«Con una sonrisa de tus labios, mi alma podría salvarse.
Sin embargo, el destino te dio el papel de ser mi verdugo.»
Doce historias de amor trágico. Desde hijos abandonados a amantes asesinados, la cara t...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Los ojos de ambos se iluminaron al encontrarse entre la multitud. Bajo el intenso sol del antiguo Egipto, el sonido de los látigos y los gritos de los esclavos fue presagio del camino lleno de espinas que habrían de andar juntos.
En esos tiempos cuando aún la inocencia reinaba, entre Osaze y Merary, la prometida del príncipe, nació una relación perfumada por los lotos del río Nilo, una pasión atrapada en un ciclo de eterno renacer.
A escondidas, entre las ondas del agua y los susurros de los templos, el fruto de sus encuentros llegó pronto a la vida. El cabello castaño de la madre, los ojos oscuros del padre. Alegría y desgracia trajo a partes iguales su presencia ya que la muerte, tomando el rostro del Faraón, pronto se llevó al joven que había enseñado a la muchacha noble las bellezas del alma, la libertad y la felicidad de caminar de la mano sin ningún objetivo claro.
El diminuto ángel que apenas ajustaba su mirada a la nueva realidad, fue enviado junto a su padre a los caminos de Anubis mientras los gritos de su madre rompían en trozos a quien escuchaba.
La tierra aceptó la ofrenda del monarca, los lotos rosados volviéndose tan hermosos como las pinturas a los Dioses. Sin embargo, las ancianas prevenían a los jóvenes no acercarse a disfrutar el espectáculo, ya que las raíces de la orilla poseían espinas como colmillos y los bulbos parecían más bocas hambrientas.
La escena de ensueño que formaba el mar de flores fue el sitio ideal para la boda real. A orillas del Nilo se concretó el enlace de la mujer rota con el futuro dios del mundo. Una unión que no conocía de amor, un lazo calculado en sus beneficios hasta el último grano.
El Faraón observó con satisfacción la belleza de la novia, la tranquilidad de su hijo. El futuro era esplendoroso.
De entre los vestidos de la nueva princesa, surgió una daga. La máscara de la familia se transformó en un rictus de terror al ver el reflejo del Faraón en el cuchillo. La curvatura del filo imitaba la forma de los labios de Merary, mientras dibujaba una sonrisa roja en la blancura de su garganta.
El quejido gutural de la vena abierta entonaba una condena. Sus ojos, tan azules como el cielo, ahora eran dos puntos de oscuridad que refulgian en un sentimiento infernal. Los lotos se mecían en el viento imaginario. El silencio se la fiesta era aquel previo al impacto de un rayo, previo a la muerte.
«Hombre de duro corazón que a nadie ha amado, yo te condeno a sufrir por cada flor de loto que se alimentó de la sangre de mi hijo y esposo».
La joven transformada en bruja elevó una mano al cielo, ahora gris y preñado en tormenta. La cabeza del dios de la muerte se formó en el nubarrón del más oscuro tono al tiempo que el poder de Imn arrancaba las decoraciones, mesas y a los invitados de sus asientos.
El agua transmutó en un líquido oscuro como el vino en cuanto Merary rozó la espuma con sus pies. Su canto era un chillido, las bellas decoraciones de su traje de novia bendecidos en sangre.
«Trece flores de amor en trece vidas. Trece espinas que te harán sentir mi dolor».
En la última palabra, el cuerpo del Faraón al fin reaccionó. Una condena tan grande no era digna de él, un presagio maldito de infortunios en sus siguientes reencarnaciones.
Intentó alejarse, huir, pero ya era tarde. Las raíces abrazaron sus tobillos, los lotos abrieron sus flores y unas lenguas purulentas lo apresaron. La falta de oxígeno lo aprisionó pronto en su cárcel rosada, los ácidos digestivos hirieron sus carnes.
Y la voz de la bruja seguía tronando. Mutaba, evolucionaba, como si miles de personas hablabaran al mismo tiempo en todos los idiomas del mundo. Conversaciones de escenas futuras, sollozos de desgracias aún por ocurrir.
Un hombre llevando a su amante al suicidio.
Un espíritu perdiendo al hijo de su corazón.
Padres enterrando a un hijo no deseado.
Un hombre abandonado por su mujer y sus hijos.
Un hombre desfigurado rechazado por su patria.
Una madre despreciada por su hijo.
Una chica destinada a sufrir en soledad.
Un esclavista enamorado de la negra escapada.
Un hombre arrojado de la gloria en el puesto más alto de su ambición.
Una madre perdiendo al único hijo de su vientre.
Una mujer afeada por una obsesión.
Un padre perdiendo a su única hija por el cáncer.
Un hombre suicida por el dolor en su corazón.
El Faraón comprendió, en sus últimos instantes, el tamaño de su castigo. Y por primera vez en su existencia, su corazón se detuvo de horror.