3-La oscuridad duele, pero el silencio lo hace más

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Miré mi figura a través del espejo. Y no, no era esas típicas miradas que das antes de salir para ver si encontrabas algo que pudieras arreglar de tu aspecto. Yo buscaba algo más: un indicio de locura, de imperfección. Busqué "la mirada" que hace cuatros años atrás me había llevado a cometer un acto imperdonable. Verán, "esa mirada" —como le describió mi mamá a mi terapeuta. —estaba compuesta de maldad, excitación, emoción y algo que no entendía—y que yo tampoco lograba comprender. pero le llamaba determinación. Tenía tanto tiempo que no la veía, pero ahí estaba. No me preocupé, sabía que lo único que no me hacía falta era inseguridad. Me obligué a concentrarme en el presente, en los actos que estaba a punto de hacer.

El sábado ya había comenzado. El día era muy soleado, lo bastante como para que comenzara a notar una capa de sudor en mi frente. Logré sobrevivir el resto de la semana sin ser descubierta. La verdad fue muy sencillo, iba por aquí y por allá con mi rutina normal, sin hacer comentarios innecesarios que podrían delatarme. También me había encargado de reunir todo lo que necesitaba: suficiente dinero, agua, un blog de notas y bolígrafo—típico de una espía, lo cual no me hacía sentir mejor. — y una cámara con la carga llena y tres baterías más de repuesto. Tomé mi bolso y lo colgué en mis hombros. Llevaba puesta ropa deportiva y una gorra a juego con el pantalón de licra negro. La franela era azul al igual que mis zapatos; desde pequeña siempre me había gustado llevar puesto ropa que tuviera que ver. Consulté mi reloj de muñeca y vi que ya faltaban 2 horas para que el encuentro misterioso se diera. Salí con prisa y sin problemas, nadie estaba en casa y si volvían antes no se preocuparían por mi paradero.

Caminé a paso apresurado y llegué hasta la parada para tomar un taxi. Le di la dirección y se puso en marcha sin hacer ningún comentario sobre el lugar; tampoco miraba por el retrovisor para reprocharme el hecho de que fuera sola a un sitio como ese. Me sentía como en una película, como si lo que sucedía no me pasaba a mí, sino a alguien más en mi cuerpo. Alguien que yo conocía, pero había olvidado. El lugar no se me hacia desconocido, había estado allí en varias ocasiones para presenciar carreras ilegales. El señor me dejo al frente de una fábrica de plástico a la cual no se le veía el nombre por lo oxidado del cartel. Pensé en ir mas allá, mas lejos de la entrada, pero el señor se negó alegando que era un sitio peligroso como para meter su carro, tenía razón. Pagué y me bajé.

Entonces fue cuando empezaron los problemas.

¿En qué lugar se suponía que se verían? La zona industrial era grandísima. Había un montón de galpones, un montón de fábricas, un montón de lugares que yo no conocía. Podría ser en cualquier sitio. Me sentí idiota. ¿Cómo no lo pensé antes? Bajo el sol ardiente, di una vuelta sobre mis talones para poder enfocarme en algún sitio. La reunión se iba a dar en unos cuantos minutos y yo no tenía ni idea en donde podía empezar a buscar. Quedarme parada ahí era más peligroso que caminar, así que me decidí por lo segundo. Me apresuré, veía a los carros pasar con miedo. La verdad es que no estaba segura, cualquiera podía raptarme o robarme, así que no estaba tranquila.

¿En dónde podrían reunirse? Lo cierto era que había leído muchos libros y sabía que los criminales eran cautelosos con reuniones y por eso elegían un lugar poco habitado, preferiblemente casi abandonado. ¿Por qué pensaba en el padre Lucas como un criminal? ¿acaso ya mi mente se había acostumbrado a pensar en él como en uno?

Entonces comprendí. Yo estaba en un lugar solo y perfecto para reuniones clandestinas. pensé otro poco y sentí mi mente crujir. El foco se me prendió y salí corriendo tres cuadras más arriba, ya por aquí no pasaban carros. Nadie quería arriesgarse, excepto yo. La única alma que estaba allí en medio de la nada, o eso creía. Consulté mi reloj: 3:05pm. Levante mi vista y ahí estaba cruzando en la esquina el carro oscuro del padre. Era inevitable no saberlo ya que día a día lo veía entrar y salir del estacionamiento de la iglesia.

Con movimientos torpes y apresurados, saqué de mi bolso la cámara y logré esconderme detrás de unos escombros. Lucas salió del auto, miró detrás de si de manera insegura y luego se relajó de hombros al darse cuenta de que nadie lo seguía. Buscaba algo con urgencia dentro de su bolsillo y cuando sacó un paquete de cigarrillos con un encendedor no pude evitar sentirme traicionada. Comencé a apretar el botón de mi cámara mientras él fumaba y se palpaba sus testículos. Me pareció desagradable. No me dio tiempo de pensar en cómo me sentía porque por la misma dirección de la que él había venido, llegó una camioneta de color blanco. Se estacionó cerca de su carro y dos hombres se bajaron para acercarse a él.

