2. Nuestra Primera Cita

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 sé que tardé mucho pero para compensar les traigo algo de lemon y un cortito especial de Halloween, que lo disfruten!!
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A ninguno le gustaba perder el tiempo y mucho menos al jugador estrella de Too, por lo que éste no dudó en empujarle con todo su peso y ansiedad hasta que terminaron en el suelo; él sobre Kagami, por supuesto, porque nadie podía dominarlo más que él mismo. Sus dientes rápidamente terminaron rozando el cuello del pelirrojo cuando comenzó a lamer aquella zona mientras sus manos se paseaban sobre el cuerpo contrario, buscando algún tipo de contacto con esa piel desnuda que tanto se le antojaba.

Si bien ya había probado cada rincón del pelirrojo, aún existía un sitio que quedaba virgen de sus apasionados impulsos; su boca. Nunca tocaron el tema pero de alguna manera llegaron a la misma conclusión... estaban prohibidos los besos entre ellos así como las palabras cursis y demás tonterías mientras estaban en el acto; podían hacerse cualquier cosa menos besarse; uno por conservar los labios para su novio y el otro porque lo consideraba un gesto demasiado íntimo como para practicarlo con alguien que sólo lo buscaba por sexo.

Pero si no podía probar sus labios o marcar su piel, todavía le quedaba el consuelo de su aroma; mientras estaba entre las piernas del pelirrojo, hundió su cara en su pecho y aspiró profundo... había rastros de jabón en su fuerte olor masculino, además sólo llevaba puestos una playera sin mangas y un short, seguramente acababa de ducharse y se estaba preparando para dormir; lástima que descansar sería lo último que haría esa noche. Con ese pensamiento en mente, Aomine se relamió los labios y deslizó lentamente el elástico del short por sus torneados muslos hasta liberar su miembro. Ese falo erguido que saltó de la ropa era una clara señal que Kagami estaba tan ansioso como él. El moreno se separó un poco sólo para abrirse los pantalones y rebuscar entre sus piernas para liberar su propia erección ya húmeda y palpitante por atención.

Volvió a acercar sus caderas a las del pelirrojo y envolvió ambos miembros con una sola mano, moviéndose de arriba hacia abajo con lentitud. Qué provocativos eran los gruñidos que soltaba el pelirrojo, hasta en eso era bueno el muy maldito. La única forma que tenía de vengarse era hacer que se corriera primero, pero el calor que desprendía aquella bochornosa fricción lo hacía demasiado difícil. Sin intercambiar palabras, sus cuerpos chocaban entre sí mientras los jadeos inundaban el pequeño departamento, rebotando el sonido en las paredes y estremeciendo a cualquier vecino que los llegase a escuchar. Pronto aquel contacto no fue suficiente, por lo que Aomine se sostuvo sobre sus rodillas y tomó distancia del pelirrojo para terminar de sacarle los shorts y arrojarlos hacia algún sitio del suelo justo antes de que se quitara la polera que llevaba encima, quedando su bronceado pecho descubierto ante la mirada de su amante.

Sabía que con Kagami no había que ser delicado, ambos eran hombres después de todo, un poco de dolor no era nada para ellos. Se tomó el tiempo para mirarle burlón antes de colocarse de nuevo entre sus piernas mientras se embadurnaba el pene con los fluidos que ya mojaban su glande. El moreno tragó duro justo antes de colocar su humedecido miembro en la entrada de Kagami y empujó lento pero constante, hasta entrar casi todo de una vez. Todo lo sentía estrecho y húmedo pero al mismo tiempo tan caliente que sentía su pene desprenderse por el cambio térmico.

Joder, Kagami siempre se sentía tan bien por dentro. Sin esperar señal alguna, el moreno recargó las palmas en sus manos para sostener su peso y comenzó a mover su pelvis contra el chico que tenía debajo. Al principio nunca se sentía bien, el pelirrojo se tensaba demasiado y le costaba el doble de esfuerzo el entrar y salir de él, pero conforme pasaba el tiempo todo se iba relajando, dejándole paso al placer.

Las piernas de Kagami se aferraron a la cintura de moreno mientras sus manos tomaban los propios brazos de Aomine para mantenerse un poco más firme y no resbalar por todo el suelo; aunque siempre empezaba lento sólo bastaban unas cuantas embestidas para que se acostumbrase y el muy cabrón le follara con todas sus fuerzas. Ya pasado un rato iba tan profundo que sentía sus bolas pegar contra su cuerpo, provocando un morboso sonido que le erizaba la piel. Ese bastardo conocía su cuerpo más que él mismo; sabía dónde golpear y a qué ritmo, provocándole sensaciones que no sentía con nadie más, seguramente era su instinto competitivo que, aún en esas circunstancias, deseaba ganarle al moreno.

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