba el restaurant donde festejamos con un almuerzo el día de mi matrimonio. No podía salir mal.

Dejamos TodoWhere stories live. Discover now