Vocecilla mental

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—Oye, Law, ¿follamos?

Una pregunta corta, simple, fácil de entender y que le estaba costando mucho trabajo a Trafalgar Law responder. Pero, vamos, ¿qué le podía decir: «Sí, claro, bajémonos los pantalones»? Pues bien, mira que sí quería decirlo, pero como no podía ir por la vida facilitándole su trasero a cualquiera que se lo pidiera (en sí, sí podía, pero quería resguardar un poco de la dizque dignidad que perdería si se ofrecía en bandeja de plata), tuvo que morderse la lengua mentalmente y seguir con la expresión de póker al hablar:

—Vete a la mierda, Roronoa.

Una respuesta corta, simple, fácil de entender y con la suficiente testosterona para mostrar que virilidad no le hacía falta.

Law debía, más no lo hizo, admitir que una parte minúscula de él, y que con cada segundo se hacía más grande, deseaba que Zoro insistiera. Hacerse un poco del rogar le daba a su dignidad la dignidad suficiente para aceptar sin verse tan desesperado o necesitado; ya ni sabía qué era peor: desesperado por follarse o dejarse follar por Roronoa Zoro con ese cuerpo perfectamente trabajado y esa expresión de pocas pulgas que encendían sus alarmas y su parte baja, o necesitado porque estando en alta mar, solito y sin nadie que le apeteciera para cubrir sus necesidades lo ponían en un estado ansioso, tan vulnerable (según él) y que justificaba su parte ya no tan minúscula que deseaba casi a gritos la insistencia de Zoro. Con un «¿estas seguro?» era suficiente, o un «venga, vamos a hacerlo» descansaba en paz su honor(?).

—De lo que te pierdes.

Si por Law fuera hubiera tomado el rostro de Roronoa y lo hubiera restregado en su entrepierna para hacerle callar semejante estupidez. ¿Cómo era posible que no insistiera? ¿Tan poca cosa le parecía que no era suficiente para esforzarse un poco más? Está bien que Law no lo intentaba, le salía bastante bien el comportamiento de colegiala virginal; sin embargo esa no era una razón suficiente para rendirse tan pronto. Ni por asomo se le pasó por la cabeza ser él quien diera su brazo a torcer.

Lo vio alejarse y tuvo que reprimirse para no cambiar su expresión, a lo más que llegó fue a un poco audible, pero sí muy frustrante suspiro. ¿Qué le costaba decir: «espera, Roronoa-ya, tú ganas, follemos»? Cinco hermosas palabras tan difíciles de pronunciar y tan necesitadas.

O terminaría echándole miraditas al de la nariz larga.

O al cyborg, ya le daba igual qué era peor.

También estaba Robin, no obstante le era imposible imaginarse con ella.

Sí, lo mejor era el espadachín, el imbécil que no insistió.

Puta y mierdera tarde pasó entre libros que nunca lograron captar su atención. Eso nunca le pasaba, bueno, a veces, cuando tenía ciertos asuntos sin resolver como en ese momento; asuntos un tanto profundos, hasta el fondo de su bajo vientre y que le provocaban un cosquilleo tan molesto que no le quedaba de otra más que atenderlo. Hasta que no lo hacía, no podía sentirse tranquilo. Así que, con esos antecedentes, Trafalgar Law, en su camarote, se bajó los pantalones para estar más cómodo y con toda la intención de no tardar demasiado comenzó a masturbarse. Así de rápido y desabrido.

Intentó no imaginar que estaba con Zoro y le daban rienda suelta a sus más salvajes instintos, de esos que salen cuando su cabeza de abajo toma el control. No era que le quedara el resentimiento porque el imbécil primero le soltó semejante oferta y luego no insistiera, era más bien que, pues el espadachín estaba más bueno que el pan (aunque no le gustara) y bien le servía para unas cuantas fantasías. Pero su mente era traicionera y la necesidad mucha, resignado terminó jadeando el nombre de Zoro mientras le daba un excelente uso a su mano izquierda. Al terminar se maldijo a sí mismo por ser tan débil en cuanto a asuntos sexosos se refería. Se limpió, acomodó su ropa y trató de concentrarse en los libros nuevamente. Ya estaba un poco más aliviado, pero para su mala suerte la estúpida expresión de Zoro llena de placer que tuvo la desdichada fortuna de imaginar no salió de su mente. Odiaba que su imaginación fuera tan volátil en esos aspectos, y daba las gracias porque fuera un experto en no demostrarlo.

Nada es lo que pareceWhere stories live. Discover now