Tu carta, mi corazón, nuestra razón

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Amor como el mío no hallaras por ahí.
Recibí tu carta, la encontré en el buzón que está en el jardín, ese qué pintamos a nuestra manera y al cual le dedicaste un verso.
Ahí estaba tu carta, en un sobre pálido con manchas de café en la esquina inferior derecha, lo tomé entre mis manos y suspiré camino adentro, cuando la viejecilla de la vecina me interrumpió diciendo "él mismo la ha dejado, yo lo he visto, quiso tocar el timbre pero lo pensó dos veces y mejor se retiró, fue muy temprano esta mañana", le sonreí y le pregunté sobre su pequeño perro, estaba casi segura que sabía nuestra ruptura, pero no quería comentarla, es un secreto, un secreto que guarda todo el mundo.
Me senté en la mesita junto a la ventana más grande de nuestra casa, que parece ser ya no es nuestro hogar, me preparé el té y decidí endulzarlo con miel, para recordar el dulce sabor de tus labios.
Me lo bebí sin siquiera parpadear, poco a poco con la vista perdida, pensaba en lo grandioso que era este mundo, grandioso y perfecto, magníficamente desarrollado para nosotros dos.
El ciclo del agua estaba destinado a nunca agotarse, por eso es un ciclo, habría agua para siempre en esta tierra, si no fuera por los humanos quienes hemos contaminado aquello de donde recogeríamos agua.
Nuestro amor era similar a ese ciclo, un amor cristalino y fresco, que estaba destinado a nunca acabarse, aunque no sé si al igual que el agua se acabó por causa de humanos externos a lo nuestro.
Terminé de pensar, y mire tu carta unos segundos, me serví otra taza de té y me la bebí decidiendo qué haría con ella, al final tanto del té como de mi tiempo, decidí no leerla, salí, abrí el bote de basura y la eché, quedó justo arriba de todas las hojas secas que había levantado del jardín.
Subí a ducharme, me vestí y salí para el trabajo, bueno, más bien para la tienda de pinturas; cuando en eso vi aquellos ojos aperlados, verdes, azules o miel, no supe en realidad de qué color los llevabas ese día, lo único que alcancé a ver fue que de ese par de los que me enamoré, esos ojos que me ilusionaron y a la vez me desilusionaron, ya no brillaban igual, ¿Pero sabes por qué? Es porque ya no estoy a tu lado y lo nuestro estaba destinado a ser, pero como siempre, rompimos las leyes de la naturaleza.
Ni siquiera entré a la tienda, para que tus ojos no volvieran a mirar los míos, porque si lo hacían podría jurarse que correríamos a besarnos, a amarnos, a fundirnos una vez más.

Nuestra historia, aunque no sea de amor [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora