Minirelatos. Diablo negro.

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Al fin llegaron a la playa.
El  mar estaba frente a las miradas incrédulas de cinco hermanos junto a sus padres que amaban la naturaleza.

Sus rostros rosáceos y húmedos por el clima cálido, el olor a sal, el sonido de las olas suspirando a cada instante, las gaviotas y los pelícanos revoloteando en las cabezas de los pescadores espantando sueños, los perros flacos ladrando a los desconocidos ...

Los pequeños se sentían muy felices y lo que más deseaban era sentir las caricias de las olas marinas, la frescura de la brisa y el sol, saborear el agua salada de Crucita, una de las playas más hermosas de Ecuador en la provincia de Manabí.
El pequeño hotel Acapulco esperaba ansioso a la familia quiteña.
María un homosexual, alto de cabello negro, cuerpo fornido, labios pintados de rojo, los recibía meneándose con un pequeño vestido floreado que simulaba la figura de una mujer.
Les dio la bienvenida con una voz delicada y palabras que se escapaban en una mezcla de soprano y tenor que causaba la risa de los niños.
-Buenos días familia, ¡hace calor aquí!
Expresó María a los huéspedes.
Los huéspedes respondieron
extendiendo sus manos con una leve sonrisa de agradecimiento.
-¡Buenos días, gracias !
-Mi nombre es María, me pueden llamar Mary
-¡Mucho gusto Mary!
Respondieron los esposos, a excepción de los niños que reían sin poder pronunciar palabra y entre murmullos uno de los niños repetía  asombrado:
"¡ Se llama Mary, se llama Mary...!"

Los días transcurrían llenos de sol, la familia disfrutaba del clima, de la exquisita comida preparada por Mary, del agua tibia , la arena adornada con piedras de variadas formas multicolores y caracoles diminutos que se perdían con la espuma del mar.

El padre trabajaba en esta provincia y aprovechaba llevando a su familia a disfrutar de las vacaciones en la playa, mientras él salía a caminar en los campos ,avaluar las tierras y sonreír con los montubios que extendían presurosos sus ásperas manos y trabajadoras.

Todos los días la madre joven y hermosa llevaba a sus cinco hijos a la playa. Se quedaba a la orilla del mar al cuidado de los dos más pequeños.
Los hermanos mayores hacían pequeños charcos y castillos de arena para que sus hermanitos jueguen.
Las niñas de doce y trece años, su hermano de once años aprenderían rápidamente a sumergirse en las olas, a flotar y zambullirse sintiendo el poder mágico del agua azulada.
Los rostros alegres, sus ojos irritados por la sal del agua no impedían que admiren a las gaviotas o a los pelícanos que volaban cerca a ellos , lamían el mar alimentándose de peces.

Llevaban un colchón de aire de color naranja que se perdía en el agua con las fantasías que cobijaban las nubes blancas del infinito.
Jugaban, se trepaban en el colchón, caían al agua con las fuertes olas  que arrastraban pececillos, arenilla, algas y caracoles que los revolcaban hacia la orilla de la playa.

Con el pasar de los días el sol había bronceado la piel de los niños y solo se distinguiría en sus rostros la blancura de sus dientes y de sus vivaces ojos que transmitían la inocencia y la paz de sus almas infantiles.

Por las noches los niños salían a comprar caramelos con envolturas de papelitos de colores, roscas dulces blancas y rosadas.
Algunos niños se distraían con un futbolín con jugadores elaborados en madera o se divertían con las sorpresas de papel que traían pelotitas de goma combinadas con colores vivaces, anillos de bambalina, chucherías y animalitos de plástico , que llamaban la atención de los niños.

Los focos y las luces, a penas, si alumbraban las calles empolvadas, las viviendas iluminadas con lámparas de kerosén y el reflejo de la luna sobre el vaivén del agua marina hacían de este sitio un lugar apacible y misterioso.

Los pequeños corrían por los sembríos verdes de maíz, con sus risas chillonas daban vueltas por las mazorcas cómplices de los primeros besos de amor, de gritos, risas, lloros y disputas.

El palpitar de los espíritus . AnabellerasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora