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Tan sólo faltan dos semanas para que empiecen las clases de nuevo. Genial, otro año más siendo la rara de la escuela. Quizás este año ya no use la cabeza para limpiar inodoros más que para razonar en clases, quizás éste año sean más sutiles y me empujen contra los casillos o me tiren los libros de vez en cuando. En fin, nada que ya no haya experimentado antes.

Desde la muerte de Jay, he tenido que visitar frecuentemente a una psicóloga. Noel, es muy buena conmigo, me regala una menta después de cada sesión. Sin mi hermano aquí, es como si algo me faltara. He sentido un dolor que no parece detenerse y nada logra cesarlo.

Lo intenté todo, nuevos hobbies, nuevas amistades, nueva actitud, pero nada funcionaba. Sólo quería desaparecer. Tomé píldoras, peiné mi piel con cuchillas filosas que tan sólo dejaban un sin número de cicatrices en mi piel. Ese y muchos otros recursos me llevaron hasta Noel. La voz se corrió y, de repente, me convertí en la “rara” de la escuela.

“¿No quieres ir de compras con tu vieja?” Preguntó mi madre mientras yo cambiaba de canal en busca de algo interesante que observar, pero nada parecía llamar mi atención.

Mi madre y yo nos habíamos hecho más unidas luego de la muerte de Jay, es como sí el vacío que ambas sentíamos lo rellenaramos la una con la otra. Aunque nada podría llenar ese vacío totalmente.

“Ya tengo ropa mamá, no hay necesidad de gastar dinero en pedazos de tela innecesarios.”

“Oh vamos, eres una adolescente, deberías cambiar tu guardarropa de vez en cuando. Además, tienes años que no sales de compras, es justo y necesario Daniella.” Suspiré y apagué la televisión. Me coloqué mis converse que había tirado en el suelo hace un par de horas y guardé mi celular en mi bolsillo. “Ve y pregúntale a tu hermana si quiere venir,” La escuché decir mientras subía las escaleras de la casa a la que nos habíamos mudado hace un año y medio. “Y dile a tu padre que vamos a salir, no quiero que se enoje como la última vez.” Su voz entrecortada dijo antes de salir de la casa.

“¿Acaso estás loca?” La voz llena de ira de mi padre decía mientras quien la portaba sujetaba las muñecas de mi indefensa madre y las apretaba. Yo tan sólo observaba la imagen delante de mí, congelada, no sabía que hacer. “¿Cómo te atreves a salir con mis hijas sin habérmelo avisado antes? ¿Acaso crees que son tu propiedad?” Su tono de voz cada vez más alto. No me sorprendería si los vecinos se hubiesen despertado debido a sus gritos. “Pues no, son mías, ustedes tres son mías y nadie sale ni entra en esta casa sin mi permiso, ¿entendido?” Mi madre no respondió, tan sólo apretaba los ojos, tratando de no ver al hombre que tanto amaba abusar de ella, humillándola frente a sus propias hijas. “¡¿Entendido?!” Ella asintió rápidamente, aún sin mirarlo. Luego, la mano de mi padre ejerció fuerte contacto con la mejilla de mi madre, dejándola roja al tacto. “Que sea la última vez que esto suceda.”

“Cami, mamá quiere saber si quieres venir de compras con nosotras.” Le pregunté a mi hermana, quien jugaba con sus muñecas sentada en el suelo. Ella negó con la cabeza, sin emitir sonido alguno. Estaba muy concentrada en su juego como para prestarme atención.

Antes de salir de su habitación, me acerqué a ella y me arrodillé, quedando más o menos de su altura. Besé su rodilla y luego susurré en su oído, “No dejes que papá te toque, y si lo hace, mi número y el de mamá están escritos en el refrigerador.” Ella asintió con la cabeza y siguió jugando con sus muñecas, que antes solían ser mías.

Al salir de la habitación de mi hermana, toqué dos veces en la puerta de la habitación de mis padres y esperé a escuchar la voz de mi padre permitirme la entrada. Al escucharlo decir “Pase,” entré. “John, mamá y yo saldremos de compras, sólo para que sepas.”

ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora