Belleza ||Segunda parte||

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El aire entraba por las tres o cuatro cristaleras rotas del campanario. La luna hacía ver el reflejo de las cristaleras apagado, y casi funesto. Alexander miró las cristaleras y se preguntó cómo luciría Magnus bañado en sus colores. Como la luz de sol, transformaba esos vidrios policromadas en una paleta que pintaba todo lo que estuviese en el campanario. Sonrío, se sentó en altillo que le servía de cama, apartó las sabanas y saltó. El aire impacto contra su cuerpo desnudo, obligándolo a ponerse, por lo menos, unos pantalones. Buscó los fósforos y encendió un par de casi derretidas velas. No daban mucha luz, casi ninguna, pero era mejor que nada. Miró sus cuadros. Infinidad de mujeres desnudas, todas ellas habían posado para él en aquel campanario sin campana, bañadas en las luz de las cristaleras. Todas ellas eran hermosas como diosas, pero de lo más banales como humanas.

Magnus se vería mil veces mejor. Él sería su musa, su inspiración, el protagonista de sus cuadros, el dueño de su vida y alma y el Dios al que rezaría. Sonrió, tomó su camisa y apagó las velas.

Abrió la compuerta, bajo las escaleras del torreón y llegó a la planta principal. Allí en los bancos ya maltratados había personas durmiendo. Prostitutas con sus hijos, viejos vagabundos locos, y como él, artistas sin un lugar donde caerse muerto. Salió sin hacer ruido, para evitar despertar a los demás. Movió el tablón de madera que hacía de puerta, y al salir lo volvió a colocar.

El aire frio impactó contra su pecho desnudo, provocándole una escalofrió. Su piel se erizó, incluso cuando se pasó la camisa por la cabeza, tapando su desnudez. Se metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar alejándose de la iglesia abandonada.

Paseó por un nocturno Paris, preguntándose cómo su mitad estaría dentro de esa desgracia que Alexander quería hacer desaparecer. Ver sonreír a Magnus incluso dormido, poder ser el sinónimo de felicidad que Magnus se merecía, en eso se quería convertir. Dejaría las drogas, ya no las necesitaría para encontrar el arte teniendo a Magnus.

Solo tenía que esperar a que Magnus volviese a él.

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¿Por qué había vuelto? Tenía que haberse quedado en la calle, durmiendo en el suelo como un perro, hubiese estado mejor.

Tenía que haberse ido con Alexander. Se sorprendió a sí mismo con ese pensamiento. Suspiró.

El crepitar del fuego le relajaba. Ver la chimenea le recordaba lo que debería ser un hogar feliz. Tenía sueño, pero era incapaz de descansar adecuadamente bajo el mismo techo que Camille. Quizás aún podía encontrar a Alexander, quizás por primera vez en su vida tendría algo de suerte.

Se levantó de su asiento, dispuesto a hacer algo que jamás había hecho: vivir.

¿Era una locura? Sí. ¿Se arrepentiría? Posiblemente. ¿Lo deseaba más que nada? Evidentemente.

Salió a la calle con el corazón martilleando como loco. Dicen que las viejas almas siempre acaban por encontrarse. Y con esa creencia caminó entre la negrura, hasta llegar a la misma fuente. Se negaba a pesar, pues sabía que si pensaba se echaría atrás y volvería a lo que se obligaba llamar "hogar".

Suspiró, intentando detener el temblor de sus manos, como si supiera que Belleza aparecería en cualquier momento. Y allí lo vio. Acercándose a él con tranquilidad, como si hubiesen quedado con él allí. Se sentó a su lado sin decir nada. Mirando al frente. Como si fuesen desconocidos y es que... lo eran. Se habían conocido esa misma mañana. No se conocían, Magnus no sabía quién era en realidad, pero su estupidez y su inmadurez le habían llevado hasta allí. Se levantó sin decir nada, pero no se alejó, se quedo allí, en pie.

Malec AU-One-shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora