El frío de la ventisca le dio de lleno en la cara en cuanto abrió la puerta de emergencia. El blanco del exterior lo cegó por un momento obligándolo a entrecerrar los ojos en la alocada carrera que comenzó minutos atrás.
"Eres mío Kusanagi, eres mío... eres mío... eres mío... "
Apretó los dientes cuando una nueva oleada de ira lo recorrió, sin importarle el frío del metal bajo las plantas de sus pies (no pensó en ponerse calzado cuando salió disparado del apartamento de aquél maldito loco) ni la sangre que comenzaba a bajar por su antebrazo empapando la chaqueta. Sólo quería imponer la mayor distancia posible entre él y el Yagami, por eso ignoró el escozor de sus pies desnudos al alcanzar el pavimento, el entumecimiento de sus piernas, la vista nublada.
El delgado pijama y la chaqueta que alcanzó a ponerse no eran protección suficiente contra la inclemencia del clima y lo estaba resintiendo, pero la desesperación lo empujaba a seguir hasta sobrepasar los límites que su cuerpo podía soportar.
-Agh! Demonios! –maldijo entre dientes cuando se obligó a detenerse después de correr varias calles en sabrá Dios qué dirección. Una pequeña parte de su cerebro, aquélla a la que aún le quedaba un poco de sentido común, le ordenó detenerse y dejar de castigar a sus maltrechas piernas. Se sostuvo sobre sus rodillas tomando grandes bocanadas de aire helado que se sentían como miles de agujas destrozando su garganta y pulmones.
Levantó la vista con mucho esfuerzo, concentrándose en reconocer el lugar y no en el dolor que lo atenazaba desde la cabeza hasta los pies.
La calle estaba desierta y muy tranquila, el ruido ocasional de algún coche rompía el silencio de vez en cuando. La fachada de los edificios le daba a entender que se encontraba en una zona comercial, aunque no en una muy concurrida. Volteó a todos lados buscando a alguien que lo ayudara a saber dónde había ido a parar pero al parecer todos los pequeños negocios seguían cerrados.
Suspiró maldiciendo a su suerte y aguantó a que pasara una oleada de dolor que lo hizo doblarse sobre sí mismo. Avanzó unos pasos a una macetera cercana para apoyarse y tratar de despejar su mente para decidir qué hacer.
Tal vez no había sido muy listo al dejarse llevar por la desesperación, mucho menos en su estado, y pensó con amargura en lo irónico que sería si, después de haber pasado por todo lo que pasó, terminara muerto ahí en esa maldita macetera -que si le preguntaban estaba tan helada que le estaba congelando el trasero-.
Despegó los pies del concreto llevando sus rodillas a su pecho, en un fútil intento de prodigarse un poco de calor. Abrazó sus piernas con su brazo bueno, mientras mantenía el otro entre estas y su pecho.
Le dolía, dolía como el maldito infierno y el frío no ayudaba. Estaba sangrando profusamente y la sangre impregnada en la manga terminaba por enfriarse rápidamente sobre la tela, torturándolo con la fría humedad de su propio líquido vital. Tenía la boca y la garganta tan resecos que no se había dado cuenta del momento en que habían comenzado a arder tanto que parecieran estar en carne viva.
Y todo por culpa de aquél desgraciado.
"Te mataré" pensó, más por inercia que por convicción "te mataré a ti y a todos los hijos de perra que me han estado haciendo la vida miserable".
Estaba harto, realmente harto.
Sólo quería seguir su vida como una persona normal, graduarse, estar con Yuki -¡Dios! Cómo la extrañaba- vivir tranquilamente... ¿acaso era demasiado pedir?
Llevaba 20 años haciendo todo lo que los demás querían, llevando una carga que nunca pidió y tratando de complacer a su familia. Quería por una maldita vez ser libre y tomar sus propias decisiones, hacer lo que le viniera en gana y no rendirle cuentas a nadie por eso.

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INMORTAL
RomanceEra suyo, siempre lo había sido... y fue esa reveladora línea de pensamientos lo que le hizo caer en cuenta de que estaba en aprietos. [Iori x Kyo]