Capítulo uno

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De repente mi alarma sonó, eran las 6:00 am en punto; al girar mi cabeza noté la fecha escrita encima de mi alarma, decía viernes 13 de octubre; era el día de mi cumpleaños.

Apagué la alarma y me levanté rápido de mi cama, crucé mi cuarto hasta mi baño y empecé a lavarme la cara.

A pesar de ser mi cumpleaños, este día me había levantado más cansada de lo normal, hacía ya mucho tiempo desde la última vez que había disfrutado mi cumpleaños; cada año, la chispa que nacía dentro de mí que me hacía disfrutar este día se iba apagando más y más hasta que el 13 de octubre se convirtió en un día como cualquier otro.

Estaba sumamente cansada, no había logrado conciliar el sueño anoche por todos esos pensamientos que rodeaban mi cabeza a la hora de acostarme en mi cama, estaba harta de seguir asistiendo a mi escuela. Faltaban un año para terminar la preparatoria y poder largarme a un lugar lejos de todos esos malos recuerdos y rehacer mi vida, esa era la luz de esperanza que me iluminaba cada ciertos días, pero el hartazgo y la tristeza invadían mi cuerpo de nuevo y no evitaba volver a pensar en lo miserable que era mi vida.

Cambié mi pijama por unos jeans y una blusa blanca y bajé las escaleras de mi cuarto llegando de mala gana hasta la cocina, donde ya estaba el desayuno servido al lado del plato de mi mamá.

Mi casa era un tanto pequeña pero era acogedora, vivíamos mi mamá y yo juntas, tenemos un patio trasero hermoso con una piscina, aunque no la usamos muy seguido. Me asomé por la ventana para ver el jardín y rápidamente recuerdos vinieron a mi memoria donde una pequeña niña de 3 años jugaba con su papá a mojarse con globos de agua mientras corrían por todo el patio. De repente, mi mamá se mostró delante de mí, ella aún seguía en pijama, era de ovejitas, al verla así no pude evitar soltar una pequeña sonrisa que logró devolverme el ánimo un poco.

—Buenos días mi hermosa festejada —dijo tomando mi mejilla derecha y apretándola. Hice una mueca y tomé su mano para quitármela de mi cara.

— ¿Lista para tu gran día? —preguntó. Asentí, mi mamá solo sonrió y se sentó a mi lado mientras yo empezaba a comer el huevo revuelto y pan tostado que me había preparado.

—Oye hija —dijo con un tono ligero de duda. —Estaba pensando en que siempre invitas solo a Maddie a la casa por tu cumpleaños, yo sé que no te llevas bien con todos pero que te parecería si esta vez haces una fiesta, yo puedo irme un rato fuera de casa para que tú estés con tus amigos —.

— ¡No mamá! —exclamé interrumpiéndola—. Tu bien sabes que no soy la chica que organiza fiestas e invita a toda la preparatoria, además, Maddie es mi única amiga y es la única que me entiende —.

—Yo entiendo eso mi niña, pero es una gran oportunidad de conocer nuevos amigos, no debes invitar a toda la escuela, con dos o tres amigos más basta —dijo mi mamá intentando convencerme.

—De verdad que no creo que sea una buena idea mamá —intenté convencerla. —Mafer, creo que estas exagerando las cosas, la gente termina cambiando, no creas que todo es igual por siempre, puede que te lleves una sorpresa y veas que esos chicos ya maduraron un poco. Vamos, invita a 10 personas, además te falta muy poco para irte a la universidad, deberías de socializar más —terminó de decir mi mamá con un tono más serio.

— ¡No quiero mamá! —le grité—. No me puedes obligar, no quiero volver a verlos nunca más cuando me vaya de esa estúpida escuela, tampoco quiero que un rumor mío esté en boca de todos y vuelva a ser la misma chica solitaria. No me puedes obligar. No lo voy a hacer. — terminé de gritar mientras unas cuantas lágrimas empezaban a recorrer mi mejilla.

Mi mamá bajó la mirada y me abrazó.

—Tranquila hija, discúlpame si te hice sentir mal, mi intención no fue esa. —dijo mientras limpiaba mis lágrimas con las mangas de su pijama—. Si no quieres hacerlo no te voy a obligar, pero solo tenlo en consideración, ¿está bien? —.

Asentí de nuevo y volví a mi plato. Ella tomo su desayuno el cual ya había terminado, lo dejó sobre la barra de la cocina y subió a su cuarto. —Te amo, ¡feliz cumpleaños Mafer! —soltó un pequeño gritito emocionado.

Susurré un corto "gracias" y terminé mi desayuno. Sola.

Entre cada bocado que comía de mi pan tostado podía sentir la escena que hice hace un rato con mi mamá muy fresca en mi cabeza; tal vez fui muy necia, pero de todos modos no me iba a convencer. Después de tanto drama y años de terapia no iba a tirar todo mi pequeño avance por la borda simplemente por haber hecho una fiesta de cumpleaños. Sin embargo, las palabras de mi mamá resonaban en el interior de mi cabeza.

"Deberías de socializar más" me dijo.

Por alrededor de 6 años, la única persona con la cual recuerdo haber pasado momentos agradables ha sido con Maddie, mi mejor amiga desde los 12 años. Además de ella, no existía alma alguna que me dirigiera la palabra o que supiera de mi existencia en la escuela, tampoco es que yo lo anhelara; pero el hecho de que mi círculo social se reduzca a una sola persona no me había hecho tanto énfasis como ahora.

Tal vez podría invitar a unas cuantas personas.

Apenas pude terminar de pronunciar esas palabras y mi memoria se nubló de varios recuerdos borrosos de aquel día, volví a sentir los jalones, las ganas de desaparecer y de tirarme al piso a llorar, toda la humillación que tuve que pasar. Empecé a sentir que me faltaba el aire y corrí hacia la ventana y la abrí, necesitaba un poco de calma y respirar profundo. Toda mi mente se llenó de pequeñas voces recalcando mis inseguridades; en voz baja empecé a repetirme.

—Estoy bien, estoy bien, estoy bien —.

Sin pensar más bloqueé esos pensamientos y tomé agresivamente mi mochila y le grité de lejos a mi madre que me iba de casa.

—Nos vemos hija, te amo —alcancé a escucharla a ella gritar también.

Esperé en la parada del autobús escolar mientras veía mi celular, en algún momento llegó mi transporte y subí en él. Subí los escalones y rápidamente me moví hasta los últimos asientos del autobús para evitar llamar la atención. No quería que nadie siquiera tuviera la mínima intención de desearme un feliz cumpleaños, aunque en el fondo sabía que nadie lo sabía.

Me propuse a escuchar música en lo que llegábamos a la escuela pero antes de poder hacerlo escuché unos gritos que venían desde lejos, el autobús paró de repente y un chico alto de pelo castaño subió los escalones del autobús, se notaba cansado y sudado; parecía que había corrido para alcanzar el autobús; al principio no lo reconocí pero cuando logré ver sus ojos color miel inmediatamente noté que era en realidad Isaac, mi compañero de clase.

Feliz Muerte MaferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora