La primera vez que vi a Alas pensé que era una loca.
Bueno, dicho así suena mal. Pero, para entrar en contexto, había sido un día fatal, de los peores del año. Era julio y comenzaban las esperadas vacaciones, todos planeaban irse a la playa, a Mérida o qué sé yo; ya me aburrían los mismos lugares desde hace cincuenta años, solo quería graduarme de una vez y que dejaran de hablar mientras escuchaba las notas. ¡Y resultó ser que todo estaba con veinte, menos el bendito cuadro de castellano! ¡Ese viejo coñ...!
Me estoy yendo del tema. Eran ya más de las seis cuando llegué de las clases de reparación, quería otra empanada y estaba abriendo la puerta del departamento, intentando tener aunque sea una media sonrisa que dedicarle a mi abuela. Cumplía ya cinco años desde que me había mudado con ella para poder continuar mis estudios, aún en contra de mis padres, y sabía que era quien menos se merecía mi mal humor crónico.
—Aquila, te esperaba más tarde. —habló Teodora, mi abuela, levantándose de la mesa de caoba en el medio de la sala—. Tenemos visita.
El hombre de barba y traje sentado en la silla paralela a ella me lo confirmó. En cuanto nuestros ojos chocaron, pude reconocer ese color rojo. Un mago, uno del Consejo.
—Sí, puedo notarlo. —susurré, tenso. No creí que en algún momento vinieran por mí, pero la posibilidad me resultó todavía peor que cualquier mala nota—. ¿Quién es usted y qué quiere? Si está entre sus planes que tenga algo que ver con la magia, olvídelo. Le dejo la puerta abierta si gusta.
—¡Aquila María! —exclamó mi abuela, frunciendo el ceño hacia mí y poniendo las manos en sus caderas. Su rostro, a pesar de no lucir de más de treinta a sus casi mil años, por primera vez me pareció como una verdadera señora.
Para mi absoluta sorpresa, el hombre estalló en carcajadas, altas y molestas. Mi abuela me hizo una amenazadora seña de que cerrara la puerta, y yo obedecí mientras él retomaba la compostura en su asiento.
—Oh, mamma mia, igualito a ti en tus épocas de Serafín en el Consejo. De tal palo tal astilla, ¿o no, Theodore? —El acento europeo resaltaba en mis oídos, ya tan acostumbrados al tono altivo y rápido de los venezolanos, pero lo que más me sorprendió fue que supiera del pasado de mi abuela. Ella no sonrió—. Siéntate, muchacho, de verdad hablas como alguien sin experiencia, pero con carácter, y la segunda lleva a lo primero.
De mala gana llevé la silla que presidía la mesa hacia atrás. Teodora, por debajo de esta, tomó mi mano y la apretó fuerte. La suya estaba llena de callos, cicatrices y las venas salidas típicas de un poseedor de energía mágica; todavía valoro el recuerdo de su tacto.
—Aquila. —Casi recitó mi nombre, suave y... triste. Algo en sus ojos de miel no brillaba—. Él es Alfred De Santis, fue mi compañero durante la fundación del Consejo, tú no habías nacido.
El calvito me extendió su mano. Utilicé el apodo en mi cabeza para sacar una sonrisa un tanto decente.
—Un placer, Aquila. Tu abuela fue de las mejores, incluso superando a muchos magos de renombre. ¡En esa época, era sorprendente para una mujer! —De paso era machista, lo que me faltaba—. Tengo esperanzas de que seas todavía mejor en cuanto termines tu entrenamiento y...
Sentí a mi lado la silla caer mientras mi abuela se levantaba, soltándome y dando un fuerte golpe en la mesa con sus mano.
—Aquila no va a entrenar, Santis. Él quiere ir a la universidad y yo no permitiré que ocurra lo contrario —Mientras yo estaba pasmado e incluso asustado por la mirada de ella, el rostro de Alfred pareció cobrar un tono sombrío y cadavérico al cruzarse de brazos.
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Un juego de Alas.
RomanceA sus recién cumplidos cien años, Aquila Torres no quiere nada que se relacione con la magia, a pesar de que esta corre por su sangre. Ha dejado su casa en Mérida, luchado por encajar en un colegio de humanos en la ciudad más grande de Venezuela, y...