Tierra

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Cuando Cetus estaba interrogando a Piscis, yo estaba al fin durmiendo. Por la noche no había echado ni una cabezada, tomando declaración a las dos mujeres primero, y luego tratando de localizar al exalcalde y rellenando una montaña de papeleo. Así que, cuando terminó mi turno, me fui a casa y caí rendido en la cama, demasiado cansado hasta para quitarme la ropa. Cuando me desperté, el sol estaba alto en el cielo, y me sentí perezoso y contento de tener un día entero libre ante mí.
Me duché y bajé al café de debajo de mi casa. Pedí un café con leche, salchichas, huevos y tomates fritos, y estiré las piernas bajo la mesa, preparándome para pasar un rato con el periódico del día y un buen desayuno-comida.
Y ahí estaba, en la página tres: un artículo sobre su último juicio. La foto de la mas civilizada de las zodiaco estaba sobre el texto, sonriendo delante de la puerta del Juzgado, con un vestido negro elegantísimo y un sombrero oscuro. El blanco y negro de la fotografía no permitía apreciar sus brillantes ojos cafés, pero esos rasgos tan llamativos eran inconfundibles.
No pude evitar pasar el dedo índice sobre su pómulo. Se veía tan segura de sí misma, toda elegancia y riqueza e ingenio.

La puerta del café se abrió y se volvió a cerrar, y de repente una figura se cernía sobre mi mesa. Levanté la vista del diario, sorprendido, y me quedé mirando con la boca abierta a la mujer que se estaba sentando frente a mí. Ella miró hacia mi periódico, y se rió al ver su propio rostro en la página que yo estaba leyendo. Cerré el diario, sintiéndome avergonzado sin motivo.

—Espero que no le importe que me siente a su mesa— me dijo.
—Puesto que ya se ha sentado, es un poco tarde para pedir permiso.

La camarera me sirvió el desayuno. Virgo pidió un café sin apartar la mirada de mí ni un segundo.

Yo le miré, para no ser menos.

Era la primera vez que estábamos cara a cara; la vez anterior solo pude vislumbrarle, antes de pasar a inspeccionar. Era bajita, una figura elegante y llena de gracia en su carísima chaqueta de cintura alta, con botonadura hasta arriba, y pantalones ajustados. Se quitó la fedora (una Borsalino gris oscuro, observé con envidia) y se pasó una mano por los rizos multicolores.

Sus dedos eran cortos y con hermosos anillos, con uñas de manicura, y todo en ella hablaba de dinero y autosuficiencia.

Me dedicó una sonrisa torcida y sus ojos brillaron con calidez, aunque parecían mas claros en vez de ocuros a la luz del día. Volví mi atención a mi comida, sintiéndome desarrapado y poco elegante comparado con ella. La camarera llegó con su café, y le dio unas gracias apenas audibles.
Encendió un cigarrillo y se quedó mirándome mientras comía. Tras solo dos bocados, me rendí.

—Vale, de acuerdo— le dije—. ¿A qué debo el placer de esta visita, señorita Virgo?

Su sonrisa se volvió más amplia, como una sonrisa de verdad, en vez de su usual mueca afectada. Bajó la mirada hacia sus manos, que sostenían la taza de café.

—No hemos sido presentados debidamente, sargento— me dijo. Me ofreció la mano derecha y me volvió a mirar a los ojos—. Mi nombre es Virgo, no “señorita Virgo”.

Me quedé mirando su mano, y luego de nuevo su cara. ¿Se estaba burlando de mí? Con mi mejor expresión de desconfianza en el rostro, le estreché la mano.

—Sí, lo sé. Ofiuco, a su servicio.
—Doctor Ofiuco. También Capitán Ofiuco, del Quinto Batallón de Fusileros de Santiago, héroe de guerra. Y finalmente Sargento, del Departamento de Crimen Organizado.

Hice una mueca involuntaria cuando mencionó mi rango en la guerra. En la Guerra, me auto-corregí.

—Es usted un hombre complejo, Ofi... ¿Puedo llamarle así? ¿Quién es, en realidad, cuando piensa en usted mismo, cuando está solo con sus pensamientos? ¿Es usted el médico, el soldado o el policía?

Por su tono, parecía estarse divirtiendo, y yo me sentí en parte irritado, y en parte violento. Era obvio que me había investigado. Bueno, ¿por qué no? Tenía que conocer al enemigo. Yo también le había investigado un poco. Pero permanecí callado, no quería darle más información. Había venido a amenazarme, de eso estaba seguro. Acabemos con esto, pensé. Suelta tu amenaza y lárgate, perra arrogante. Pero ella dio un sorbo a su café y preguntó:

—¿Dónde le hirieron, en qué batalla?

—En Cambrai—. El nombre se me escapó de los labios casi sin darme cuenta, como si algo me hubiese obligado a decirlo.

—Gracias, mi informe no lo decía.

“¿Informe?”

Respiré profundamente.

—¿Ha estado siguiéndome?— pregunté, furioso—. ¿Tengo que preocuparme?

Enarcó las cejas, como si estuviera sorprendida de verdad.

—¿Qué...? ¡No, no! ¡No tengo a nadie detrás de usted, no tiene que preocuparse por eso! Solo era que tenía... curiosidad.

—Curiosidad— repetí—. Me pregunto por qué.

Pero la verdad es que me quitaba un peso de encima saber que no había un asesino siguiendo mis pasos. Bueno, si es que podía fiarme de la palabra de la dama.

—¿Por qué?—. Sus ojos brillaron de excitación—. Ya se lo he dicho,Ofi... Es usted complejo e interesante, hay montones de cosas que me gustaría saber sobre usted.

Miré en torno a mí y le señalé con la cabeza el local donde estábamos y mi plato casi vacío.

—Soy un hombre sencillo, señorita Virgo, con gustos sencillos, como puede ver. Nada que merezca su curiosidad.

Me metí en la boca el último trozo de salchicha y me levanté. Ella hizo lo mismo.

—Lo siento, señorita, pero ahora me tengo que ir. Eeeeeeeemm... Ha sido un placer.

Me puse la chaqueta, evitando mirarle, y busqué la cartera para pagar mi desayuno y su café.

—Virgo.

Su voz me llegaba desde solo unos centímetros de mi oído, como la noche pasada con Piscis, pero de alguna manera diferente, y su aliento me hacía cosquillas en el cuello. Me giré para mirarla de frente. No se echó hacia atrás, se quedó dentro de mi espacio personal. Mi corazón se aceleró.

—¿Perdone?— conseguí decir, con un hilo de voz.

—Llámeme Virgo, no señorita Virgo, por favor.

Se quedó ahí mirándome durante lo que parecieron siglos, con una expresión seria e indescifrable, hasta que finalmente se giró, se puso su caro sombrero y se marchó del café, dando largas zancadas.

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