6. Lo que solo Gabriel sabe

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ByDanaRosnemt

—Gabe, he traído pizza. —Su favorita, de hecho, con extra de queso y pepperoni. Todo un clásico—. Que puto asco de piso, a ver si limpias de una maldita vez —se quejó disgustada, abriéndose camino hacia la cocina a base de patadas

Lo único que consiguió fue un corto suspiro por parte del chico espatarrado en el sofá. Miraba abstraídamente el televisor y no parecía que tuviera intenciones de moverse. Eso hizo que ella suspirara también, y sin decir una sola palabra más, se dirigió a la cocina para dejar la deliciosa pizza en la primera encimera vacía a su alcance. Luego de encontrar las tijeras, procedió a cortarla, quemándose un poco los dedos; estaba recién hecha.

Perturbada por el profundo e incesante silencio, sacó la cabeza por el maco de la puerta y se quedó examinando el estado anímico de Gabriel. Daba pena.

—¡Urgh! ¿Es eso de ahí un condón usado?

—¡¿Qué?! —picó él en seguida, espantado—. ¿Dónde?

Katia se limitó a sacarle la lengua y a seguir haciendo los preparativos para la cena. Sabía que él, con cierta resignación, iría en su búsqueda. Era siempre lo mismo, Gabriel necesitaba un incentivo antes de preocuparse por los demás.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó inocente entonces, cumpliendo con el presagio de Katia—. Hoy no te he llamado.

—¿Y? ¿Es que solo podemos vernos cuando a ti te interesa, o qué?

—No, claro que no —murmuró, cruzándose de brazos y dejándose caer en una pared—. Es que no te esperaba.

Ella le sonrió por primera vez en cuatro días, el tiempo que llevaban sin verse. Su media melena, teñida a rubio platino, caía en ondas acuosas justo por encima de sus hombros; su raíz castaña era evidente y tenía las puntas un poco estropeadas. Bajo su flequillo recto y despeinado, centelleaban el famoso par de lunas morenas, brillantes, como de charol. Su cuerpo alto y delgado vestía una fina camiseta blanca y unos bombachos. Gabriel siempre había admirado la simplicidad con la que Katia era capaz de mostrar su personalidad, tan natural y auténtica. Por eso se había adueñado del objetivo de la cámara y era la principal atracción en sus fotografías.

—Infravaloras el amor que siento por ti, Gabriel.

El chico rió con sorna mientras se disponía a sacar un par de vasos de su escondite.

—Amor… —repitió divertido, negando con la cabeza—. No sabía que eras esa clase de chicas, Katia.

Katia sonrió de medio lado.

—¿Y qué clase de chica soy?

—La clase de chicas que nunca dice “amor”.

Alzó la ceja derecha con escepticismo y burla.

—Lo que tú digas. —Emplató la pizza y la llevó al comedor, seguida por el chico y la bebida—.  Seguramente tengas razón.

La noche había caído. La luz crepuscular de apenas una hora antes parecía un recuerdo lejano y ambiguo, tal y como lo parecía en aquellos instantes Gabriel. Sentado en la mesa comiendo estaba solamente su cuerpo, su mente divagaba en lugares que Katia desconocía. Todavía, se dijo.

Desde el primer día, Gabriel se le había presentado como un interrogante. Se mostraba ante el mundo como un joven apuesto y excesivamente calmado, aunque su presencia era dada al misterio: era todo un acertijo adivinar que tenía en la cabeza. Katia solía huir de las personas cuyo silencio hablaba más que sus palabras, pero con Gabriel fue diferente. Cuando descubrió su segunda faceta, la del fotógrafo apasionado, relampagueante y talentoso, se dijo que ella debía ser la primera en averiguar que escondía aquella actitud.

Seguía en ello.

—Tú —lo llamó con tono irritado—. ¿Se puede saber qué te pasa?

—¿Hmm? —inquirió él semi-absorto—. Nada.

Se reacomodó en la silla, cogió una porción de pizza y le pegó un bocado descomunal. Katia entornó los ojos.

