Estaba frustrado. Prácticamente había nacido así; era como un estado natural en él.
Desde chico le habían dicho que tenía cara de orto, y él se dibujaba un culo en vez de una cara normal y todo el mundo se cagaba de risa. Sergio no se sentía particularmente gracioso, pero la gente se tomaba con humor sus declaraciones cuando él las decía en serio. Capaz era un mecanismo de defensa ante comentarios ácidos. Él, mientras tanto, aprendió rápido que la auto-humillación parecía más efectiva que defenderse a boca y puño de las acusaciones de la sociedad.
Jamás había comprendido por qué la gente tenía la manía de atacar lo diferente, pero él también hacía lo mismo a su modo; hasta ahora se daba cuenta. Quizás todo era un puto efecto dominó, un simple mecanismo de defensa o un miedo irracional a lo distinto a que eso que rompe las barreras y aparenta ser hostil a tu propia normalidad.
A él poco a poco empezó a chuparle un huevo el comportarse como un hijo de puta con el resto, si a él lo habían tratado igual solo por andar con cara de frustrado, es decir, con cara de culo. Le rompía soberanamente las pelotas asistir a eventos sociales y fingir estar bien, cuando hasta le molestaba seguir los temas de conversación comunes y corrientes. A veces le gustaba ir, sí, pero eran en rara ocasión y para ese entonces, todo el mundo ya estaba ofendido que prefiriese quedarse en casa a rascarse a dos manos. Le rompía las pelotas justificar sus acciones ante personas que buscaban o creían tener un noviazgo con él, cuando todo habían sido revolcones. Le molestaba andar especificando que él no buscaba relaciones formales porque la sociedad tenía establecido ese tipo de unión, porque era lo común, porque era lo que todo el mundo hacía; él no era el único que no buscaba relaciones formales, pero lo tenía que andar especificando como un pelotudo cuando era el otro que dejaba asumida las cosas en vez de preguntar si aquello iba a algo serio. Le rompía demasiado las bolas contar el tiempo como si la vida fuese un rompecabezas que había que armar pieza a pieza, cuando él todo lo que quería era dar vuelta la mesa para que todas las piezas se cayeran al piso.
—Pasa que vos sos un amargado, Sergio —solían decirle siempre—. Todo te molesta o te chupa un huevo.
Y él gesticulaba que se pasaba su opinión por el forro y así perdió un montón de amistades, aunque no sabía si llamarlas como tal, pues la gente iba y venía; igual que el tiempo, era algo que no se podía controlar y era mejor así.
A Sergio le gustaba fumar, tomar y apostar en las partidas de truco. A veces tocaba la guitarra y siempre que salía del trabajo miraba a los giles que lo acompañaban en el bondi camino a casa, imaginándose que se movían al ritmo de las canciones de Los Redondos.
Su vida era un ir y venir constante de momentos vacíos; para él nada tenía real valor, algo por lo que dijese que estaba feliz por seguir vivo. Al menos hasta que conoció a Patricio.
Había hecho muchas cosas arriesgadas que sabía que habían podido costarle la vida, pero era eso lo que le daba sentido a todo, esos momentos en los que pendía de un hilo. Lo excitaba. Insólitamente, tras haberlo probado, era lo único que lo ponía ahora y Patricio le sacaba mucho jugo.
Lo había conocido en un bar de mala muerte al que había ido cuando la gorra le cerró el antro a Graciela el día que un gil salió a los tiros a buscar a Cordero; el pelotudo tenía demasiadas deudas que pagar. No estaba seguro si Graciela había tenido algo que ver, si lo había entregado, si había sido solo mala suerte o no pudo pagar las coimas a la yuta, pero Sergio tuvo que ir a buscarse otro lugar donde ponerse en pedo mientras apostaba el poco sueldo que le sobraba, a ver si hacía un poco más. Y ahí estaba Patricio, a sus anchas, mostrando el culo.
Un día le había alcanzado para entender que el pibe era puto y que estaba bien cuidado ahí, aunque le había llamado la atención lo bien que lo trataban a pesar de los comentarios ácidos que le hacían algunos, esos que pasaban un rato y no eran habitué. Se fijó en él una de esas veces en las que alguien le hizo un comentario bien mala leche y Patricio se burló, jactándose de las ganas de las que seguro se moría por estar con él, porque la chupaba como el mejor. Así un montón de veces había enganchado clientes, porque los desafiaba a que seguro lo podía hacer mejor que las pelotudas de sus novias. Y evidentemente tenía razón, ¿sino por qué volvían los tipos a él, haciéndose los giles que eran bien machos cuando les encantaba que se la chupara o diera por el culo un puto?
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Historias paralelas
General FictionCada persona es un mundo y cada mundo tiene una historia que contar.