En la madrugada de hoy me vi perseguido por el recuerdo de una melodía siniestra, motivo por el cual fui privado del sueño hasta entrada la mañana. La composición se había fijado en mi memoria, y allí encontró un cómodo lugar donde se mantuvo latente aguardando algún momento de flaqueza para manifestarse en toda su horrenda realidad. Se infiltró en mi sistema hace unos siete meses, muy a destiempo de la época con la que dicha canción se encuentra naturalmente relacionada. Aquel día el villancico empezó a sonar a gran volumen a eso de las 0430 horas.Con enorme parsimonia, me levanté y deambulé con torpeza hasta la cocina, en donde encontré a mi amigo y por entonces compañero de hábitat, el Licenciado Profesor E. Gauna, saliendo de su pieza. En medio de la confusión nos dimos los buenos días e iniciamos la elaboración del desayuno. Entre mate y tostadas alternamos salidas al patio para mirar los pisos superiores de la edificación y al cielo en búsqueda de una respuesta a la incógnita sobre el origen de la infeliz tonada. Hacía no mucho tiempo, mi compañero había emprendido un viaje fuera del sector. Durante el período de ausencia se produjo un primer episodio con el villancico. En esa ocasión se extendió durante toda la mañana y la tarde, hasta la hora en la que partí hacia el trabajo. Más tarde, mi compañero reconoció que la primera vez que le referí esta experiencia no me había creído del todo. Nos pusimos a conversar acerca de lo alterada que debe estar la psique de una persona para decidir poner jingle bells una madrugada de marzo al azar, a todo volumen, y en loop perpetuo. Supe especular que el perpetrador se trataba de un captor o asesino, siempre serial, que al momento de vejar a la víctima de turno recreaba su clima festivo predilecto con la intensidad necesaria como para que no se oyera queja alguna del cautivo. Fantasía más o menos, estábamos seguros de que se trataba de un acto terrorista. No de una organización tras una meta que no puede lograr por la vía legal, sino de la especie de terrorismo que un solo individuo ejerce en contra de toda su vecindad por motivos que solo él conoce, y que hasta el día de hoy tanto el Profesor Licenciado como quien suscribe ignoramos completamente.
A cada término de reproducción, en el momento en el que el diabólico dispositivo se disponía a reiniciar aquel suplicio, se producía una atroz y mínima pausa. Esta representaba ese período de ventana en el que el castigo parece disiparse, solo para retornar con mayor fuerza. Ese instante de esperanza sin el cual la penitencia pierde sentido: Sísifo sostiene la ciclópea roca en contemplación de la cima de la montaña.* * *
El Prof. sale del estado de shock en el que nos inducía cada pausa para entretenerme con cierto relato: «Hablando de locuras ¿Te acordás de Germán? Manila, el esotérico de mi laburo... Bueno, lo encontraron muerto. Parece que el edificio donde vivía recibió la descarga de un relámpago. La construcción era tan vieja que del cimbronazo le cayó bruto pedazo de cielo razo en el bocho. La quedó en el instante. El Polli, que tiene al cuñado en la policía, me dijo que le encontraron en la mano un grabador de periodista en el que grabó su última perorata posmoderna».
Al finalizar su intervención, mi compañero y yo notamos que la tonada navideña había cesado. Y apenas tres horas después de haber empezado. Sorprendidos, nos quedamos callados en estéril espera del silencio.