—Mentiroso. ¿Qué le ocultas a tu amiga con derechos? ¿Es que estás viendo a otras?

—No —contestó él apresuradamente.

Que la pregunta era una broma resultaba obvio para Katia, y también lo hubiera resultado para un Gabriel corriente. Sin embargo, aquel día no estaba en sus cabales. Parecía exageradamente reflexivo, incomodado por alguna razón pese los fútiles esfuerzos por mantenerse tranquilo.

—Gabe, háblame —pidió exhausta, escurriéndose silla abajo y cruzándose de brazos.

Él la miró directamente a los ojos. Por primera vez en cuatro días.

—Es... por el proyecto final. No tengo obras que presentar.

 —¿E ideas?

—Alguna.

—Vale, pues tienes ideas y tienes modelos. Coge la cámara y haz fotos.

—Eres toda una poetisa, Katia. Gracias.

—Tu sarcasmo apesta. Solo trato de solucionar el problema —De pronto le apetecía un cigarrillo—. Pásame una cerveza.

 Gabriel le cedió su botella, abierta y a medio acabar, y cogió una llena para él. Sonrió satisfecho cuando Katia lo fulminó con la mirada, aunque para su asombro mantuvo el pico cerrado y no rechistó.  La escrutó sin disimulo mientras pegaba un sorbo largo a la bebida. En serio, ¿por qué estaba allí? Se había presentado con su pizza favorita sin avisar y no aparentaba tener nada que decir.

Katia iba por libre, hacía lo que quería cuando quería, aunque no era de su estilo aparecer sin más pese tener una copia de las llaves de su apartamento. Se la dio cuando empezaron a relacionarse, y era en circunstancias como esas cuando se arrepentía de haberlo hecho. Aquella noche de jueves su mayor deseo era beber solo y quedarse dormido viendo alguna película, no aguantar a su quisquillosa amiga con derechos. Se sentía extrañamente deprimido, como después de un bajón ocasionado por haber consumido éxtasis. El problema residía en que él no había consumido éxtasis.

Devoraron la comida en lo que dura un parpadeo, enfrascados individualmente en sus pensamientos. Fue una cena más bien silenciosa. En menos de media hora, habían acabado con un paquete de cerveza.

Gabriel se tiró en el sofá nada más terminar de fregar los platos —coaccionado por Katia—. Ella se sentó a su lado. En la tele no daban nada interesante, y aunque lo estuvieran dando el único sonido audible para la rubia eran los suspiros de Gabriel. Se había convertido en una maquina de exhalaciones pusilánimes; bufaba cada dos minutos, era insoportable.

—Hueles a vainilla —le soltó repentinamente, con voz monótona. Se había recostado en uno de sus hombros y le llegaba la característica dulzura de esa fragancia. Notó como el chico se tensaba bajo su mejilla—. ¿Es que ahora eres gay? ¿Es eso?

—Joder, Katia… ¿En serio?

—Bff —resopló—. Si que estás sensible. Pues claro que no eres gay, te trabajas a otra, es eso.

Gabriel gruñó ante el comentario. Katia podía ser de lo más brusca e insensible si se lo proponía.

—No digas tonterías. Sabes que yo no te engañaría.

—No, Gabriel, eso solo lo sabes tú. Pero a mí me da igual: haré que te olvides de ella —susurró muy cerca de su oreja, desabrochándole lentamente la camisa.

Olvidar sonaba muy convincente, aquella noche de jueves.

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Bueno... Al final, dado el escaso tiempo con el que he contado, he optado por un capítulo corto. ¿Cómo lo habéis visto?  7u7

Éste, iwillsetyoufree, junto con el segundo, van dedicados a ti por ser mi segunda, fiel lectora. ¡Muchas gracias por el apoyo! Por cierto, creo que la suerte que me deseaste en los exámenes ha funcionado; y espero que dure, porque se me aventura otra semana durilla...

¡Gracias también a toooodas las que me leéis! Espero poder estar aquí la semana que viene con otra publicación. *cruza los dedos*

MusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora