Capítulo 5

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El viento provocó que su cuerpo se estremeciera y le hiciera castañetear los dientes. Intentó calentarse las manos con su aliento, pero lo único que logró con éxito fue tiritar, así que decidió guarecerse de la gelidez del clima dentro de una iglesia que encontró en el camino.

La misa acababa de terminar así que se sentó en la última fila. El nudo de su garganta aún no lo abandonaba, ni la estúpida esperanza que ella hubiese corrido tras él al darse cuenta de lo que hacía y mucho menos al anhelo a una llamada de último minuto, tragó con fuerza y suspiró agradecido por la tibieza del lugar.

Observó a los feligreses salir uno a uno por el pasillo, llamó su atención una de las mujeres que recorría su mirada por cada una de las bancas con ansiedad. De pronto, el entusiasmo llenó sus facciones. Fabio se dio cuenta de que sus movimientos al caminar habían cambiado y que derrochaba sensualidad a cada paso. El pelo entrecano del destinatario de aquella escena y sus giros para ver lo que le rodeaba a cada instante le dio motivos para pensar que era un encuentro deliberado e incorrecto tres filas antes que la suya. Se imaginó a Susana acudiendo a él en el futuro a una de esas citas y sonrió con dolor; ¿sería ese el destino que le esperaba?

Por uno de los laterales de la iglesia apareció un anciano sacerdote caminando con dificultad. La pareja estaba entretenida susurrando entre sí cuando fueron sorprendidos por el viejo, quien palmeó el hombro del sujeto y este dio semejante salto en su asiento que golpeó a su acompañante en la cabeza. Se puso de pie de inmediato, entre disculpas y palabras sin sentido salió casi corriendo de la casa de Dios. La mujer salió por el otro extremo, tratando de cubrir su rostro con un largo pañuelo floreado. La sonrisa del clérigo le hizo pensar que la vida que llevaba no era tan monótona como pensó alguna vez cuando era un adolescente y era obligado por su tía a ir a la iglesia.

Se dio cuenta que el sacerdote ahora fijaba su mirada en él y no tenía el menor deseo de abrirle los vestigios de su corazón a un desconocido, tampoco quería recibir un sermón sobre el perdón o el amor. No era un fiel creyente, pero trataba de que sus pasos fueran en el camino correcto la mayoría de las veces, creía en un ser superior, sin un nombre en especial o una forma de adorarlo única. El anciano hizo el intento de avanzar en su dirección así que muy a su pesar se puso de pie y salió del recinto.

La camisa se le adhería a la piel sin miramientos debido al peso de la chaqueta mojada, así que se la quitó a pesar del frío del exterior. Elevó los hombros y metió sus manos en los bolsillos del pantalón para protegerse de alguna forma. En la abertura entre el brazo y su cadera colocó el saco, sintió la vibración de su teléfono, pero no quería exponerse a que fuese José. Habían pasado varias horas ya desde que la había dejado en los brazos del tal Raúl, definitivamente no era ella quien llamaba, debía dejarla ir, aceptar su decisión de una vez por todas. No podía soportar la imagen que se formaba en su cabeza con ella sonriendo en los brazos de otro.

Si alguien le preguntaba qué sentía en ese momento con seguridad le diría que le dolía el corazón y sentía partida el alma, su amigo José seguro insistiría en explicarle que como su médico de cabecera le aconsejaba poner atención a los factores de riesgos cardiovasculares en lugar de a sus sentimientos.

No tenía la menor idea de dónde se encontraba, podía ir directo al hotel, pero hablar de lo que había ocurrido esa tarde con su amigo no le emocionaba ni un poco. Lo conocía tan bien que casi con seguridad le diría lo orgulloso que estaba de él por haberla dejado al fin. Eso y muchas frases de su abuela Tita, sobre las malas mujeres como Susana. A pesar de lo ocurrido no podía pensar mal sobre ella; su linda, única y maravillosa Su. Quizá ella había sido la valiente de los dos y decidió con todo derecho algo mejor para ella.

Quédate [#2 Saga Volver a Amar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora