CAPÍTULO 3.- Arte neoclásico español

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¡Oh! ¡Madrid! Ciudad bella entre las bellas, un verdadero tesoro para un noble entendido en las artes como yo, sus esculturas de inspiración antigua honrando a esos viejos dioses, sus grandes arcos como la Puerta de Alcalá, esas columnas tan pulcras pero a su misma vez tan detalladas por su ausencia de elementos. ¡Sublime! Nada que ver con el Barroco, todo tan exagerado y brillante, un sinsentido en cuanto a arte se refiere, la verdadera belleza no está en poner un puñado de elementos al azar.

Y los cuadros. ¡Menudos cuadros! Eran tan inexpresivos los humanos que en ellos aparecían pero el alma de esas pinturas tenían tanto que trasmitir que resultaba sobrecogedor, había decenas de buenos pintores, pero en mi opinión ninguno de ellos podía hacerle sombra siquiera a Goya, el poder de su trazo era inigualable. ¡Qué tesón! Y yo, había tenido el honor de posar junto a nuestro rey Carlos IV para un maravilloso retrato a la familia real y una compañía de nobles muy selecta.

Cuando entré a la sala ya estaba casi todo en orden, el gran Maestro estaba colocando a los nobles cuando yo irrumpí.

-¡Caballero! Llega usted tarde –Era la primera vez que me alegraba de que alguien replicase mis actos- Haga el favor de venir y yo le diré donde posicionarse, seguro que posar quieto se le dará de lujo viendo la velocidad a la que ha llegado.

Estuvimos posando horas y cuando finalmente acabamos y vi el resultado tuve que reprimir mis carcajadas.

Los rostros de los presentes más allá de infundir grandeza mostraban... ¿Cómo decirlo? Limitación. Miradas afeadas, semblante que trasmitían estulticia. A pesar de eso era una estampa de la familia real totalmente normal... ¿O no? Fijándonos bien el rey estaba algo apartado de la estampa mirando al infinito con cara de nada y la reina María Luisa presidía la composición como si ella fuese la dueña del corral y los demás fuésemos cualquier cosa, tan solo había que fijarse en los espacios al lado de la reina y los espacios que guardan los demás entre ellos, llamativo cuanto menos, ella sujetaba a los dos niños y el rey se mantenía en esa pose algo dubitativo, casi como pidiendo perdón por estar ahí, quizás fuese una sátira para los entendidos en arte respecto a los rumores de que Carlos IV era un rey pusilánime y que la reina lo controlaba.

Realmente salí satisfecho de ahí reafirmando esa fama de no guardar nada del gran pintor Goya


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⏰ Última actualización: Oct 30, 2017 ⏰

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