IV: PROMESA

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La venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno. – Walter Scott

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Harry

El sabor del vino fue simultáneamente picante y dulce, escocía su garganta agradablemente, así que movió ligeramente la mano que sostenía la botella y bebió directo de ella hasta que ni una gota quedo. Bajo por su tráquea caliente y venenosa, sus entrañas chisporrotearon, su estómago se contrajo en espasmos que hicieron que apretara la mandíbula. La verdad es que no sabia cuándo fue la ultima vez que comió, su patético mundo se reducía a llorar la perdida de un omega austero e egoísta.

No sabia cuantos días fue desde que se marcho, pero a decir verdad no quería saber nada que lo mencionará o lo recordará, no lo valía. Tragó la billis amarga y  la sangre desde muy dentro, retuvo cada lágrima y se las guardó, no permitiéndose a si mismo tirar el orgullo que aún le quedaba. Se sentía asqueado de la vida, de las personas, de ese omega y de si mismo, un mundo absolutamente lleno de basura. Asqueroso.

¿Qué fue lo que hizo mal?  Una pregunta simple, pero con interminables respuestas. Harry no se atrevía a decirlo en voz alta, por que si lo hacia exploraría lleno de odió. Así que no se lo preguntó, y aún si lo hiciera la  pregunta aquí seria: ¿Qué no hizo? ¿Qué no sacrificó?

El problema aquí es que entregó cada pedazo de su alma sin pedir nada. Bastante estúpido, demasiado ingenuo y muy crédulo, creyó cada palabra con veneno de ese omega y bebió de esos labios cómo un sediento, dreno cada respiro, su esfuerzo y sacrificio fueron tirados y dejados atrás, no importo todo lo que hizo. No importo.

Estúpido alfa. Se rió de su miseria.

La herida se abría y sangraba, el alcohol creaba torbellinos brumosos, sus labios se entumecieron y destruyó su entorno derrotado, humillado y engañado. Los recuerdos vinieron fugaces, centelleantes y hirientes, los dejo divagar por un momento. Se permitió recordar esos labios venenosos, esos ojos engatusadores y esas caricias falsas, porque al final todo fue una farsa. Todo lo que hicieron o dejaron de hacer ya no importaba, lo que hicieron o cómo lo sintieron no importaría más.

—Sabes dulce, tan dulce cómo un caramelo —Susurro sobre los labios ajenos del omega.

Louis solo soltó una carcajada ante lo dicho por el alfa.

Amaba ver esas tiernas arrugas a los costados de esos hermoso ojos azules, lo dulce y suave que se sentía al tacto. Cada beso intenso, cómo se aferraba y lloraba a su oído su nombre.

¿Cómo no amarlo si era suyo? Fue creado para ser su mitad, su complemento que lo hacía sentir embravecido, vivo y feliz.

Ahora definitivamente no sabia dulce. Sabía tan amargo cómo medicina, cómo granos de café amargos, cómo un gris sin vida.

Fue cambiado por un par de billetes, fue olvidado y dejado sin un adiós, sin una explicación. Solo fue botado cómo un trapo viejo. Dios es que él lo amo tanto, creyó cada palabra que salía de esa boca pecaminosa. Todos sus besos, caricias, palabras y promesas se esfumaron con el soplo helado del viento. Fue cruel y dejó una herida sangrante, un corazón roto.

Hay una pequeña parte suya que le dice que no debe estar sorprendido, porque Harry muchas veces lo vió y lo ignoró; esa mirada ambiciosa en los ojos de Louis. Ese omega inconformista que nunca estaba satisfecho con la vida que vivía.

Así que solo tiene que aceptarlo y seguir hasta que no quede ningún recuerdo de ese Omega en su sistema. Y si algún día la vida o el destino traían devuelta a ese omega a sus pies, él se prometió herido:

—Nos volveremos a ver las caras y cuando eso suceda, me asegurare de arrastrarte al infierno. Quiero que sientas la desolación, la traición y la humillación de ser dejado atrás cómo basura inservible —Susurro al vacío oscuro—. Lo prometo.

CONTINUARÁ...

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