Era una fría mañana de otoño, el suelo estaba lleno de hojas que daban al suelo un hermoso color dorado. Emilio estaba sentado debajo del árbol que él llamaba “De la vida”. Él descubrió ese árbol hacía mucho tiempo, en su niñez y desde entonces se había convertido en su amigo y compañero fiel.
Junto a él leyó los libros que cambiaron su vida, allí, en esa misma banca se enamoró por primera vez, pero ese amor no salió bien y le rompieron el corazón. Volvió a atreverse a amar entregó el corazón y el anillo de compromiso. Junto a ese árbol una hermosa tarde su esposa le dijo que sería papá. Unos meses después nació una hermosa niña a la que bautizaría Sandra. Su madre la llevaría a recibir sol, por aquello de la vitamina D. Ahí mismo, en esa banca la enseñarían a decir mam-má y meses después la alentarían a dar sus primeros pasos.
Sandra crecería, convirtiendo ese mismo árbol en su cómplice, sería testigo de sus primeras cartas de amor, de su primer beso, de la primera vez que lloró porque le rompieron el corazón, y se dedicó a entregárselo a los más necesitados. Por eso, 5 años antes, en esa misma banca Sandra, con la cabeza recostada en el hombro de su padre, le había dicho mientras le agarraba su mano:
─Me voy para Colombia.
En ese momento su padre se giró para mirarla, abrió la boca para decirle, para recordarle que esa gente pobre, que produce droga nunca saldrá adelante porque ellos mismo son sus peores enemigos. Pero no pudo decir nada. Sandra, como presintiendo su respuesta, le dijo sin mirarlo:
─Ya tengo la documentación lista, papá. Ellos necesitan lo que nosotros podemos darle.
Emilio entendió que ningún argumento sería válido y que por el contrario, ella le daría la vuelta para usarlo a su favor, así que resignado le recordó:
─Salvar al mundo puede ser agotador…
─Por eso sólo salvaré una persona a la vez─. Dijo Sandra sonriendo y le dio un beso en la mejilla a su padre.
Tres años después, Sandra había vuelto y juntos, habían llorado la muerte de quien fuera una maravillosa esposa y madre.
“La naturaleza necesita equiparar las cosas, somos demasiadas personas y los recursos no alcanzan para tanto” había dicho Emilio para consolarse, no entendía que un Dios pudiera castigarlo permitiendo que dos seres que se amaban tanto se separaran tan abruptamente. Hoy, dos años después, Emilio estaba sentado en la banca, recordando lo mucho que Sandra disfrutaba del Otoño, decía que era una época perfecta. No era alegre como el verano, o gris y fría como el invierno ni tenía la tarea de estar en medio como la primavera. El otoño era una época perfecta, uno podía sentir nostalgia, pero no se deprimía como en el invierno ni lo abordaba un sentimiento de culpa por empañar la alegría del verano. Por eso había escogido ese día para volver. Emilio miró el reloj: 4:45 seguro que el avión en que venía Sandra estaba aterrizando.
***
Sandra estaba sentada en la cama de su padre, viendo por la ventana a lo lejos el maravilloso árbol que había marcado sus vidas. Ahora estaba ahí sentada con una simple nota en sus manos que decía:
Querida hija:
Quizás no sé si llegarás a entenderme o perdonarme. Pero era necesario hacer esto. Hace dos meses los médicos me dieron mi sentencia de muerte: tumor cerebral. Bueno, eso fue lo que yo entendí. Me dijeron que me quedaba poco tiempo de vida y que quizás perdiera la memoria, y otras funciones. Ese día entendí por qué querías salvar una persona a la vez. Ahora, es mi momento de salvarte, de evitar que lo último que recuerdes de mi sea un cuerpo enfermo incapaz de reconocerte.
Te amo y siempre te amaré.
***
Bajo la sombra de un árbol, un niño juego mientras su madre, sentada en una banca, mira al horizonte, suspira y deja escapar una lágrima. El niño la mira y le pregunta por qué llora. La madre, le dice que recordaba una historia que su padre le había contado de pequeña. El niño, curioso le dice que quiere escuchar la historia y ella empieza preguntándole: ¿quieres saber por qué este es el árbol de la vida y quién le dio ese nombre?