Prólogo

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–¿Conoces la historia del hilo rojo?– preguntó, se giró para mirar a su compañero.

–Sí.– asintió devolviéndole la mirada, sus ojos grises brillaban.

–¿Sabías que en China dicen que el hilo rojo está atado a nuestro tobillo?– inquirió, le sonrió con los ojos, siendo esta la única manera que conocía.

Le encantaba cuando sus ojos se volvían pequeños y brillantes, sentía que su corazón revoloteaba en su pecho. –¿Qué más dicen?– Sentía algo cálido derretirse dentro de él y que no podía contener, apoyó su cabeza en el hombro de su compañero. Él olía a jengibre.

–Dicen que el abuelo Luna baja cada noche y ata un hilo rojo en la muñeca de cada niño al nacer, así ellos nunca se perderán y estarán destinados y permanecer juntos.– relató, emocionándose con sus propias palabras. Aquella leyenda se la había contado su padre cuando era un niño. –Es reconfortante saber, que no estamos solos en este mundo.

Él cerró sus ojos y atrapó la mano del chico entre la suya, sosteniéndola con fuerza pero, amablemente. Expresando cariño y ternura, sintió a su compañero sorprenderse ante el tacto. –¿Crees en el destino?– preguntó.

–Ahora sí. – respondió, mientras correspondía el agarre y cerraba sus ojos.

Ellos jamás lo hubiesen imaginado de esa manera.

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