Capítulo 3

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Es frecuente escuchar que las personas relacionan el amor verdadero con el sacrificio por la felicidad del ser amado, y Fabio lo había experimentado de primera mano. Se dijo durante años que el haber cedido ante la petición de Susana al elegir a su amigo, lo hizo por ella, para verla feliz.

El tiempo transcurrió y se dio cuenta del grave error cometido, porque amar no se trata de hacerse a un lado o quedarse rezagado, es todo lo contrario. Amar es luchar por el otro, es batirse en una batalla sin cuartel, demostrar ser el más apto para disfrutar de los deleites y satisfacciones que vienen de compartir con esa persona especial. Es ser apoyo, no solución. Es complementarse, no hacer el trabajo por los dos. Y cuando el otro flaquee, darle un motivo para esforzarse. Es ir por todo y no conformarse.

Lo había hecho todo mal, lo dio todo para al final quedarse sin nada. El amor no debe ser desinteresado porque de esa forma no es valorado.

Deseaba gritarle que dejara sus planes por él que había dejado su vida para vivirla a través de ella, de sus necesidades, sus problemas. Por dentro se rasgaba las vestiduras con el deseo ferviente de hacerle entender que estaban hechos el uno para el otro, que no existiría jamás alguien que la amara más que él. Quería obligarla a verlo con detenimiento y mostrarle que era a quien necesitaba para los días de tormenta y las noches cálidas. Ansiaba llorar por cada momento en que se detenía su mundo al verla sonreír y ahora consideraba perdidos. Pero lo único que lograba hacer era sentir su corazón desbocado e incontrolable. De una manera enfermiza esperaba que se detuviera de una vez para no sentirse más endeble de lo que sabía que estaba siendo.

Qué argumento usar para hacerla cambiar de opinión si no era el hombre más tierno o astuto, en cambio era egoísta, engreído, irritable, odiaba a los animales que ella tanto amaba, le había mentido, no tenía una familia con la que hubiese podido coaccionarla, porque ese era él; un hombre lleno de imperfecciones, defectos y miles de planes desleales que habría usado sin pensárselo demasiado si eso le aseguraba tenerla.

Parecía una locura, rayando en la obsesión y admitía que visto desde fuera podría incluso causar temor, pero solo él sabía el cuidado y esmero que había tenido al reunir cada fragmento roto que ella iba dejando en el camino. El ahínco al provocar una sonrisa donde solo había llanto, evitar sucumbir a su lado cuando se encontraba hundida y sin esperanza.

Y justo ahora que por fin habían logrado dejar los recuerdos y cargar con ellos permitiéndose avanzar, se alejaba de él. La vida podía ser una maldita perra una vez más en su camino.

—Fabio, cariño... —dijo ella, preocupada al no obtener ninguna reacción de su parte. Iba preparada a una escena apoteósica, a un intento de seducción, a una discusión sin precedentes, pero jamás a su mutismo—, dime algo, te lo ruego.

Intentó acercar la mano a su rodilla pero la detuvo antes de llegar a su destino como si solo un roce suyo pudiese acabar con él.

—No sé qué esperas que te diga. Me has tomado por sorpresa.

—Lo lamento —respondió apenada. Le debía tanto que no quería lastimarlo, pero tampoco podía engañarlo.

—No, no lo lamentes. Agradezco tu sinceridad...aunque definitivamente no quisiera haberlo escuchado. —Intentó sonreír sin lograrlo, acarició su cabello acomodando el mechón rebelde sobre su frente y lo colocó tras su oreja. Se le quedó viendo por varios segundos, hasta que se dio cuenta de lo que hacía y soltó: —Es hora de dormir, Susana. Vamos.

Lo siguió como una autómata, sintiendo una gran lucha interna por consolarlo y olvidar todo o seguir con sus planes.

La realidad es que no quería darle esperanzas de que algo cambiaría y esa fue una de las razones para extender su estadía por tanto tiempo fuera de la ciudad. El conocer a Raúl había sido para ella un soplo de aire fresco. Por primera vez había un hombre que no la cuidaba en exceso como si a cada paso se fuese a romper, le daba su espacio y tomaba el suyo sin que eso se tornara al final en una discusión. Se sentía como si no estuviese estropeada, como si nunca lo hubiese estado. Podía tener una discusión, perder los estribos y no ser considerada una loca que estaba a punto de recaer en su patética depresión de nuevo. Él no le daba tanto espacio para que recobrara «la compostura» como hacía Fabio.

Quédate [#2 Saga Volver a Amar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora