CAPÍTULO 1.- Felipe V y la Guerra de Sucesión

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Era un día normal como otro cualquiera, me levanté temprano para ir a trabajar al campo, mi esposa María me preparó el desayuno un día más.

-Querido, no te olvides de venir pronto a casa, el camino de vuelta pasa por el centro de la ciudad y es peligroso con las tensiones por quién será el rey.

-Eso son chorradas, nuestra nación es demasiado grande como para que algo así de tonto sea peligroso.

-Pero querido...

-Ni que fuese a la guerra mujer, no te preocupes, te prometo que intentaré volver de una sola pieza –Dije esa idiotez para intentar calmar el asunto, pero tanto ella como yo sabíamos que tal como estaba el país no tardaría demasiado en alzarse una batalla entre los dos posibles sucesores.-

Terminé mi desayuno, le di un beso de despedida a mi mujer y me dirigí a los campos de las afueras, lo que no sabía era que ese sería el la última vez que nuestros labios coincidirían.

Cuando volví a mi hogar esa tarde dispuesto a disfrutar de las habichuelas que mi esposa me había prometido me encontré con un par de guardias reales en frente de la puerta de casa.

- ¿Es usted Antonio de La Cruz? –La voz del guardia era imponente e imperativa, sentí como si no fuese a aceptar un no por respuesta, seguramente se debiese a que mi calle era muy transitada y debía llevar un buen rato aguardando, no sabía si sentir pena por él o por lo que me esperase-

- Así es. ¿A qué se debe esto? No recuerdo haber hecho ninguna bandolería.

El soldado que no había hablado sacó un papel y tras aclarar la garganta y dijo de forma sosegada.

- Por la presente se te llama a luchar para defender el derecho a reinar de Felipe de Borbón, se le proporcionará un transporte con el resto de varones de su ciudad y alimento cuando lleguen al campamento más cercano.

Acto seguido me agarraron férreamente de ambos brazos y me forzaron a ir con ellos hacia un carro tirado por caballos.

- ¡Esperen! ¡Ni siquiera me he despedido de mi esposa!

-No haberte retrasado tanto para venir a tu hogar, campesino –Dijo tajante el más irascible de los dos guardias.-

Todo había sido demasiado rápido, antes de que pudiese darme cuenta estaba sentado en el remolque del carro junto a mis vecinos y algunos habitantes que no conocía aún, pero algo me decía que tendría tiempo de sobra para conocerlos a todos a fondo.

Pasaron los días y finalmente el momento llegó, primera línea de combate, fusil en mano, uniforme ceñido y todo listo para luchar por el honor de la corona, no podíamos permitir que otro Austria ocupase el trono.

Nos lanzamos como bestias salvajes al combate, no éramos fuertes, ni mucho menos estábamos entrenados, pero teníamos algo que todos esos sucios nobles mirando altivos desde las líneas traseras no tenían: Esperanza. La esperanza de regresar a casa con nuestras mujeres, de poder volver a sentirlas entre nuestros brazos, debíamos salir vivos de ahí, por ellas, para poder forjar un futuro mejor a su lado, por ello no podíamos perecer, no aquí, sé que los soldados enemigos no pensarían menos, en su mayoría las armadas se componían de esos pobres despojos forzados a luchar por lo que el estado creía correcto, nadie había pedido nuestra opinión, pero supongo que aún le quedaba mucho a la humanidad para poder tener el derecho de escoger si luchar o quedarnos en nuestras casas indiferentes de estos conflictos capricho de un par de idiotas.

Nuestro valor duró poco, la metralla volaba por todas partes, el olor a pólvora inundaba nuestras mentes y nuestros oídos pitaban incesantes ante la potencia de fuego de las armas y cañones. No fue hasta más tarde que mi destino se selló.

Todo iba bien, nuestras tropas avanzaban con éxito, pero cuanto más nos adentrábamos en el territorio enemigo más difícil y duro se hacía el seguir firmes, los campesinos y burgueses estábamos completamente agotado, bueno, los pocos que ya quedábamos con vida, un grupo selecto del que dejé de tomar parte en cuanto una bala perdida me dio de lleno en el estómago.

Caí desplomado al suelo sin poder reaccionar siquiera, mi cuerpo obedeció por poco tiempo, estaba débil, cansado, la herida era muy profunda, podía sentir como la sangre abandonaba mi cuerpo cada vez más rápido, abandonando así también mis energías.

Era tarde ya, toda esperanza abandonó en mi ser, mi cuerpo no obedecía las ordenes que le daba.

- Tengo frío... Mucho... frío...

Un paseo históricoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora