La vuelta

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   –No sé qué puede llegar a ser tan gracioso. –Volvió a arremeter la joven frunciendo el ceño.

–Mi anillo, si supieras el significado que conlleva este bello anillo. –Mirando a la muchacha, sus ojos comenzaron a tornarse un poco brillantes, como si le hubiesen dado un pinchazo fuerte en su pupila. Tomó asiento –Hace ya un tiempo, una noche fría y oscura en la cual mis pesadillas atormentaban mi velada una llamada irrumpió la misma, vecinos llamaron a mi hogar dando gritos por teléfono. Un coche había embestido el de mis queridos padres, ya estaban grandes, no tenían las habilidades a flor de piel para así poder escapar, lamentablemente cuando llegó la emergencia era demasiado tarde, cuando llegué al lugar mi madre se había marchado de este mundo de la peor manera, gracias al cinturón de seguridad mi padre pudo sobrevivir y este anillo lo conservo desde aquel día. –Hizo una breve pausa con la mirada puesta en su mano y continuó –Era de ella, lo tenía desde que yo había nacido, es el mismo que usó en la noche de su boda, sólo que lo deposito en mi bolsillo cuando entro a trabajar para no perderlo en alguna maceta cuando cambio las plantas, y hoy olvidé colocármelo de nuevo al dejar la florería. –Relató Marcos con vos quebrada y mirada oculta mientras frotaba su anillo con su dedo pulgar, gesto que heredó de su madre.

–Dios mío, qué avergonzada me siento, lo lamento tanto, fui tan, tan brusca, tan desconsiderada.

–Bueno no tenías por qué saberlo, fue algo muy duro para mí, desde ese día aprendí a vivir la vida de otra manera, igual debo admitir que me sorprendió tu preocupación por mi estado civil. –Bromeando le dijo a Gabriela, quien sonrió todavía un poco apenada por la escena de hacía unos momentos, la charla siguió, ya con más comodidad para ambos.

– ¿Ahora dime como terminaste tú en la florería luego de vender cuadros? – Preguntó ella, recordando aquella noche que se enviaron dichos correos electrónicos.

–En realidad yo nunca fui vendedor de obras, solo probé suerte como lo hago todo el tiempo. –Admitió Marcos riendo de la situación al ser descubierto. – Siempre me dedique a rebuscármelas en lo que sea, vendía zapatos, cortaba el césped en hogares que lo necesitaban, luego vendí unas pinturas de una artista que recién comenzaba y eso fue lo que me dio mayor ganancia, por supuesto que solo fue carisma y actitud lo que las lograba vender, fue eso lo que me entusiasmó a probar suerte con ese negocio, pero claro no tuve éxito alguno, asique simplemente busqué empleo en la florería, y bueno aquí estoy, bebiendo un delicioso café expreso con una de las mejores clientas que tuve.–Sonriendo Marcos contó sus anecdóticas experiencias laborales.

–Bueno al menos tiene un curriculum bastante amplio señor vendedor de lo que sea. –Carcajeando expresó Gabriela mientras siguieron conversando por largo rato.

La madrugada llegó y los jóvenes ya iban por el segundo café, sin medir las horas conversaron un poco más de las dos, soplaba un leve viento cálido y la noche era hermosa, al terminar la charla los jóvenes abandonaron la cafetería y el decidió acercarla a su hogar. Cuando llegaron Marcos no podía creer el inmenso lugar en el cual vivía la joven que había terminado de compartir un café momentos antes. Bajó de su coche, abrió su puerta y dándole la mano la ayudó a bajar del mismo.

–Bueno hasta aquí llego yo señorita, espero la hayas pasado lindo, como yo la eh pasado, siendo sincero hacía mucho no me sentía de esta manera. –Recalcó el joven con entusiasmo y frescura en la hermosa noche de primavera y luna llena.

– ¿y se puede saber cómo es que te sientes? Expresó ella con sonrisa pícara y ojos desvergonzados. Sin darse cuenta de que todavía no se habían soltado la mano siguieron observándose unos segundos, Marcos reaccionó al darse por enterado.

GABRIELADonde viven las historias. Descúbrelo ahora