IV: Mariposa negra, al final.

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Lo primero en lo que se fijó Alas fue en la sangre en mi ropa.

No la culpo, me cubría buena parte del pantalón y la camiseta del traje. Era el mismo que ella me había regalado el día que obtuve mi documento como mago principiante, junto con el jodido anillo de confirmación, recibido directamente de los bastardos del Consejo. Lo recordé con una amarga sonrisa, de esas que eran de medio lado porque estaban rotas.

Ese día Alas se acercó un poco y, ante mi enorme sorpresa, tomó mi mano izquierda. Un inesperado sonrojo se extendió por todo mi rostro, observando el resplandor de su mirada y lo junto que estaban nuestros cuerpos.

Ya no había casi luz en el firmamento cuando comenzó a hablar.

—Felicidades, Aquilas Torrelle. Como tu maestra y protectora durante estos años, declaro la primera parte de tu entrenamiento como mago completada.

Su voz era solemne, como si en ese pequeño lugar escondido por la magia en la playa se estuviera llevando una de los eventos más importantes de la historia. De la carta del Consejo sacó un pequeño anillo, negro y antiguo, y lo colocó al frente de mi mano extendida. Y supe que era importante para ella porque, en cuanto el objeto que parecía tan simple rodeó mi dedo anular, un resplandor verdoso me rodeó de pies a cabeza, y sentí todas y cada una de mis venas alterarse, con mi pulso y corazón buscando salida de mi cuerpo. De forma involuntaria cerré los ojos, y caí en la cuenta al despertar de qué había cambiado en mí, lo que le sucedía a todo mago después de que la magia corría libre por su sangre.

Mi cabello se había tornado de un amarillento sin brillo, contrario a mi anterior color castaño. Me miré en el espejo de las sala, observando que ahora mis ojos no eran oscuros, sino de un tono miel brillante. Siempre era a la inversa de lo natural.

Alas me besó, diciéndome lo orgullosa que estaría Teodora. Preparamos juntos una torta de celebración. Bailamos en la sala hasta que la ropa se volvió un obstáculo. Y fui feliz.

El olor fétido provenía del venado que había cazado, el cual cargaba guindado en mi espalda. Por los momentos, estaba en una zona muy poco habitada del llano, una pequeña choza abandonada había sido mi cobijo durante las últimas dos noches. Pero Alas ya sabía lo que planeaba hacer.

En verdad, ella había sido la primera en saberlo.

—Te lo diré por tercera y última vez, Aquila. —Su voz era firme y distante. Miraba al vacío sentada en una piedra, jugando con el fuego azul en su mano—. Detente.

Dejé caer el cuerpo y saqué mi espada. No importaba lo que ella me dijera, no me importaba si era una locura o si estaba equivocado.

Me dolía el pecho y el alma, porque me habían arrancado todo de ello a pedazos.

—Mataron a mis padres, Da Silva. Los del Consejo los mataron y me mandaron una carta con sus razones. —Escupí las palabras, ronco y vuelto nada por dentro—. ¡Matan a todos los que no los sigan como ovejas! ¡¿Ese es el tipo de personas por quienes luchas?! ¡¿Crees que Teodora querría que me quedara de brazos cruzados?!

Los gritos salían de mi garganta, rompiendo todo a su paso. Alas volteó hacia un lado, esquivando mi mirada.

—Tú no lo entiendes, Aquila —murmuró—. No entiendes lo que es ser discriminado, perseguido... no sabes lo que es tener miedo.

—Me da más miedo volverme un cobarde.

Y ahí lo sentí. Una oleada de aire me tumbó contra el monte, y los pocos árboles alrededor del sendero lucieron como que iban a consumirme. Sentí el frío filo contra mi garganta; Alas Da Silva estaba sobre mí, volando como una mariposa negra. Iba a matarme.

—Aquila, por favor, dime que no los enfrentarás. Prométeme que vendrás conmigo de nuevo y que olvidarás todas estas locuras de asesinar al Consejo, por favor. —Le tembló la voz, y varias lágrimas chocaron contra mi pecho. La espada seguía firme—. Júrame que harás como que nada de esto pasó, Aquila, por favor hazlo, te lo ruego. No me hagas matar lo único que he llegado a amar.

No la iba a poder vencer, no me podía vencer ni a mí mismo.

Estiré los brazos y tomé con ambas manos la hojilla, sintiendo la sangre correr por mis manos y apreciando aquellos universos violetas por última vez, igual de maravillado que la primera.

—Yo... también te amé, Alas.

Igual que todo al final, me volví polvo.

Fin.



N O T A S:

  Llano: Zona de Venezuela caracterizada por tener muchas sábanas, sitios dedicados a la agricultura, la casería y la ganadería, por tener también bosques y ríos.

Venado: Mamífero familia de los alces y ciervos, parte de la fauna venezolana. No los coman plis, que a este paso estarán en vía de extinción.

  Choza: Casa de materiales tradicionales como bahareque o madera, hay muchas abandonadas por los estados llaneros. 


Canción del capítulo: Wicked Game; original de Chris Izaak en 1989, este es un cover de Ursine Vulpine.

Total de palabras: 770.

Total de palabras de la historia: 7460.



Un juego de Alas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora