Cuando los colores dejan de brillar, cuando ya ni siquiera te gusta lo que haces por diversión, cuando toda la música suena igual, cuando la vida pierde su sentido, poner un punto final es tentador.
Después de preparar todo, nuestra protagonista cam...
Temerosamente, me agarré del tronco y con cuidado miré detrás de él, sin encontrar nada. Al alejarme del tronco, sentí el movimiento detrás de mí nuevamente, causando que me diera vuelta tan rápido que tropecé y caí de cara al suelo. Cuando comenzaba a incorporarme, llevé mi vista hacia adelante y vi una sombra pasar entre los árboles tan rápido, que si hubiera pestañeado no la habría visto. Paré de moverme, abrí los ojos ampliamente y se me puso la piel de gallina; estaba aterrorizada. Pero, ¿de qué tenía miedo? ¿De morir? ¿No era exactamente eso lo que quería...?
Por fin me levanté, llena de tierra y moretones en los brazos, y registré los árboles lentamente con mi mirada. Entre tanta oscuridad me era difícil ver si había algo allí, sólo veía troncos y hojas, ni siquiera un pájaro entre las ramas. Con el corazón latiendo mil veces por segundo, me envalentoné y caminé decididamente hacia los árboles, cerrando firmemente mis puños, sólo para ser detenida al sobresaltarme por un destello casi enceguecedor de luz que vino detrás de mí, al cual le siguió un estruendo increíble. Había comenzado una tormenta, y pronto la lluvia comenzó a caer. Distraída por esto, miré hacia el cielo y, sin darme cuenta, abrí mis puños. Sentí las primeras gotas chocar con la tierra, soltando ese olor tan característico de la tierra mojada, y no mucho después, las mismas también comenzaron a caer y rebotar en mí. A medida que la lluvia se intensificaba, mi preocupación se volvía cada vez más pequeña, y mi corazón de a poco volvía a su ritmo normal. Mirando el cielo, reí: en ese momento éramos sólo yo y la lluvia, y aunque estaba empapada desde mi pelo hasta mis zapatillas, no me importaba, no me importaba nada. Una pequeña corriente de agua se formó entre los surcos de la tierra, y sólo más tarde me daría cuenta de que esta se llevó mi bisturí y mi tonta carta para nunca más volverlos a ver. Más rayos y relámpagos se desataban, llenando el lugar de luz. Ya no había más sombras.
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