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(tic tac, tic tac)

La inminente muerte de Tomás en una semana se volvía una posibilidad tan concreta que me devolvió de golpe a la realidad. Él, al mirarme a los ojos, notó la inquietud en mi rostro y preocupado me preguntó si me sentía bien.

(¿Por qué si apenas me estoy dando cuenta de mis sentimientos, quieren separarnos? ¿En verdad te quedan tan solo seis días más de vida?)

–Si te sientes mal puedo pedirte un taxi–. Sus ojos pardos, casi verdes, penetraban sin ningún filtro en lo más profundo de mi alma. (¿Cómo no me di cuenta antes?)

–No, por favor acompáñame caminando. Estoy bien–. No quería que nuestra improvisada cita terminara. No aún.

Pero fue casi llegando a mi departamento, cuando aquel chirrido ensordecedor, seguido por el golpe seco y duro quedaron suspendidos por largo rato en el ambiente. Y también en lo más profundo de mi ser.

La luna, burlona, iluminaba con violencia la terrible escena. El auto incrustado contra el muro, un amasijo de fierros retorcidos y deformes despidiendo humos y olores metálicos. Gotas de un líquido espeso y caliente formando un charco, y aquel ruido agudo y constante que me taladraba los oídos. Yo yacía tendida en la vereda, aturdida y salpicada de sangre. Su sangre. La sangre de Tomás. No, no, ¡¡Noo!! Ignorando mi dolor, me acerqué a él arrastrándome como pude. Pero él ya no parecía sufrir.

Lancé un grito desgarrador al cielo, enojada, desolada.

–¡Aún faltan seis días! ¡¡Aún me deben seis días junto a él!!

Golpeé con fuerza el pavimento. Me sentía engañada, impotente, y tan sola. Esto no podía estar pasando. Decidida a no rendirme, con desesperación busqué su pulso. Era débil, apenas perceptible, pero todavía existía. Tomás aún seguía aquí. Conmigo.

Con las pocas fuerzas que me quedaban, conseguí llamar a una ambulancia. Luego me acurruqué a su lado, le tomé la mano y, aletargada, me uní a su inconsciencia con la esperanza de que al despertar todo estaría bien.

Por favor, todo tenía que estar bien.

Siete DíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora