Capítulo I. Encuentro de dos mundos.

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Fubuki Shirou debía reconocer que el mudarse a otra ciudad había sido una idea estúpida, pero el hecho de perderse en sus calles y observar caras nuevas todos los días (porque ahí habían muchas más personas que en su pueblo), quedó opacada por esta nueva e incómoda experiencia.

Allí estaba, de pie en el pasillo con la presión de elegie asiento en el bus que lo llevaría a su nuevo destino. Hacia varios años que había superado muchas de sus inseguridades, hasta podía ser narcisista de vez en cuando, pero ahora, parecía que el mundo se reducía a ese autobús y las miradas extrañas juzgándolos, ¿era muy notorio que no pertenecía ahí? Se miró en un espejo de cuerpo completo que guardaba en sus recuerdos; sus ojos grises poco comunes en aquella zona se Japón, su piel pálida (quizás, ese era su mayor atractivo y esto no debería ser motivo de vergüenza) y su cabello albino por el cual fue objeto de burlas cuando pequeño. Su andar tranquilo y su estatura, demasiado pequeña para un muchacho de 18 años. Todo aquello lo hizo sentir pesado e indefenso, suspiró y de inmediato recordó que llevaba puesto sus zapatos favoritos; azules con estrellas plateadas, se sintió un poco más seguro para enfrentarse a los pasajeros, el autobús se movió y él caminó al frente. Los primeros asientos estaban ocupados y los pocos disponibles eran invadidos por carteras o mochilas,sinceramente, no quería hablar con alguna persona para que moviera sus pertenencias. Que molestia. Resignado aceptó que su lugar era en la parte de atrás, donde los amantes y viejos pervertidos solían residir; el infierno en el autobús.

Quizás era el destino. Quizás las personas de buen corazón sí existían después de todo.

En los asientos del medio estaba su héroe, tendría su misma edad, le enfocó la mirada y le obsequió un gesto que pretendía ser una sonrisa, se pasó al lado de la ventana y le permitió ocupar el asiento que sobraba. Fubuki esbozó una ligera sonrisa, tomó asiento y lo miró por el rabillo del ojo.

Hiroto Kira no era un 0, podía ser perfectamente un 10. Con su brillante cabellera roja podía llamar la atención de cualquiera, y aún así el acostumbraba a estar en el medio. Tenía los ojos claros como su aura, era sencillo y de carisma blanca como su piel. Todas aquellas virtudes vestían formalmente, con camisetas de botones que ocultaban las bandas que sonaban en su smartphone.

No intercambiando miradas, el resto del viaje fue silencioso, como debía ser entre dos extraños, sin embargo mantenían aquel cosquilleo por decir "Hola" y presentarse. Tal vez era sólo por compromiso, ambos eran muy amables, pero se encerraron en sus pequeñas esferas de hámster hasta que Shirou Fubuki se bajó en su parada; confiando en que jamás volvería a ver a ese muchacho pelirrojo otra vez. 

Estaba consciente de que ese casual encuentro le había brindado tranquilidad para el resto del día. De alguna manera, ellos compartían varias similitudes, su llamativo cabello, su piel casi transparente y sus ojos claros, le transmitieron confianza. Había alguien más en aquella ciudad que era diferente, que no se confundía con el resto. Lo recordaría como el amable chico pelirrojo que ahuyentó a los lobos y, aunque no lo volviese a ver, se conformaría con saber de su existencia. El resto de su día transcurrió con tanta agitación que Fubuki terminó por olvidarlo.

Ocurrió como un deja vú.

Pasó gran parte de su mañana recorriendo los pasillos de aquella universidad, sólo debía llevar los documentos para presentar la prueba y optar por estudiar Artes. Era su sueño y había dejado la comodidad de su hogar para emprender aquella aventura. Fue en la tarde que logró desocuparse, extremadamente cansado y golpeado por el estrés, se dirigió a la parada de autobús más cercana y se subió en uno que lo dejaría cerca de su departamento. Grande fue su sorpresa al pasear sus ojos por los asientos lo vio a él; llamativo cabello rojo y piel pálida. En aquel momento fue como si todo el peso que cargaba sobre sus hombros se volviera soportable pero, ahora, no sabía qué hacer ¿debía sentarse a su lado o fingir que lo había olvidado? El autobús había emprendido su marcha y él debía tomar una decisión.

No tuvo precedentes, ocurrió de nuevo.

