A

3 0 0
                                    

En la fiesta de Kat todo el mundo andaba por el patio exterior, a pesar de que
hacía frío. Seguramente había sido la noche más fría del verano. Y yo, por
supuesto, me había dejado la chaqueta en casa.
Después de un tiempo, conseguí saludarte. Y un tiempo después, tú
conseguiste devolverme el saludo. Entonces, un día, me encontré caminando
a tu lado sin decir nada. Sabía que no podrías soportarlo, así que aquello nos
llevó a nuestra primera conversación de varias palabras.
No, no es cierto. Me había dejado la chaqueta en casa porque quería que
todo el mundo viese mi camisa nueva. Qué imbécil era.
—¡Eh! —me dijiste—¿Es que no vas a decirme hola?
Sonreí, tomé aliento y me di la vuelta.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Porque siempre me dices hola.
Te pregunté por qué pensabas que eras un experto en mí. Te dije que
seguramente no supieses nada de mí.
En la fiesta de Kat yo me había agachado para atarme el zapato durante mi
primera conversación con Hannah Baker. Y no había podido. No me había
podido atar el dichoso cordón del zapato porque tenía los dedos agarrotados
del frío. En honor a Hannah, he de decir que ella se ofreció a atármelo. Por
supuesto que no le había dejado. Esperé a que Zach se metiese en nuestra
torpe conversación para colarme dentro y poner los dedos en agua corriente.
Qué vergüenza.
Antes, cuando le había preguntado a mi madre cómo podía llamar la atención
de un chico, me había dicho “hazte la dura”. Y eso era lo que estaba
haciendo. Y está claro que funcionó. Comenzaste a aparecer por mis clases,
esperando por mí. Parecía que habían pasado semanas hasta que por fin me
pediste el teléfono. Pero yo sabía que acabarías haciéndolo, así que ya lo
había practicado en voz alta. Muy tranquila y con confianza, como si en realidad no me importase. Como si lo diese cien veces cada día. Sí, muchos
chicos en mi antigua escuela me habían pedido el teléfono. Pero aquí, en mi
nueva escuela, tú eras el primero.
No, eso no es cierto. Pero tú fuiste el primero que consiguió tener mi número.
No es que no te lo hubiera querido dar antes. Solo estaba siendo precavida.
Una ciudad nueva. Una escuela nueva. Y esta vez, iba a tener control sobre
cómo me veía la gente. Después de todo, ¿cuántas veces se tiene una
segunda oportunidad? Antes de ti, Justin, siempre que alguien me lo pedía
decía los números correctos hasta el último. Y entonces me asustaba y me
confundía... así como por accidente, pero a propósito.
Me coloco la mochila en el regazo y después abro el bolsillo más grande.
Me estaba emocionando demasiado al verte escribir mi número. Por suerte tú
también estabas demasiado nervioso para darte cuenta. Cuando por fin
conseguí escupí el último número —¡el número correcto!—sonreí muchísimo.
Mientras tanto, la mano te temblaba tanto que creía que te lo ibas a cargar
todo. Y no iba a permitir que aquello ocurriese.
Saco el mapa y lo desdoblo sobre el banco de herramientas.
Señalé el número que estabas escribiendo.
—Debería ser un siete —dije.
—Es un siete.
Con una regla de madera le aliso los extremos.
—Oh. Vale, mientras tú sepas que es un siete.
—Lo sé —me dijiste. Pero repasaste igualmente para hacer que fuese un siete
todavía más tembloroso.
Me estiré el dobladillo de la manga sobre la palma de la mano y casi me
acerqué a secarte el sudor de la frente... algo que mi madre habría hecho.

Pero, por suerte, no lo hice. Nunca le hubieras vuelto a pedir el teléfono a una
chica.
A través de la puerta lateral del garaje mamá me llama. Bajo el volumen,
preparado para darle al botón de Stop si la puerta se abre.
—¿Sí?
Cuando llegué a casa, ya habías llamado. Dos veces.
—Quiero que continúes trabajando —dice mamá—. Pero necesito saber si
cenarás con nosotros.
Mi madre me preguntó quién eras, y le dije que íbamos a clase juntos, que
seguramente llamases para preguntarme algo sobre los deberes. Y ella me
dijo que era exactamente lo que tú le habías dicho.
Bajo la vista y miro la primera estrellita roja: C—4. Sé dónde es. Pero
¿debería ir allí?
No me lo podía creer. Justin, le habías mentido a mi madre. ¿Y por qué me
hizo aquello tan feliz?
—No —digo—. Me voy a casa de un amigo. Para hacer lo del proyecto.
Porque nuestras mentiras coincidían. Aquello era una señal.
—Está bien —dice mamá—. Te guardaré algo en la nevera y te lo puedes
calentar más tarde.
Mi madre me preguntó qué clase teníamos juntos y yo le dije que mates, lo
cual no era totalmente una mentira. Los dos hacíamos clases de mates. Solo
que no estábamos juntos. Y no eran del mismo tipo.
—Bien —dijo mi madre—. Eso es lo que él me ha dicho.
La acusé de no confiar en su propia hija, le arranqué el trozo de papel con tu
número de la mano y corrí al piso de arriba.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 14, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

POR TRECE RAZONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora