~ Confesión 8

19 7 0
                                    

La felicidad se desvanece, pero siempre y de manera inesperada, vuelve. Tal vez en forma de una sonrisa única, unos ojos hermosos, una piel tersa, una barba que pica. La felicidad siempre está allá fuera, pero a veces sentimos que juega a evadirnos o que no tenemos alcance suficiente para atraerla a nosotros. Puede ser que nos falten las ganas de perseguirla, viejas heridas y malas experiencias suelen pesarnos y nos dejan agotados.

No siempre se tiene el espíritu fuerte, ni la paciencia necesaria para darle tiempo a la felicidad de volver. La mayoría del tiempo, sin pensarlo, ponemos un límite y cuando la felicidad no llega dentro del tiempo esperado, sufrimos. No sabemos observar, no miramos más allá, no notamos que la vida no se rige por nuestras creencias ni deseos. El ciclo de la vida tiene voluntad propia, tiempo diferente al nuestro.

La frustración hacía la felicidad también es un impedimento, es un gran muro que puede costar mucho trabajo de derribar, pero siempre ha de llegar alguien con las herramientas necesarias. No sabemos que tipo de herramientas necesite la persona que traté de llegar a nosotros. Demasiados muros reforzados, pocas ganas y un espíritu dañado no lo hacen fácil. Deberíamos cambiar, pero hay muchos pasos a seguir y ningún manual que no maltrate un poco antes de enseñar una lección.

El espíritu espera la felicidad, pero cuando la tenemos enfrente a veces no la aceptamos. A veces, es demasiado tarde y aunque la felicidad vuelva, no le permitimos entrar.

Confesiones de una mente inestableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora