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El camino a casa fue bastante rápido a mi parecer.

Mis pensamientos divagan una y otra vez en mi cabeza.

entre a mi habitación ya acomodada por mi, me quité el saco y busque un cómodo pijama.

Antes de ordenar mis pensamientos me aproxime a la ventana con los binoculares puestos.

Si, tenía curiosidad por aquella chica. Me encontré con la gran desilusión cuando las luces de su habitación estaban completamente apagadas y no había nadie.

Pensé en otras posibilidades, pero no encontré una mejor opción que irme a dormir.

Mañana tendría un gran día, nueva escuela, gente y cosas que aun no se realmente

* Narrador*

En casa de los Min, por parte de el Señor Wook, que se encontraba en el gran salón de la mansión, tendido en un sofá de cuero blanco.

Asustando a su pobre y por desgracia Hija, a pesar de que ella permanecía neutral en su rostro.

Tras un buen rato de servidumbre por parte de ella, El hombre se decidió por ir al grano.

Soltando una voz Autoritaria, seguido de un ademán con la mano “ siéntate allí” indico una silla , calmada y serena aquella joven obedeció.

– Han Sul, baja aquí – llamó el hombre, con su mirada fija en la escalera. Esperando a su bella y arreglada mujer.

Estando los tres acomodados en la sala la menor sintió un escalofrío recoriendo su cuerpo, teniendo un gran temor de lo que pueda pasar.

– ¿Recuerdas Han Sul porqué la familia Jeon se fue más temprano? – la mujer de madura edad entendió la indirecta de su esposo.

– ¿Min Hwa, no sabes cocinar? – citó con fastidio.

– Claro, que se cocinar – susurró preocupada y confusa.

– Te mandamos a unas clases de cocina por 4 años seguidos y ¿así nos pagas? – y desde que dijo esas palabras ella supo que algo salió mal.

Y sí, salió mal, entonces el descarado señor Wook se sacó el cinturón.

– ¿Pero que pasa?– hablo rápido Min Hwa.

La madre en cierta parte disfrutaba la escena, quedó satisfecha cuando su esposo dio muchos, porque si fueron muchos, golpes con el cinturón sobre las piernas de su hija.

Mientras que la pequeña y lastimada muchacha se preguntaba porque tal castigo, sin siquiera darle una respuesta de que hizo mal.

– ¿Qué hice mal? – susurró adolorida después de caer de rodillas frente a su padre por el dolor proporcionado de sus piernas.

– ¿Y tienes el descaro de preguntar? – dio un golpe más pero ahora en su espalda.

La blanquecina apretó los dientes y se aferró a su ropa, sin soltar quejido alguno.

– Algo le pusiste a la comida, que causó mal estar en uno de los jóvenes Jeon – continuó – y tuvieron que irse sin responder a mis consultas de negocio – citó acomodando su pantalón.

Le dirigió una mirada a su esposa para que continuara.

– Sabes lo importante que es para nosotros esto, y lo arruinaste con algo tan simple como tú comida – ambos se levantaron y la observaron con algo de asco.

– No pudiste hacer algo tan simple como eso, y ¿dices que mejorarás tus actos? – date cuenta querida no sirves para nada citaron la última frase a coro.

Atrapada por El CastañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora