13. Lo siento.

77 15 7
                                    

— Tengo que decirle. Tengo que decirle. Tengo que decirle.

Allí íbamos de nuevo. Otro día más, otro día en el que Erick comenzaba la mañana hablándose a sí mismo en el espejo, debatiendo si confesarle a Sky sus sentimientos o no.

— ¿Y si dice que no? Mierda, eso lo arruinaría todo. Pero... quizá sienta lo mismo. O quizá...

Sus conversaciones consigo mismo sacaban su lado más bipolar a flote y, aunque debo admitir que a veces era muy divertido verlo así, la mayoría del tiempo era frustrante. Mi amigo se complicaba demasiado la vida con algo tan simple.

La verdad, he notado que muchas personas se complican demasiado cuando se trata de expresar lo que sienten. ¿Por qué es tan difícil para ellos decir "te amo" o "lo siento"? Son palabras simples, pero les cuesta mucho decirlas.

Nosotros, en cambio, no tenemos ese problema. Cuando sentimos cariño por alguien, es casi imposible no demostrarlo, el amor es una sensación muy buena e inexplicable y no podemos ocultarla, ¿por qué lo ocultaríamos? Creo que la clave está en que no lo pensamos mucho, simplemente reaccionamos cuando algo nos hace feliz. No nos detenemos en pensar en las posibilidades de lo que pasará después, incluso si nos lastiman, simplemente amamos.

Sin embargo, aún me faltaba comprender mucho sobre los humanos. Comenzando por Erick, había mucho que desconocía de su vida.

Yo no necesitaba saberlo todo de él para ser su amigo, la amistad de un perro no tiene condiciones. Lo frustrante para mí era que su pasado le impedía ser completamente feliz y al no saber por qué, no podía ayudarle. No sabía cómo ayudar a mi amigo.

Pero debía descubrir la manera.

Al caer la tarde y, debido a que estaba comenzando a hacer viento por la llegada del otoño, los niños se divertían sosteniendo sus coloridos juguetes voladores en el parque y algunos ancianos atraían palomas arrojando migajas de pan al piso. Erick y yo siempre dábamos una caminata en el parque cuando regresaba del trabajo, generalmente Sky nos acompañaba, pero un par de semanas atrás se había enterado que participaría en una obra teatral como personaje principal, así que se quedaba hasta más tarde para los ensayos.

Pero estaba bien, las caminatas sólo con Erick eran igual de buenas. Normalmente nuestro trayecto consistía en dar un par de vueltas al parque, saludar a los señores que practicaban ajedrez, jugar un poco a lanzar la pelota y por último, pasar por el señor de las salchichas. Era mi parada favorita porque siempre había alguien que me regalaba comida. Yo le llamo encanto canino.

Ese día, sin embargo, apenas habían pasado cinco minutos cuando Erick interrumpió nuestra caminata para ir a otro lugar. No sabía a dónde nos dirigíamos así que me daba mucha curiosidad.

Pasamos varias calles, fueron tantas que después de casi una hora caminando había perdido la cuenta. Entonces, justo cuando pensé que probablemente estábamos perdidos, Erick se detuvo frente a un enorme portón negro con un letrero algo desgastado puesto encima de él. Yo no sabía lo que decía, pero seguramente Erick sí, pues tocó un par de veces y casi de inmediato un señor bastante mayor salió a nuestro encuentro.

— ¡Muchacho! ¿Cómo has estado?, hace mucho que no te veía por acá— dijo el hombre al tiempo que abrazaba a Erick.

— Buenas tardes señor Arturo— le respondió Erick con una sonrisa— Tiene razón, es sólo que el trabajo me ha tenido ocupado, pero hoy... hoy necesitaba venir a visitarla.

¿Visitarla?

— Claro hijo, adelante.— El señor se hizo a un lado para dejarnos pasar— Por cierto, ¿cómo se llama tu compañero?

Memorias de un perro callejero Donde viven las historias. Descúbrelo ahora