El pelirrojo esbozó algo que pretendía ser una sonrisa amable y se pasó al lado se la ventana, sus ojos claros señalaron el hueco a su lado y Fubuki no dudó en corresponder, tomando asiento en silencio. Ni siquiera podía pronunciar un "Gracias".

Estaba concentrado comprendiendo su entorno, sentía como si hubiese viajado en el tiempo hasta el pasado; el silencio entre ellos y el pelirrojo escuchando las canciones de su mp3. El albino mirándole discretamente por el rabillo del ojo, habían coincidido dos veces en un mismo día, ¿significaría algo? Quizás vivían cerca o simplemente en una misma dirección. Como sea, la vida está llena de casualidades y si se daba a la tarea de buscarle significado a todas, acabaría volviéndose loco. Dejó de pensar y sólo se enfocó en la ventana y lo que había afuera. Había sido muy extraño, debían admitir, pero al bajarze cada quien en sus destinos, continuaron con sus vidas confiando en que no volvería a repetirse.

Pero el destino tenía otros planes, parecía que, en realidad, su objetivo era unirlos de algún modo.

Al día siguiente y al subir al autobús, volvió a encontrarse con aquel chico pelirrojo, quien al verle de inmediato se pasó al lado de la ventana y Fubuki simplemente ocupó su lugar, le echó una discreta mirada a su compañero; los pequeños audifonos cubrían sus oídos, ¿qué clase de música escucharía un muchacho como él? Tenía un aire sofisticado y sus zapatos eran de marca, su rostro permanecía sereno, como sino tuviera problemas en su vida. La curiosidad lo invadió pero no dijo nada, se había perdido en la calma de sus ojos verdes; parecían un lago lleno de misterio y quietud. Fubuki Shirou era de esos a los que no les gustaba quedarse con una duda por muy insignificante que fuera, debía saber qué escuchaba su compañero. Se acercó un poco al pelirrojo, casi podía escuchar los instrumentos vibrar.

No había sido nada discreto. Hiroto Kiyama advirtió el momento exacto en que su compañero de viaje se declinó apenas unos milímetros, como si su oreja quisiera tocar la suya. A Hiroto en realidd no le molestaba que ese desconocido quisiera invadir su espacio personal e irrumpir en su cómoda esfera de hámster. Okay, quizás sí le molestaba un poco, pero él no era nada grosero, contaba con una buena educación y modales. Se volteó a mirarle e intentó sonreírle, pero sinceramente, no era muy bueno con eso de las sonrisas. No conocía la fórmula. El chico le devolvió la mirada con sus enormes ojos grises. Nunca había visto ojos más bonitos. Parecía avergonzado.

–Lo siento.– dijo, aunque no era él quien debía ofrecer una disculpa. –Viajar sin música es muy aburrido.

Fubuki Shirou sintió el rostro arder y le rogó a su corazón no emocionarse, odiaba cuando se sonrojaba, su piel era tan pálida que cualquier cambio, cualquier color, resaltaba.

–Lo siento, no quise...– Pero su intento de disculpas quedó suspendido en el aire, el pelirrojo le interrumpió enseguida.

–Escucha un poco de esto.– invitó, y le tendió el auricular derecho.

Desconcertado, Fubuki tomó un poco de valor y aceptó el auricular, la música le llenó los oídos e hizo vibrar su cabeza. Era fuerte, agresivo, gritando con fuerza sus sentimientos; exigiendo ser escuchado. Características que chocaban con la apariencia amable y tranquila del pelirrojo, un chico que poseía el agua calma en sus ojos claros. Quizás estaba haciendo caras porque su compañero se echó a reír y no pudo más que sonreír con timidez.

–¿Demasiado fuerte?– inquirió.

–Sólo no estoy acostumbrado.– respondió mientras sonreía y Hiroto Kiyama le correspondía.

Ellos no podían saberlo, ni siquiera lo habían anticipado; las cosas eran así, pues sin querer iban camino a dejar de ser dos simples extraños. Se intercambiaron miradas de orbes claros, presentándose mutuamente su curiosidad y ganas por volverse a ver, preguntandose si su compañero pensaba lo mismo. Con el solo de guitarra de fondo, no dijeron nada, las palabras eran innecesarias y sólo con la cálida presencia del otro les bastaba.

Fubuki no se acostumbro a la ensordecedora música de Hiroto, pero se estaba tan bien a su lado que no le devolvió el auricular hastas que tuvo que bajarse.

Y Hiroto Kiyama se quedó pensando que el chico de ojos grises usaba los zapatos más geniales del mundo.

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