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Hiccup estaba resumiendo páginas de su libro de historia y estudiando para su próximo examen. Él era un chico listo, uno de los favoritos de los profesores. Los fines de semana, a veces, le gustaba ir a una cafetería donde uno de sus amigos trabajaba y se sentaba a darle mordiscos a su lápiz mientras leía y releía los libros de sus materias. Era un día tranquilo, hacía un poco de frío, pero Hiccup tenía más sueño que frío, apenas estaba atento a lo que leía o las cosas que pasaban a su alrededor. Se acomodó y revolvió el cabello miles de veces para que el frío le diera en la cara y lo despertara, pero no funcionó. Estaba por quedarse completamente dormido cuando escuchó una voz a su lado. 

 ―¿Por qué me miras todos los días? 

Cuando volteó a ver quién le había preguntado eso, fue su propio corazón el cual lo despertó, porque empezó a latir con una gran fuerza cuando vio a Mérida parado en frente de él con el ceño fruncido y los ojos mirándolo fijamente con ganas de una respuesta. Hiccup se incorporó en su silla. Se quedó en silencio unos segundos, su corazón no lo dejaba pensar con claridad, pero alguna respuesta tenía que darle a la hermosa chica pelirroja que estaba parada en frente de él. Al final, se inventó la primera excusa que se le vino a la mente.

 ―Es que...  me recuerdas a la protagonista de una película.

Que alguien me mate, pensó el castaño. Mérida lo miró como estuviera loco.

 ―¿Y por eso me observas todos los días?―preguntó cruzándose de brazos. 

Mérida también se tomó su tiempo para mirar a Hiccup detenidamente. Era guapo. Ojos verdes, cabello castaño. Se veía nervioso, obviamente mentía, y ella quería la verdadera respuesta. Clavó su mirada en los ojos verdes de Hiccup, en parte, lo hacía para presionarlo con la mirada a que diga la verdad, la otra, porque sus ojos la atraían de una manera inexplicable y la veía con ojos nerviosos pero cálidos. Le gustaba su mirada.

 ―Te juro que es  la verdad―respondió Hiccup. Inclinó la cabeza hacia abajo, rompiendo el contacto visual que Mérida estaba disfrutando.― Lamento si te molestó... además, eres... bonita―murmuró esta última parte mientras su cara se volvía roja como el cabello de ella.

Mérida no dijo nada. Escuchó perfectamente lo que el chico dijo. Estaba roja, completamente roja, hace mucho que un chico no le decía tal vez cosa. No estaba acostumbrada a los elogios, y menos de chicos... lindos. Ella tuvo pocas relaciones en su vida, y todas duraron muy poco, y todos son los que salió pocas veces le decían lo bonita que era.

―¿P-por eso me miras...?

Hiccup asintió con un poco de vergüenza y mirando hacia un costado. Le entraron ganas de mirarla, seguro su cara roja resaltaban sus ojos celestes y sus pecas se verían adorables, pero otra parte de él estaba avergonzada y su corazón le permitía pensar con completa claridad. Sintió que todo su mundo dio media vuelta cuando escuchó la risa de Mérida, levantó la cabeza confundido. Ella se estaba riendo, una sonrisa blanca y perfecta, la cara roja, y el cabello alborotado. Para Hiccup, era algo hermoso de ver y escuchar.

―¡Dios! Qué vergüenza...―dijo con una gran sonrisa. Miró la silla al frente de Hiccup y se sentó. Se echó el cabello para atrás.― Tengo un acosar. 

―No he acosado a nadie jamás en mi vida.

 ―Ajá.― Mérida fijó la mirada en los libros de historia y las hojas con resúmenes resaltadas en distintos colores. Tiene linda letra, pensó ella. Hiccup tenía buena caligrafía, y era prolijo a la hora de escribir, dibujar, o cualquier cosa que requiriese un papel y un lápiz.—¿Entonces me acosas porque crees que soy linda

—No te estoy acosando, Mérida — dijo Hiccup suspirando, sin darse cuenta de su grave error.

—¿Cómo sabes mi nombre?

¿Cómo enamorar a una chica como ella? (Mericcup)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora