Dos: No lo dejes entrar.
Suspiró, aún podía arrepentirse.
Tomo su celular y revisó en las notas sus reglas.
—Okey, Loon, ahora si, no lo dejes entrar. —se habló a si mismo—. Tendrás que sacarlo de nuevo...
Paso una mano de su cabello. Con su vista escaneo el lugar, el salón de su casa, completamente a oscuras. Ni siquiera sabía que hacía ahí, no es como que fuera a abrirle la puerta al cautivador azabache que le rompió el corazón.
El timbre lo sobresalto, no le sorprendió que se demorara tan poco, después de todo Fred solo vivía a unas casas de distancia.
—Loon, abre. —la voz de Fred detrás de la puerta provoco que se mordiera el labio.
Reviso nuevamente su lista.
—Regla dos, regla dos... —apretó los ojos.
No podía abrirle.
Una mano en su cintura y un fuerte pecho chocar contra el suyo hizo que abriera los ojos, encontrándose con la mirada penetrante del mayor, quien le sonreía.
—Hola, Pequeño. —susurró de manera ronca, cerrando la puerta detrás de él.
—Fred...