Capítulo 4: RETOÑO PERDIDO

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Romy Campos, que la noche pasada apenas concilió el sueño y tenía unas grandes bolsas debajo de los ojos, estaba parada con una mirada de total inexpresividad dirigida hacia el portón. Pensando. Que ocurrió en el colegio, ¿por qué la gente estaba tan asustada? Es su cabeza maquinaba algunas posibles explicaciones que justificara el comportamiento de los alumnos esa mañana, pero solo podía imaginar el frente de la casa de Astrick rodeado de policías. Se sentía tan irreal, pensó que si no hubiera estado ahí no hubiera creído lo que sucedió anoche. Por un momento los murmullos de los alumnos, se volvía en sirenas de policía en su cabeza. Temía volverse loca.

Caminando debajo de ella, sin que se hubiese dado cuenta, Leonardo tenía el gesto más seco que Romy. Mientras subía las escaleras Romy le dio el alcance y lo miro por dos segundos totalmente callada. En su rostro se notaba el parecido cuando te contaban que un familiar había muerto. Su rostro estaba vacío, pero notabas la tristeza en sus ojos. Leonardo le devolvió el gesto, y casi al instante ambos se abrazaron, parecían ser de eso programas en los que te rencuentras con alguien desaparecido. Leonardo pensó que iba a llorar en ese momento, mas hizo un esfuerzo para contener las lágrimas.

Luego de que Leonardo dejara su mochila en su carpeta, regresó con Romy al balcón, pero sentía el ambiente del salón aún más pesado que el día de ayer. Ambos apoyaron sus brazos en el muro y miraron como llegaban más alumnos apresurados, a Leonardo le dió un poco de riza porque pensó que eran un ganado de ovejas de chompas rojas y pantalones oscuros. Romy tomó la chompa de Leonardo y tiró de ella dos veces, haciendo que este volteara.

- ¿Que sucedió ayer? ¿Por qué todos están así? – pregunto angustiada, y muy en lo profundo de si deseaba no conocer la respuesta.

Leonardo la miró aún más preocupado.

- ¿De verdad quieres saberlo?

- Si, dímelo por favor

- De acuerdo. – le respondió. – espero que tengas estomago para lo que te diré

Leonardo le narró lo sucedido el día de ayer en el colegio, le contó sobre cómo llegó el Sr. Elvis al salón y de cómo encontraron el cuerpo, o mejor dicho el esqueleto, de Pineda en un charco inmenso de sangre. Se lo narró todo y con lujo de detalles, de no haber sido real y si solo hubiera sido una de las tantas creaciones literarias que él inventaba habría quedado impactada sobre como narraba lo ocurrido y lo sádico que era. Pero no era una historia, era la realidad, una cruda y aterradora realidad. La expresión de Romy se había vuelto de asombro a terror y asco. No podía dar crédito a lo que le contaba, pero él le dijo que podía preguntarle a cualquiera que estuviera en el salón, de los que habían venido ayer en la tarde si era cierto lo que le contaba. Y cualquiera de ellos solo reafirmaría lo que le narraba.

- Dios, ¿de verdad eso ocurrió? ¿Cómo es posible? – ella estaba impacta, no sabía cómo reaccionar, aunque la situación era muy obvia. – pero, ¿Por qué los alumnos aún siguen asistiendo a clases? Ha ocurrido un asesinato, y de un estudiante. ¿Cómo pueden...

- Espera que termine de contarte... - le dijo tratando de calmarla.

Ambos se quedaron parados en el balcón, mientras más alumnos llegaban. Entonces se escuchó el timbre que daba inicio a las clases. Y Romy y Leonardo entraron al salón y notaron al instante que no eran los únicos afectados por la noticia. La tristeza estaba en la cara de todos los estudiantes, por la muerte de pineda; era eso o miedo por sus propias vidas.

El profesor Wilmer siempre hacia sus clases muy dinámicas. Los alumnos siempre esperaban ansiosos las clases de matemática. No por el curso, sino por el profesor que parecía un comediante, pero de los chistosos. Siempre alegre y divertido sin la necesidad de ser grosero, a veces no pareciera que estuvieran aprendiendo, pero de algún modo la información se quedaba en sus cabezas, menos a Leonardo. Pero ahora sabían que no podían contar con que les animara el día. Por dos motivos; es difícil intentar ignorar que un amigo tan cercano se haya ido de una forma tan desagradable, haciéndote pensar que nadie está a salvo o que la vida es corta, lo que le paso a él te podría pasar a ti. Y que no puedes animar a nadie si tu hijo, de solo siete años, está desaparecido o muerto. Pero claro, eso no lo salvó del todo de dictar clases.

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