Los fantasmas del pasado se amontonan, las cadenas se encarnan. No se van, todos hablan y quieren ser escuchados. En un rincón de un corazón cansado, una mente exhausta: existe el deseo de dejarse ir, de nadar entre los fantasmas y recordar lo que alguna vez fue.
Una música familiar y melancólica se abre paso durante los momentos de debilidad. Nubla los sentidos, se arraiga en el pecho y pesa, cada paso conlleva más esfuerzo que el anterior.
Es un dolor de cabeza, esa lucha constante entre el presente y el pasado. Dicotomía sobre la vida y la muerte. Tomadas de la mano, son estrellas fugaces que se aferran a no desvanecer, a marcar a cada individuo que las ve.
Si destello me recuerda a su sonrisa, el rastro de luz sobre el cielo me recuerda a su voz. Lo fugaz, me recuerda su tiempo conmigo y lo hermoso, es el simple recuerdo en general. Lejos, único, un evento que no se repite. Improbable, pero real.
Las partituras de esa música lúgubre son familiares, algunas se repiten en ciclo. Memorias que no mueren, que no se van. Se quedan con una foto, con un lugar, con una situación. No se van, solo aumentan con el paso inevitable del tiempo. Puedes cantar al son, pero las lágrimas a veces son traicioneras. Húmedas, corrosivas y destructoras.
Todo lleva tu nombre, tu aroma. Todos los fantasmas tiene tu rostro y todas las melodías son tu voz. Tus promesas rotas.
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Confesiones de una mente inestable
Non-Fiction¿De quién? ¿Para quién? Aún no lo sé, pregúntenle a la mente inestable. Sus secretos son muchos que confesar.