Lucas no se veía nervioso, al contrario, se notaba entusiasmado. Parecía que vería a un pariente suyo después de mucho tiempo. Yo temblaba levemente. Este era el momento por el cual esperé y me preparé tanto. Comencé a disparar fotos casi de manera frenética mientras se saludaban con un abrazo fraternal y compartían cigarrillos. Los hombres eran peligrosos. Ya estaba claro. Para mi había sido suficiente y estaba lista para partir de allí. Tenía lo que quería: pruebas. Y casi me echaba a llorar allí mismo por lo tonta que había sido. Claro que lucas era sospechoso y por supuesto estaba involucrado. De la cintura de los dos tipos sobresalían una pistola. No podía describir cual era porque no lo sabía, para mí solo era un arma el cual podían utilizar en mi contra si me descubrían.

¿Cómo reaccionaría Lucas al enterarse que yo estaba allí, siguiéndole?

Para entonces, ese era la menor de mis preocupaciones. No me había dado cuenta de que un tercer vehículo estaba allí y que había aparcado por el lado contrario hacia mi dirección. Probablemente ya me habían visto, pero yo aún no lo sabía. de hecho, no sabía nada. No lograba escuchar ni pio de lo que decían en su charla que ya había tomado un camino más serio. Paso el tiempo, calcule unos treinta minutos y ya los hombres se estaban montando en el auto. Yo por mi parte, tomé nota de la matrícula, describí detalladamente aquellos rostros sin nombres: El piloto, (el que parecía al mando), era alto, con brazos musculosos y tatuajes en ellos. En el cuello también tenía uno, era como un dragón, pero no estaba segura ya que desde mi sitio no podía detallarlo bien. El otro, era más bajo que su compañero, carecía de cabello y era igual de fornido que el primero. Para nada alentador.

Los seguí con la mirada hasta que no quedo rastro de ambos vehículos. Comencé a respirar con normalidad nuevamente, estaba aliviada. Ya podía salir corriendo y volver a casa. Ya tenía la mente abierta y con muchas cosas que asimilar. Tenía bajo mi poder algo importante, por ende, me sentí igual. Recobré la postura, mis huesos tronaron y me estiré. El sol había sido cubierto por las nubes y el viento se hizo más pronunciado. Comencé a caminar, no me di cuenta de que me seguían.

Otra camioneta, (esta de color negro) me llevaba la pista desde hace un par de cuadras, pero Cuando conseguí comprenderlo era muy tarde. Un hombre gigante—sí, ese hombre delante de mi parecía a La Roca. — se puso en mi camino. No era el mismo al que yo había descrito hace unos minutos atrás. Me llevé una mano a la frente con disgusto, ¡claro que no eran los únicos!

Intenté retroceder, pero alguien me lo impidió, mejor dicho, el pecho de alguien que al menos medía dos metros. Estaba perdida. Mis piernas se pusieron como gelatina y mi pecho se fundió en miedo; miedo genuino y que no había presenciado desde hace mucho tiempo. trate de escabullirme por el costado, que era el único espacio que quedaba libre y no sabía cómo lo había logrado. Corría rápido y sin ver adelante, estaba por conseguirlo. Solo tenía que seguir el ritmo y llegar hasta la verdadera civilización por ayuda. pero ellos tenían otros planes y no eran tan estúpidos como hacían ver las películas de acción. Estos tipos no eran los típicos hombres musculosos sin cerebro.

Un golpe me hizo frenar.

Me costó un poco comprender lo que había sucedido por el impacto. Los oídos me silbaban y me atormentaban. El dolor no se quedaba atrás.

La camioneta negra se atravesó en mi camino cuando pretendía cruzar la calle corriendo y huir de los matones. Hizo una maniobra que yo solo había logrado observar en las películas y en efecto, choqué con ella con tanta fuerza que todavía podía escuchar el sonido de mi cuerpo impactando contra el vehículo. El bolso había salido disparado lejos de mí, lo cual lamenté. Intenté levantarme, casi lo lograba, pero uno de esos hombres me levantó bruscamente con un solo brazo como si yo fuese papel mojado.

Sentí otro golpe. Mas bien, escuché como algo golpeaba la parte inferior de mi cabeza y me dejaba inconsciente.

Esa misma tarde comprendí dos cosas que aún mantengo conmigo: que la oscuridad duele, pero el silencio que había dentro de mí lo hacía más.

Yo solo quería volver a casa... pero lamentablemente pasaría bastante tiempo hasta que eso llegara a ocurrir. 

No es lo que pareceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora