Capítulo 1

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«Nunca he comprendido por qué se dice que las mujeres no tienen madera de operarias o negociantes; no hay inversión más delicada que amar al hombre inadecuado, y toda mujer ha invertido en ello alguna vez»

Extracto de La cara oculta de la luna, firmado por Lady V.


Denton Park, Cornualles.

Inglaterra, febrero de 1881

—Qué juego más estúpido —gruñó Thane, reclinándose en el respaldo y lanzándole una mirada perdonavidas al tablero de ajedrez. Ese en el que una reina blanca, un caballo del mismo color y un peón convertido en alfil se habían puesto de acuerdo para ejecutar un jaque perfecto.

Lo más correcto habría sido decir «me rindo», o «enhorabuena por tu tercera victoria consecutiva», o si se trataba de una persona perseverante y poco dada a aceptar la derrota, un «te reto a una cuarta». No obstante, el concepto de claudicación no existía en el vocabulario del marqués de Leverton, y perfectamente podría achacar cualquier erupción cutánea a las consecuencias de intentar mostrarse afable.

No era mal perder. Era simplemente él mismo.

—Te pierde la impaciencia y eres demasiado impetuoso —señaló su contrincante, que no era ni más ni menos que el conde de Ashton. Aquel hombre horriblemente inteligente que lo despachaba a gusto con sus réplicas ingeniosas y no tardaba ni quince minutos en aplastarlo como a un gusano en cualquier juego de lógica—. El ajedrez requiere estrategia, Leverton, y tú pones a caminar a las piezas sin saber a dónde quieres que vayan, esperando que la victoria resulte por azar.

El salón de la mansión de Denton Park había sido renovado hacía relativamente poco: se sustituyeron las flores de lys del papel de pared común por un friso que iba hasta media altura en color verde, y franjas en blanco desvaído a partir de esa mitad. La sala contaba con un piano que lady Denton, la señora de la casa, había tocado todas las mañanas mientras vivió, llenando el ambiente con su música y su alegría. Las estanterías no estaban allí para decorar, como sí ocurría en su casa: le constaba que la familia se habría leído cada volumen un par de veces, y eso ya era decir, cuando la biblioteca se extendía de una pared a otra y las obras literarias iban del suelo al techo. La comodidad de los asientos no era, pues, infundada, sino que tenía como objetivo favorecer horas y horas de lectura para que cuando el intelectual se levantara, no tuviera que crujirse todas las vértebras desde la base. Las alfombras Aubusson forraban el suelo como distintivo de toda familia adinerada. Sin duda, aquel salón —y la casa en general— era cómodo y agradable.

Pero Thane no pensaba cambiar su dignidad por un buen sillón. No había ido allí a que se le tachara de imbécil.

Después del insulto velado sobre su falta de logística, procedía levantarse y largarse perfumado en indignación... Y lo habría hecho si no hubiera sido Ashton el capullo burlón que lo miraba divertido. No era la primera vez —ni sería la última— que aquel tipejo se burlaba de sus nulas capacidades para pensar cuando había en el ruedo algo que le interesaba. En este caso, cinco libras.

No, no necesitaba el dinero para nada. Pero había entrado en juego el precio de su amor propio, y aquello debía ser defendido a capa y espada. Dios sabía que de todos los orgullos, el masculino y más concretamente el escocés, era el más aguerrido y arraigado al corazón de todos. Era cuestión de proporcionalidad que el marqués de Leverton, siendo más masculino y escocés que el whisky de malta, compartiera el orgullo de un rey aventajado en la guerra.

—Después de haberte escuchado hablar maravillas de un periodista liberal y a favor del sufragio femenino, es normal que no pueda concentrarme en tus estúpidas piezas de ajedrez. Casi se diría que lo has hecho adrede; irritarme para hacerme perder.

Cómo robar el corazón de un marqués [YA A LA VENTA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora