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—¿Señor? —me repite ella— ¿Cuánto le gustaría que tardase en llegar?
Froto dos dedos, con fuerza, sobre la ceja izquierda. El latido se ha vuelto
intenso.
—No importa— digo.
La empleada coge el paquete. La misma caja de zapatos que estaba en mi
porche hace menos de veinticuatro horas, envuelta de nuevo en una bolsa de
papel marrón, sellada con cinta de embalar transparente, exactamente igual
que la había recibido yo. Pero ahora está dirigida a un nombre nuevo. El
siguiente en la lista de Hannah Baker.
—La docena del panadero
1 —murmuré. Después me siento asqueado por tan
siquiera haberme dado cuenta de eso.
—¿Perdón?
Niego con la cabeza.
—¿Cuánto es?
Deja la caja sobre una alfombrilla de goma y marca una serie de números en
el teclado.
Dejo mi café de gasolinera sobre el mostrador y miro para la pantalla. Saco
unos cuantos billetes de la cartera, busco unas monedas en el bolsillo y dejo
el dinero sobre el mostrador.
—Creo que el café aún no le ha hecho efecto —dice ella—. Le falta un dólar.
Le tiendo el dólar que faltaba y después me froto los ojos para quitarme el
sueño. El café esta tibio cuando le doy un sorbo, lo que hace que sea más
difícil tragármelo. Pero necesito despertarme de alguna forma.

O quizá no. Quizá sea mejor pasar el día medio dormido. Quizá sea la única
forma de ir pasando el día de hoy.
—Debería llegar a esta dirección mañana— después deja caer la caja dentro
de un carrito detrás de ella. Debería haber esperado a salir del instituto.
Debería haberle concedido a Jenny un último día de paz.
A pesar de que no se lo merezca.
Cuando llegue a casa mañana, o al día siguiente, se encontrará un paquete en
la puerta. O si su madre, o su padre, o cualquier otra persona llega primero,
quizá se lo encontrará sobre la cama. y se emocionará. Yo estaba
emocionado. ¿un paquete sin remite? ¿Lo habrán olvidado, o será hecho a
propósito? ¿será quizá, de un admirador secreto?
—¿Quiere el tique? —me pregunta la dependienta.
Meneo la cabeza.
Una pequeña impresora saca uno de todas formas. Miro como arranca el
papel contra el plástico en forma de sierra y lo tira a una papelera.
solo hay una oficina de correos en el pueblo. Me pregunto si esta misma
empleada habrá ayudado a las otras personas, de la lista, a los que recibieron
este paquete antes que yo. ¿Habrán conservado el tique ir modo de
enfermizo recuerdo? ¿Lo habrán guardo en el cajón de la ropa interior? ¿Lo
habrán clavado en un tablón de corcho?
Casi le pido que me devuelva el tique. Casi digo:
—Lo siento, ¿podría dármelo? —de recuerdo.
Pero si quisiera tener un recuerdo, podría haber hecho copias de las cintas o
guardado el mapa. Pero no quería volver a escuchar nunca más esas cintas, a
pesar de que su voz no abandonará nunca mí cabeza. Y las casas, las calles y
el instituto siempre estarán ahí para recordármelo.

Ahora está fuera de mi control. El paquete está de camino. Salgo de la oficina
de correos sin el tique.
En algún lugar profundo bajo mi ceja izquierda, la cabeza todavía me late.
Cada trago que tomo tiene un gusto amargo, y cuanto más me acerco al
instituto, más cerca estoy de desplomarme.
Quiero desplomarme. Quiero caer allí mismo sobre la acera y arrastrarme
hacia la hiedra. Porque justo detrás de la hiedra la acera hace una curva,
siguiendo la parte exterior del aparcamiento del instituto. Pasa a través del
jardín delantero y se mete dentro del edificio principal. Lleva hasta las
puertas principales y se mete por un pasillo, que continua serpenteando
entre hileras de taquillas y clases a ambos lados, para acabar entrando
por la puerta siempre abierta para la primera clase.
En la parte delantera del aula, de cara a los alumnos, estará la mesa del señor
Porter. Él será el último en recibir un paquete sin remite. Y, en medio de la
sala, a un pupitre a la izquierda del de él, estará el pupitre de Hannah Baker.
Vacío.

POR TRECE RAZONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora