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Ay dios...

-Que asco.—Iba a sonreír, pero otra vez subía, y no había más que hacer.—Ay Dios, que asco. ¿¡Cómo no usas protector solar, estúpido!?

-¿Cómo iba a saber que me insolaría?—Me quejé cayendo nuevamente en mi cama. Por Dios, mi segundo día, y ya enfermo.—

-Es lo que suele pasar cuando estás todo el día bajo el sol y sin protector solar.—Rodé mis ojos. Puso cara de asco nuevamente.—Bañate, por favor; yo limpio este desastre que salió de tu boca.—Asentí. Me ayudó a llegar a la bañera, y ahí me quedé por el resto de la mañana, sintiéndome bien debajo del agua fría.—¿Te sentís un poco mejor?—Me cuestionó entrando.—

-Sí, mucho mejor...—Sonrió.—

-No sé como hice para no vomitar mientras limpiaba todo aquello que dejaste ahí en el piso.—Reí suavemente mientras él hacía expresiones graciosas.—

-Gracias, Agus...—Me sonrió y pasó su mano por mi cabeza despeinando mi pelo descontrolado y mojado.—

-Para eso estamos los hermanos.—Sonreí, y él me dejó ahí luego de un "tengo que hablar con una amiga, porque tengo que avisarle que no voy hoy, ya vengo con ropa para que te pongas." Sí, lo sé, se fue dejando el mensaje más largo del mundo.—

-¿Quién es esa amiga?—Cuestioné mientras me vestía. Vi su celular y reí.—¿Qué es eso?—Rodó sus ojos.—

-Es lo único que se necesita.—Habló, con su Nokia en mano. Ni siquiera tenía internet eso.—

-¿Y el internet?—Rió.—

-No, no uso eso.—Levantó sus hombros.—

-¿Qué? ¿Por qué no?—Rió y simplemente negó con su cabeza.—

-Te consume más de lo que vos lo consumís...—Giró a verme.—Es solo una forma de disfrutar la vida y no depender de algo tan estúpido como el internet.—Me quedé en silencio unos momentos pensativo.—

-Me parece bien...—Asintió. Sacudí mi cabeza.—¿Y tu amiga?—Rió negando.—

-No, no creas algo que no es.—Aseguró mientras yo le hacía gestos con mi rostro insinuando cosas.—Es mi mejor amiga, me ayudó mucho cuando llegué acá.—Sonrió nostálgico, recordando el día que llegó. Vi como en su mirada se mostraba un deje de dolor.—

-No sabía...—Negó con su cabeza.—

-Nadie lo sabe, porque nadie pregunta.—Levantó sus hombros.—Tampoco es como si debieran preguntar, realmente...

-¿Siempre la conociste?—Asintió riendo.—

-Ella siempre vivió aquí... Nunca salió de acá, y tampoco tiene la intención de. Siempre que vine, ella era mi manera de divertirme. Me enseñó a hacer surf...—Enarqué mis cejas sorprendido.—Me mostró un camino para superar mi dolor, y no puedo estar más agradecido con ella...

-¿Ella te dio el celular?—Comenzó a reír y asintió.—

-Ella nunca tuvo un celular, más que uno más viejo que este, y apenas lo usa, realmente. Es un milagro que te conteste.—Reí.—

-¿Y cómo se llama?—Cuestioné mientras comía un poco de pan. Lo primero y único que pensaba comer en el día.—

-Mariana...—Rió.—Pero odia que le digan Mariana.—Enarqué mi ceja riendo suavemente.—

-¿Por qué?—Negó riendo.—

-Ella es así de rara de fábrica.—Reímos los dos ante su chiste.—Es como que vos odias a tus padres.—Rodé mis ojos.—

-No es lo mismo; mis padres son unos estúpidos.—Me tiró un almohadón.—

-No es así; solo no lo ves ahora.—Negué y me acosté en la cama dándole la espalda.—

-Mejor anda a la playa; ya me siento bien.—Escuché su suspiro pesado.—

-Ahora te enojas, Peter; pero vos sabes que hubo un momento en el que los amabas más que a nadie en el mundo... Yo perdí a mis papás, hermano; y a mis abuelos también.—"Papás", con ese término te das cuenta de nuestras diferencias. Yo a los míos les digo "padres" de suerte, porque en un momento les decía "progenitores".—Vos los tenes, no desperdicies eso...—Yo me mantuve en silencio. Él bufó y entrecerró las cortinas para que pudiera dormir tranquilo.—Voy a volver tarde, con comida; si necesitas algo, llamame.—Después de un silencio, él salió sin más que decir.—

Bufé y salí de la cama para ir hasta el escritorio y dibujar una vez más a mis padres siendo devorados por algún ser místico que mi cerebro creara. Esta vez, un gigante con colmillos de lobo casi tan inmensos como su cabeza.

-Mierda.—Toqué mi frente, sintiéndola más caliente que antes.—Me tuve que haber quedado durmiendo...—Murmuré y busqué mi celular para llamar a Agus dejando mi orgullo de lado.—

-¿Hola?—Fruncí el ceño. Mis labios se entreabrieron pero nada salió.—¿Hola, alguien? ¿Hola?—Tragué.—

-Hola...

-Había alguien.—Rió suavemente. Un escalofrío recorrió mi espalda.—¿Qué pasa?

-Necesito... ¿Agus?—Cuestioné y nuevamente su risa resonó por la línea.—

-Ah, el cachetón. Mierda, pensé que era mi celular.—Rió ella y yo solo me quedé tieso, en la silla, con mis labios abiertos esperando que algo saliera, pero apenas si salía aire.—¡Cachetes! ¡Te dije que le dibujaras algo a tu celular, no puedo diferenciarlos!—Exclamó riendo suavemente. Más risas se escucharon de fondo.—

-¡Lo mojaste todo! ¡Te mato enana!—Mi amigo gritó, riendo también.—Gracias, Enana. ¿Quién es?—Preguntó por la línea y tragué ahora reaccionando.—

-Soy yo.

-¿Pasó algo?—El dolor de cabeza volvió a llegar.—

-Necesito aspirinas, y no sé dónde hay.—Unos ruidos se escucharon, y me imaginé que empezó a caminar.—

-Acostate y descansa, que te compro y te llevo.—Suspiré volviendo a la cama con esfuerzo. Me sentía tan mal.—

-Perdón por lo de hace un rato.

-Está todo bien, tampoco fue algo grave.—Aseguró y yo suspiré.—Descansa, en diez llego con las aspirinas.—Cortamos la llamada. Me quedé dormido poco tiempo después, pero no pareció nada cuando él llegó con las aspirinas.—Mañana te vas a sentir mejor.—Me aseguró.—

-Ya lo viviste a esto, ¿no?—Rió y asintió. Yo cerré mis ojos.—

-Sí, pero era invierno y pensé que no me iba a quemar. Lali me quemó la cabeza después retándome por no haberle hecho caso.—Rió recordando, pero yo no entendí... ¿Quién es Lali?—

-¿Lali?—Cuestioné confundido. Él asintió riendo.—

-Ah, cierto...—Rió una vez más.—Lali es Mariana.—Abrí mis ojos levemente para verlo sonriendo.—

-Lindo nombre.—Asintió riendo.—¿Te interrumpí cuando llamé?—Negó.—

-No, solo estábamos calentando con los chicos.—Enarqué mi ceja y él rió.—Estábamos haciendo una pequeña competencia de surf.—Respondió mi pregunta no hecha.—Iba ganando ella, como siempre. Maldita.—Sonreí mientras él reía.—Mojó todo mi Nokia.—Reí y negué cerrando mis ojos otra vez.—

-Sos un goma.—Rió.—

-Voy a buscar un trapo mojado para bajar un poco tu temperatura.—Asentí y él se fue. Volvió con un recipiente con agua y un trapo amarillo.—Mañana te pones una crema, protector solar, y ya está.—Me aseguró.—¿Queres comer?—Se me revolvió el estómago y negué.—

-No, solo quiero dormir.—Rió.—

-Yo ya me quedo, así que dormí con el trapo en la cabeza, y si necesitas algo pega grito. Yo voy a ir pasando cada tanto para mojar el trapo.—Asentí. Él palmeó mi pierna.—Descansa.

¿Quiénes somos? {Laliter}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora